La medicina humana es una disciplina altruista y noble, que implica un largo camino de preparación.
Por Diana Carolina Tovar Artunduaga, vicepresidente nacional de la Asociación Colombiana Médica Estudiantil – ACOME
En Colombia los estudiantes de medicina dedican seis años de su vida, en promedio, para obtener su título de pregado que los cataloga como “médico(a)” y otros cuatro años de formación académica para aquellos que continúan estudios de posgrado, buscando obtener el título de “especialista”, lo que en total suma 10 años de vida dedicados al aprendizaje y al servicio del prójimo; más tiempo de lo que tardaría una persona de otra carrera, en cursar y obtener los títulos de pregrado y posgrado para su respectiva área.
Son muchos los años dedicados a la preparación, adquisición de saberes y aplicación práctica de la teoría, cuyo fin último es, minimizar los vacíos de conocimiento que puedan existir a la hora de enfrentarse al gran reto de aliviar el dolor ajeno, y salvaguardar la vida humana de toda enfermedad que le agobie.
Sin embargo, en este largo recorrido, muchos estudiantes se enfrentan a un enemigo silencioso, un problema persistente, patológico y de larga data, que prevalece a pesar del tiempo y de los constantes esfuerzos para erradicarlo: el maltrato.
En un sistema de formación en el cual predominan las jornadas extensas de estudio, turnos, sobrecarga laboral y lucha continua por conseguir la meta (graduarse), el maltrato se ha convertido en un lastre de la formación médica, pues pone en riesgo no solo el bienestar físico y mental de los estudiantes, sino también la calidad de un sistema de salud del cual depende todo un país.
El maltrato recorre los pasillos de universidades y hospitales, mostrando sus múltiples caras, que van desde el abuso verbal, la humillación pública, la explotación laboral, y hasta la negligencia emocional. Los estudiantes y residentes suelen exponerse a jornadas extensas de trabajo, sin la remuneración suficiente, ni el descanso adecuado y, además, a ello se le suma la preocupación rendir, a tal punto de evitar ser sometido a dicho maltrato, situación que no solo afecta su desempeño, sino también su dignidad humana y autovaloración.
Es bien sabido por quienes estudian carreras del área de la salud y, en general, por la población que en medicina se vive una estructura jerárquica rígida entre los diferentes niveles de formación, en el cual la personal al mando es aquella que ha obtenido más títulos académicos, reconocimientos, experiencia laboral y méritos, situación desde todo punto de vista loable; sin embargo, esto se traduce en muchas ocasiones, en relaciones autoritarias e intimidatorias, que terminan por convertir la educación (un espacio de intercambio de conocimientos) en un campo de batalla, donde sobrevive el más fuerte, olvidando que se trata de seres humanos que bajo su vocación y convicción, deciden dedicar su vida al servicio del prójimo.
Aunque lo común es que el maltrato sea unidireccional, es decir, que se practique desde el nivel jerárquico superior hacia el inferior, se reconoce también el maltrato en la relación residente-residente, estudiante-estudiante, especialista-especialista y desde otros profesionales/personal de salud, hacia el estudiante de medicina, a quien suele considerarse el nivel más bajo de la cadena.
Ahora bien, las repercusiones de esta situación a largo plazo implican, la formación de personal médico con altos niveles de estrés, ansiedad y depresión, situaciones que, de no corregirse a tiempo, puede desencadenar graves trastornos de salud mental.
La pregunta es, si se presume que el médico cuida la salud ajena, ¿quién cuida al médico y al estudiante? La sobrecarga de trabajo y la constante exposición al maltrato afectan las habilidades prácticas y el arte de la medicina, generando deserción estudiantil, escasez del personal sanitario e impacto negativo a la calidad de atención que recibe el paciente.
Las causas del maltrato en la formación médica en Colombia son multifactoriales y ambivalentes. Una de las principales razones es la estructura del sistema de salud, sumada a la falta de recursos, gran demanda de servicios médicos, la inadecuada densidad de profesionales de salud por habitantes en nuestro país, pues según informó el ranking de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) para el año 2020, Colombia tuvo una relación de 2,3 médicos por cada mil habitantes, siendo el país afiliado con la cifra más baja, aunado a la sobrecarga en los hospitales y falta de insumos de trabajo; los residentes a menudo se ven obligados a asumir responsabilidades de especialistas.
Se observa un ciclo difícil de romper, en el cual muchos médicos que fueron formados en un ambiente de maltrato repiten estos patrones una vez alcanzan la cima, perpetuando así el abuso que es considerado erróneamente como inherente de la profesión.
Esta situación se ve agravada por la falta de políticas claras y eficaces que se asuman por los gobiernos para combatir el maltrato, y también, por el temor de los estudiantes y residentes a denunciar estos abusos debido a sus posibles repercusiones académicas.
¿Cuál es el reto y a qué le apuntan la ACOME?
Superar el obstáculo (maltrato) en la formación médica, requiere un cambio de paradigma profundo, inclusión de leyes que protejan al estudiante tanto en el sistema de salud como en el sistema educativo. Por eso, es preciso establecer políticas y mecanismos que supervisen y sancionen las conductas abusivas que prevalecen en la actualidad.
La sociedad, las universidades, los hospitales, los docentes, entre otros, deben promover una cultura de respeto y establecer programas de acompañamiento de psicología y psiquiatría oportunos para el talento humano.
Se hace vital reestructurar la formación y regular las condiciones laborales de los residentes y los estudiantes, de manera tal que las jornadas se ajusten a sus capacidades, experiencia, así como a las normas internacionales. Establecer límites en las horas de trabajo y asegurar una remuneración justa son la clave esencial para mejorar las condiciones de vida y la calidad de la formación impartida.
Así mismo, incorporar en el pensum o malla curricular, módulos de formación en prevención de la enfermedad, promoción de la salud, habilidades de comunicación, empatía y manejo del estrés, que no solo preparen a los futuros médicos para enfrentar las demandas de la profesión, sino que también promueven una cultura de respeto y colaboración en el entorno clínico y en conjunto con los demás profesionales.
ACOME le apuesta al cambio de cultura, formando líderes en salud desde el pregrado y apoyando espacios de diálogo que permitan al crecimiento formativo de calidad, basado en el respeto, junto a la modificación en las reformas de leyes que, aún a hoy, implícitamente protegen el autoritarismo. Cambiar el paradigma y el chip del maltrato, es una tarea complicada a la cual como asociación nos enfrentamos.
De cualquier forma, es gratificante ver el cambio en las pequeñas acciones, que no solo beneficiarán a los médicos en formación, sino que contribuirá crear un sistema de salud equitativo, eficiente y eficaz. Colombia necesita médicos competentes, una sociedad sana, pero también necesita profesionales que en el transcurso de su formación hayan aprendido el valor de la vida y de la dignidad humana.
En memoria a nuestros compañeros que ya no están.
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