Debido al aumento en la prevalencia de enfermedades crónicas asociadas a hábitos nutricionales, el etiquetado frontal se ha convertido en una herramienta educativa para que el consumidor tenga información clara y visible a la hora de seleccionar mejores alimentos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), en el 2004, presentó la Estrategia Mundial de Régimen Alimentario y Actividad Física, en la cual se reconoció el alcance de la alimentación como factor protector contra las Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ECNT).
Dentro de sus líneas de acción para promover hábitos saludables, instó a los Gobiernos a adoptar medidas regulatorias, como el etiquetado, argumentando que los consumidores tienen derecho a recibir una información exacta, estandarizada y comprensible sobre el contenido de los productos que consumen para tomar decisiones beneficiosas.
Una década después, en 2014, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) estableció el Plan de Acción para la Prevención de la Obesidad en la niñez y la adolescencia, para el cual exhortó a los gobiernos a elaborar y establecer normas para el etiquetado en el frente del envase con el fin de identificar los alimentos de alto contenido calórico y bajo valor nutricional de manera rápida y sencilla.
De esta forma, la población se entera acerca del contenido excesivo de nutrientes que se han relacionado con la aparición de Enfermedades Crónicas No Transmisibles y puede disminuir el riesgo.
Según Patricia Savino Lloreda, nutricionista dietista, miembro asociado de la Academia Nacional de Medicina (ANM) y directora general del Centro Latinoamericano de Nutrición (CELAN), el etiquetado frontal es una estrategia costo efectiva para disminuir el consumo de nutrientes críticos (sodio, azúcar, grasas saturadas, grasas totales y ácidos grasos trans) que influyen en el desarrollo de enfermedades crónicas.
“Las estrategias que han demostrado ser más efectivas en la mejor elección de alimentos, son aquellas simples y llamativas, que no requieren habilidades matemáticas y toman poco tiempo para ser interpretados. Se sabe que las decisiones de compra en una tienda de alimentos se toman en pocos segundos. Por tal motivo, los sistemas de etiquetado frontal que captan rápidamente la atención y facilitan el procesamiento de la información son los preferidos, dado que requieren muy poco esfuerzo cognoscitivo”.
Por otro lado, para Juan Camilo Mesa Pinilla, nutricionista dietista y microbiólogo, el problema del actual etiquetado, llamado GDA, que aún está vigente en Colombia, es que tiene como referencia a un adulto europeo que, por supuesto, difiere en estatura, contextura física, predisposición genética y estilo de vida.
“Cuando vemos que los aportes de nutrientes están basados en una dieta de dos mil kilocalorías, en realidad informan acerca de aporte en nutrientes más alto del estimado para la población colombiana. Esto lleva a una ingesta calórica por encima de los requerimientos diarios reales. Incluso, si quisiéramos calcular el aporte real para la porción consumida, tendríamos que ir con calculadora en mano al supermercado. Países de Latinoamérica como Chile (pionero), México, Uruguay y Perú han implementado el etiquetado frontal de forma efectiva y positiva. Por supuesto, al ser Chile el primer país en implementarlo, la mayoría de estudios sobre su efectividad vienen del país austral.”.
Con respecto al impacto esperado, agrega la nutricionista Savino, el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile (INTA) señala que esta iniciativa puede mejorar la comprensión nutricional de la población y modificar conductas alimenticias. Pero para evaluar el efecto de su implementación sobre la salud se necesita más tiempo para lograr evidenciar cambios en la dieta y de obesidad. Otros estudios consideran que el etiquetado frontal produciría una disminución significativa del peso, mejoras sustanciales en el consumo de nutrientes y una reducción del riesgo cardiovascular”.
Una etiqueta vale más que mil palabras
El etiquetado frontal de advertencia ha sido una iniciativa premiada por las Naciones Unidas como una medida eficaz para enfrenar las enfermedades crónicas no transmisibles. Así mismo, representa una oportunidad para que las industrias desarrollen y extiendan la oferta y la demanda de productos recomendados como parte de una alimentación saludable.
El exceso de peso se ha convertido en un problema de salud pública en todas las edades. En Colombia, durante la década del 2005 al 2015, los adultos tuvieron un incremento del 10,6 puntos porcentuales, con prevalencia de exceso de peso que pasó del 45,9 al 56,5 por ciento; los niños entre cero a cuatro años tuvieron un aumento del 1.5 por ciento (4,9 a 6,4 por ciento) y en los adolescentes ese incremento fue del 5.4 por ciento (12.5 a 17.9 por ciento).
La Encuesta de Salud Nutricional y Alimentaria en Colombia (ENSIN, 2015) evidenció que el 56,4 por ciento de los adultos tiene sobrepeso u obesidad, y que uno de cada cuatro niños en etapa escolar presenta la misma condición.
Esas cifras resultan aterradoras y muy preocupantes porque el exceso de peso es la puerta de entrada para las enfermedades crónicas, afirma Patricia Savino Lloreda, nutricionista dietista, miembro asociado de la Academia Nacional de Medicina (ANM) y directora general del Centro Latinoamericano de Nutrición (CELAN).
“En consecuencia, esperamos que estrategias como el etiquetado frontal ayude a controlar la condición nutricional de la población, ya que los estudios indican que el consumo de golosinas, gaseosas, te o refrescos y alimentos de paquetes tienen una alta prevalencia y frecuencia en los colombianos en todos los grupos de edad. Hay que mencionar que el exceso de peso es solo una forma de presentación de malnutrición y que nuestra sociedad está expuesta a doble o triple carga nutricional, es decir que, en una misma persona, en una familia se pueden encontrar diferentes estados nutricionales, por ejemplo: una niña entre los 5 a 12 años puede presentar retraso en talla, sobrepeso y deficiencia de hierro”.
Si bien la etiqueta frontal puede influenciar la elección de alimentos, la decisión sobre compra de determinado producto está determinada por factores propios del individuo y su entorno.
Para la Nutricionista Savino, decidir qué se come y cuánto se come es un comportamiento basado en hábitos; es decir, conductas aprendidas que se realizan de manera frecuente. Los hábitos se adquieren a edades tempranas y es en la infancia donde se definen los alimentos de preferencia de acuerdo con el entorno en el cual en niño se desarrolla.
“En algunos países, como Noruega y Finlandia, desde hace varias décadas se han incorporado clases de educación en nutrición y alimentación en preescolares y escolares con el fin de brindar conocimientos y crear conductas repetitivas en ambientes sociales y académicos”.
Además, para Juan Camilo Mesa Pinilla, nutricionista dietista y microbiólogo, el etiquetado frontal debe venir acompañado de otras políticas de salud pública, ya que por sí solo no tendría el impacto esperado.
“Una de esas medidas importantes sería el dejar de vender ultraprocesados en entornos escolares, teniendo en cuenta que los hábitos alimentarios se forjan desde la niñez y que a pesar de ser un país con vocación agrícola, en Colombia no se consumen suficientes frutas y verduras, alimentos que están a disposición todo el año y que cuando están en temporada son más económicos. De otra parte, se debe pensar en impuestos saludables y en la forma de prevenir el uso de personajes animados en empaques y premios (juguetes) por la compra de comida chatarra. Y no se puede pasar por alto la importancia de fomentar la actividad física a cualquier edad”.
Entre la oferta y la demanda de productos saludables
En América Latina ocho de cada 10 personas mueren por alguna ECNT y lo peor es que el 35 por ciento de esas muertes son precoces y ocurren en personas entre 30 y 70 años, datos revelados por la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Varios informes de la región indican que la industria de alimentos y bebidas ultraprocesados se ha opuesto sistemáticamente a la aprobación de este tipo de etiquetado, aludiendo factores económicos y de implementación, explica Savino.
“Los argumentos son que el etiquetado frontal resulta una medida discriminatoria y perjudicial para la economía, puesto que incrementa los costos tanto para los fabricantes, como para los importadores y minoristas. Los industriales dicen que afecta el comercio internacional y se convierte en un obstáculo al libre comercio, en vista de que los principales socios comerciales aún no utilizan etiquetas frontales con advertencias nutricionales. A su vez consideran necesario establecer un período de incorporación gradual y contar con recursos financieros y técnicos suficientes para apoyar la adopción de las normas y regulaciones de advertencias nutricionales, considerando que las pequeñas empresas necesitarán más tiempo para cumplir con la norma”.
Los efectos que se han visto y que han sido documentados en la literatura científica se relacionan con la reducción en el consumo de ultraprocesados, sobre todo de bebidas azucaradas.
A largo plazo el impacto será visto en las cifras de prevalencia de enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, hipertensión arterial, algunos tipos de cáncer, enfermedades cardiovasculares, agrega el Nutricionista Mesa.
“Recientes análisis efectuados en Chile y México han mostrado que el nuevo etiquetado de advertencia no afectó la economía ni el empleo; por el contrario, se convirtió en un estímulo para incentivar el cambio, tanto en las personas como en la industria a la hora de consumir y producir productos con menos sodio, azúcar y grasas trans. Con la experiencia de estos países de América Latina, es posible que en Colombia las empresas se motiven a fabricar productos más saludables como resultado del cambio de comportamiento de los consumidores y de la demanda de productos. En Europa no hay precedentes en esta medida, pero se encuentran alternativas, como es el caso de España, que está por reglamentar el Nutriscore, un sistema poco efectivo, ya que se basa en brindar una calificación al producto dependiendo de sus ingredientes y en este caso, nutricionistas locales han controvertido la medida, ya que, por ejemplo, el aceite de oliva, que es un aceite muy saludable, tendría una calificación baja al ser alto en grasas (que son de buena calidad) y una bebida soda con cero calorías (que contiene edulcorantes no recomendados para niños y cuyos efectos a largo plazo en la salud se desconocen con claridad), tendría una buena calificación”.
Consumidores empoderados que saben mercar
Las ventas de “comida callejera” también suponen un reto importante, pues aparte del valor nutricional, algunos alimentos vendidos en estos lugares representan un riesgo para la salud. Se trata de tener cada día consumidores más empoderados para que sean conscientes del impacto que cada alimento puede tener sobre la salud, señala Savino.
“En cuanto a la selección de la dieta de acuerdo con el presupuesto familiar, sorprendentemente los estudios revelan que es muy similar en población con bajo y con alto índice de pobreza; según las cifras, el 68 por ciento de la población con bajo índice de riqueza consume gaseosas con una frecuencia de 0,4 veces por semana, y en la población con índice de riqueza más alto se observa un consumo en el 66,9 por ciento de la población con una frecuencia de 0,4 veces por semana. Paradójicamente el precio por porción de las frutas y verduras cuando se eligen aquellas de cosecha y disponibilidad en la región, es menor que el de las bebidas gaseosas. En otras palabras, son varios los factores que influyen en la selección de los alimentos, pero el que más incide es el desconocimiento y no el valor”.
Uno de los principios de la alfabetización para la salud es que la persona, además de atender a las recomendaciones del personal sanitario, tenga la capacidad de discernir la información que sea apropiada y verás para poder adoptar un estilo de vida que se ajuste a las necesidades personales, puntualiza la experta Savino.
“Trabajar de manera integral en la producción y selección de alimentos saludables debe ser una prioridad para todos, desde los entes de control al momento de emitir permisos o normas para la producción de alimentos en condiciones que favorezcan la salud en las personas, las entidades de educación en donde se incorpore la educación en alimentación saludable como un insumo para que se tomen decisiones con base en conocimientos, y las entidades de salud en donde se fortalezcan estilos de vida saludable desde los programas de promoción de la salud y prevención de la enfermedad”.
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