Actualidad, Editorial

Carta de un paciente a su cirujano


La gangrena se extendió por todo el cuerpo de Ricardo y nadie pudo ayudarlo, murió a las dos semanas sufriendo una terrible agonía ***


Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente Colegio Médico Colombiano

Figura 1. Ricardo Gutiérrez Gutiérrez y Rafael García Duperly

El sanctum sanctorum de la medicina colombiana

En el sanctum sanctorum de la medicina colombiana —ese sagrado corazón donde la ciencia se mezcla con la compasión, el altruismo y la misericordia— entre los viejos muros del centro del antiguo Bogotá floreció un jardín del saber. Desde la Avenida Caracas serpenteando por la calle Primera subiendo hasta la carrera Octava, se alza un paisaje de hospitales, aulas y laboratorios donde empezó a latir con fuerza gran parte de la medicina que hoy honra al país.

Allí, donde cada rincón guarda los ecos de gloriosos bisturíes, de batas blancas y de sábanas manchadas de murmullos de cátedra y trasnocho clínicos, brotaron nombres y apellidos que se volvieron historia de la medicina colombiana: Cavelier, Patiño, Caro, De Zubiría, Soto, Zundel, Riveros, Moore, Patarroyo, Coiffman, Hakim, Corpas, Rey Sanabria, Velasco, Ruiz Parra, Yunis, Torres Umaña, Gómez Martínez, De la Hoz, Abaunza, Bozón, Iglesias, Barbieri, Bonilla, Méndez, Borráez, Sastre, Osorno, Otero, Rueda Pérez, Schader, Camacho. Ellos —y muchísimos otros, víctimas de mi injusto olvido y del escaso espacio— deslizaron por venas, arterias y capilares de esta patria un legado que hoy irriga hospitales, clínicas y casas de enseñanza médica que respiran, vivas, en cada intersticio del país.

Figura 2. Durante una noche de gala en una de mis dos presidencias de la Asociación Colombiana de Cirugía, rodeado por cirujanos alma del sanctum sanctorum de la cirugía colombiana. Detrás, a la izquierda, el maestro Efraím Bonilla (q. e. p. d.), padre de la cirugía pediátrica colombiana; a mi izquierda, Hernando Abaunza (q. e. p. d.), padre de la Asociación Colombiana de Cirugía; luego, un colega argentino, huésped de honor; enseguida, José Félix Patiño (q. e. p. d.), fundador de la Fundación Santa Fe de Bogotá, padre de la cirugía nacional y de la enseñanza médica; y cerrando la imagen, Erix Bozón (q. e. p. d.), cofundador de la Universidad y la Clínica El Bosque.

De esta fuente de sabiduría, humanismo, vocación, arte y técnica, en el Hospital de La Samaritana —hijo legítimo de la romántica medicina francesa del siglo XIX y después de la moderna medicina norteamericana del siglo XX y XXI, con alma de escuela y cuerpo de servicio público— bebió sus primeras aguas quirúrgicas el cirujano que con magia laparoscópica recuperó el cauce natural de la corriente intestinal clausurando definitivamente el orificio contranatural a mi entrañable Ricardo Gutiérrez Gutiérrez.

La Carta

Bogotá, marzo 4-2025

Dr. Rafael García Duperly

Estimado Doctor García,

Reciba un saludo lleno de gratitud y reconocimiento. Hoy quiero expresarle, desde lo más profundo de mi corazón, mi inmenso agradecimiento por su extraordinaria labor médica y humana. Haber estado bajo su cuidado durante ocho días en la Fundación Santa Fe de Bogotá ha sido un verdadero privilegio, un acierto que marcó la diferencia en mi vida.

Su nombre es sinónimo de excelencia, su reconocimiento nacional e internacional está más que justificado, pero lo que verdaderamente lo distingue es su enorme sensibilidad, su carisma y esa vocación de servicio que lo convierte en un médico excepcional. Desde el primer momento, su trato cercano, su profesionalismo y su empatía me brindaron la confianza y la serenidad que tanto necesitaba.

Durante doce meses, la carga de una colostomía fue una prueba difícil de sobrellevar. El dolor, la incomodidad y la angustia parecían no dar tregua. Sin embargo, usted, con su talento y dedicación, transformó ese sufrimiento en alivio, en esperanza, en una nueva oportunidad para seguir adelante con plenitud. Me devolvió la fe en la vida.

Por todo esto, querido doctor, le estaré siempre agradecido. Su labor no solo sana cuerpos, también restaura almas. Que la vida le devuelva en alegría y bienestar todo lo que usted entrega con generosidad a sus pacientes.

Con admiración y gratitud, Ricardo Gutiérrez Gutiérrez.

La colostomía

Esa cruel y salvadora aBertura que deja al esfínter anal sin oficio; ese horrible orificio antinatura, humillante y necesario, también sufrido por Juan Pablo II, Virgilio Barco, Dwight D. Eisenhower, Alfred Hitchcock y otras celebridades mundiales de la política, el deporte, el cine, las letras y el arte, había sido implantada un año antes en la parte baja del vientre izquierdo de Ricardo, en el Instituto Cardiovascular del Cesar, por dos consagrados cirujanos del mítico Macondo vallenato: Ramón Díaz y Juan David Hernández.

Fue la cura definitiva de una implacable mensajera de la muerte que, a pesar de los grandes avances de la medicina moderna, sigue siendo materia prima de las UCIs: la peritonitis generalizada, esa pútrida asesina, que no ha dejado de matar ni un solo instante.

Figura 3. Cirujanos macondianos Stevenson Marulanda y Ramón Diaz

Con los miembros trémulos y decadentes, el rostro encogido, descompuesto, tristemente dubitativo, y la mente casi en posición fetal, los asistentes sanitarios de “La Cardio” deslizaron el indeciso cuerpo desde el borde de la camilla hasta la mesa de operaciones. En el instante fugaz que precede a la pérdida total de la conciencia, mientras era succionado por el túnel de la anestesia, amenazado a cada segundo por la larga sombra de Tánatos, Ricardo sintió chirriar el filo de la tijera de Átropos —la inflexible, la inevitable diosa y dueña del destino humano—, cuya mano inexorable corta el tenue hilo de la vida y dicta, con precisión implacable, el memento mori, el finar de cada mortal.

Ricardo Gutiérrez tenía la cavidad abdominal llena de pus revuelto con materia fecal: había sufrido la perforación de uno de los muchos divertículos que, en fila, como en una procesión, sobresalían como bolsistas listas para reventarse sobre la superficie del colon izquierdo, desafiantes, desfilando por ella como si fuera una pasarela.

¡La colostomía vallenata le salvó la vida!

El cierre de la colostomía

Un año después, García Duperly, a través de orificios abdominales puntifomes penetró con trocares, sondas de luz fría, cámaras e instrumentos largos y delgados al santuario oculto del abdomen de Ricardo, como quien se adentra, en silencio, sigilo y concentración, en una catedral gótica, oscura y en ruinas. Las antiguas cirugías realizadas por los cirujanos vallenatos en el Instituto Cardiológico del Cesar —como en guerras de trincheras— habían inutilizado el terreno. Habían dejado cicatrices fibrosas internas que se aferraban a los órganos internos como brazos de pulpo, obsesivos y tenaces. Las rutas anatómicas —aquellos planos limpios que todo cirujano anhela encontrar— estaban retorcidas, desplazadas, obstruidas y escondidas en un mazacote de escombros: mesenterios y asas intestinales cubiertos por la maleza silenciosa de una inflamación crónica cicatricial.

Aquel acto quirúrgico fue una verdadera liturgia, oficiada por un cirujano mayor. Allí, en medio del caos, García Duperly actuó como un restaurador de catedrales antiguas: con un respeto reverencial por la técnica quirúrgica y por la arquitectura sagrada del cuerpo humano. De manera metódica, identificó los puntos de anclaje y liberó los pasajes ocultos. Y al cerrar aquella colostomía, no solo reconstruyó la continuidad intestinal: devolvió a Ricardo la dignidad rota, el silencio del pudor, la posibilidad simple y gloriosa de volver a ser él mismo.

Rafael García Duperly: el cirujano que alivió el dolor, la incomodidad y la angustia de Ricardo

Su temple quirúrgico se terminó de forjar en los quirófanos del centenario Hospital St. Mark’s de Londres, un verdadero templo del saber en Inglaterra, donde absorbió la delicadeza, la técnica, la precisión y los misterios de la cirugía colorrectal. De regreso a su tierra, desplegó su conocimiento con generosidad y excelencia en la Fundación Santa Fe de Bogotá y como profesor en la Universidad El Bosque. En la Fundación, al frente de la Unidad de Coloproctología durante más de una década, convirtió este servicio en un faro académico y clínico para toda la región.

Pionero incansable, desde 1993 abrió camino a la cirugía laparoscópica colorrectal en Colombia y América Latina, cuando aún era apenas un murmullo de futuro. Más de mil procedimientos avalan su experiencia, hoy convertida en enseñanza que ha cruzado fronteras: Centro y Sudamérica han sido testigos de su labor como instructor en cirugía laparoscópica avanzada, llevando a cada rincón la bendición una medicina moderna, precisa y menos invasiva.

Durante su presidencia en la Asociación Colombiana de Coloproctología, entre 2003 y 2005, su liderazgo no fue solo administrativo, sino inspirador. Investigador por vocación, ha contribuido con estudios valiosos sobre enfermedades inflamatorias y oncológicas   intestinales, arrojando luz con datos locales sobre una problemática de alcance global.

Pero quizás lo más notable no se cifra en cifras ni en títulos. Lo dicen sus pacientes, agradecidos, como Ricardo: detrás del bisturí y de las lentes laparoscópicas habita un gran ser humano, íntegro, empático, que escucha, acompaña y se entrega con devoción a cada momento clínico. Para el doctor García Duperly, la medicina no es solo ciencia ni arte: es el acto humano sublime de curar, aliviar y consolar.

Figura 4. La tiza del olvido —compañera inseparable de la tijera de Átropos—, ya ha borrado muchos de sus nombres. Soy el cuarto de izquierda a derecha, en la tercera fila de abajo hacia arriba, rodeado de profesores y compañeros de mi entrañable promoción de 1980, hermanos de la vida y de ilusiones. Abajo, los inolvidables profes: Agustín Castillo, Luis Eduardo Santamaría, Efraím Bonilla, Álvaro Murcia, Pablo Gómez Martínez, Ernesto Andrade Valderrama y Jaime Saravia. Hospital San Juan de Dios, Universidad Nacional de Colombia: ventrículo izquierdo del sagrado corazón de la medicina colombiana, cuyos latidos aún retumban en nosotros. Aquí aprendimos que la medicina también enseña a despedirse con gratitud y con dignidad.

Recuerdo aquella mañana en que acompañé a Ricardo en su primera cita al pulcro y minimalista consultorio de García Duperly en la Fundación Santa Fe de Bogotá, que junto con su amplia sonrisa y su apacible y noble mirada empezamos a añorar nuestro viejo hospital la Samaritana. Digo nuestro porque yo también tuve el inmenso honor de pasar por esa noble casa de salud y de educación, como jefe de su Departamento de Cirugía.

Figura 5. Como jefe del Departamento de Cirugía del Hospital Universitario de la Samaritana de Bogotá, junto al eminente profesor de profesores Álvaro Caro Mendoza, patriarca venerable de la cirugía colombiana, cuya semilla imperecedera, sembrada en los muros centenarios de ese sanctum sanctorum de la ciencia médica, forjó el bisturí y el temple de acero del alma quirúrgica del doctor Rafael García Duperly, quien bebió la savia elaborada directamente del cuenco de la mano del gran maestro.

Átropos no ha dejado de matar.

Aunque esta vez, su tijera mortal rondó su lecho con sigilo, no pudo ejercer su oficio. La ciencia y el arte en manos de médicos como Rafael García Duperly ha comprendido que la diosa de la muerte, la retención del alma en el cuerpo y la macrobia son un tema técnico.

*** Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra (1189–1199), murió el 6 de abril de 1199. Durante el asedio de un castillo en el sudoeste de Francia sufrió una herida tonta en el hombro izquierdo causada por una flecha enemiga: apenas un rasguño en los tejidos blandos, aparentemente inofensivo, que se infectó y derivó en gangrena. Murió séptico, quince días después, a los 41 años de edad.

Tendrían que pasar casi mil años para que las heridas tontas dejaran de matar a la gente. Ricardo, el nuestro —como todos los humanos modernos— contamos con la bendición de la anestesia, la higiene de las heridas, los antisépticos, la esterilización de los equipos, los antibióticos y, de ñapa, la cirugía mínimamente invasiva y enormes cirujanos consagrados.

¡Salud por Ricardo Gutiérrez, quien ha vuelto a caminar la senda de la vida con renovada esperanza!

Fonseca, La Guajira 25 de marzo 2025

marzo 27, 2025

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