Raíces cubanas del son y el béisbol en el Caribe colombiano
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Raíces cubanas del son y el béisbol en el Caribe colombiano


“Hace tiempo que en mi mente existía un viejo compromiso de componer un son.” — Emiliano Alcides Zuleta Díaz, en “Mi hermano y yo”

“También componíamos sones pa´ bailá muerto, como ‘Julia te arretiraste’ o ‘La Reina de los Jardines’.” — Rafael Cassiani, maestro tamborero de Palenque

“Canto mis canciones con sentimientos para mi pueblo, el cual es la cuna de Chema Gómez aquel pionero, el que abrió las puertas a este folklor que ha querido mucho desde el día que hiciera el bello son del ‘Compai Chipuco’”.  —Carlos Huertas Gómez, en “Así es Fonseca”.


Por Stevenson Marulanda Plata


Figura 1. Los cubanos llegaban con su equipaje repleto de pelotas de béisbol, gorras, guantes, bates, guitarras, claves, marímbulas, bongós y güiros.

Palenque de San Basilio, la cuna del son en Colombia

En Palenque de San Basilio, el primer pueblo libre de América, a tan solo una hora de Cartagena, en la franja que bordea el Canal del Dique, yace una tierra de historia y gloria: la patria del legendario campeón mundial Kid Pambelé. Este corregimiento del municipio de Mahates, cuna de los “bailes cantaos” lumbalú y bullerengue, resplandece también por su vibrante tradición sonera, influenciada por el son cubano.

El valle, que se extiende entre la margen izquierda del Canal del Dique y los alegres Montes de María (Figura 2), es una franja marcada por la historia de la resistencia de los negros cimarrones al dominio español y por los “bailes cantaos” “son de negro” y “chalupa, además de “lumbalú” y “bullerengue” ya mencionados. En esta región, que hoy alberga los pueblos de Maríalabaja, Mahates, Malagana, San Basilio de Palenque, San Pablo, Sincerín, Gamero y otros, se erigían desde el siglo XVII enormes haciendas de poderosos señores, aún con vestigios del antiguo régimen feudal.

Estas fértiles tierras eran explotadas con ganadería, cañaduzales y moliendas de trapiches que producían miel, panela y melaza. Esta última se vendía a los innumerables alambiques de la región para la producción de ron. Incluso dentro del recinto amurallado, existía un alambique que destilaba un ron conocido como Regeneración.

A comienzos del siglo XX, tras el fin de la Guerra de los Mil Días, el gobierno de Rafael Reyes (1904-1909), decidido a recuperar la economía devastada por la posguerra, se propuso revitalizar el país. Para ello, presentó ante el Congreso colombiano una nueva estrategia de recuperación, orientada a promover “menos política y más administración.”

De este modo, los hermanos Fernando y Carlos Vélez Daníes, pertenecientes a una destacada familia de industriales costeños, se interesaron en el jugoso y lucrativo negocio internacional del azúcar. Con el respaldo del Gobierno, construyeron un ingenio para producir azúcar refinada destinada a la exportación. Así nació el ingenio Central Colombia, edificado en la primera década del siglo XX en terrenos de Sincerín, hoy corregimiento de Arjona. (Figura 2).

“Su telegrama del día ocho es todo un programa: menos política y más administración; es decir, basta ya de latines y de idealismos y ocupémonos en desarrollar nuestras grandes riquezas. Agricultura, inmigración, caminos, trabajo, paz y concordia, es lo que pide Colombia, y lo que sus viejos amigos esperan de Ud. Salúdolo, amigo, Carlos Vélez Danies”

Marconigrama de Carlos Vélez Daníes en agradecimiento al presidente Reyes.

El son y el azúcar

Cuba fue, por excelencia, uno de los mayores productores de azúcar del mundo, y los cubanos, los expertos indiscutibles en su industria. Así, el valle de los negros cimarrones se llenó de ingenieros, asesores técnicos y administradores que arribaban desde la isla caribeña. Estos isleños, alegres y deportistas, desembarcaban con sus maletas cargadas de pelotas de béisbol, gorras, guantes, bates, guitarras, claves, cuatros, marímbulas, bongós y güiros. En sus ratos libres, organizaban juegos de béisbol, y por las noches de ocio, entre tragos de ron, interpretaban el son cubano, que por entonces arrasaba en su patria. Así fue como el béisbol y el son cubano echaron raíces en Colombia. (Figura 1)

Sincerín, un pueblo que en su momento fue pionero en la producción de azúcar junto con el Valle del Cauca, hoy no es más que un vecindario empobrecido y abatido por la desesperanza. Mientras tanto, los ingenios azucareros del Valle del Cauca se han convertido en empresas prósperas y exitosas. El ingenio Central Colombia, emblema de aquella bonanza, cerró sus puertas en 1950.

La pasión por el son en Cuba dio lugar a la creación de una institución musical emblemática: los sextetos, agrupaciones compuestas por seis talentosos músicos. Entre ellos, uno de los más célebres fue el Sexteto Habanero, fundado en La Habana en 1920. Tal fue el entusiasmo que los isleños despertaron entre los palenqueros, que en 1928, inspirados por sus ídolos cubanos, decidieron crear su propio sexteto: el primer grupo de son en Colombia, al que llamaron el Sexteto Habanero de Palenque, en homenaje al legendario conjunto cubano. De este modo, con ingenio y dedicación, fabricaron sus propios instrumentos: marímbula, tambores, maracas, claves, güiros y guacharacas. El Sexteto Habanero de Palenque fue fundado por la dinastía tamborera de Palenque, representada por los Valdés y los Salgado, los inmortales Batata.

Vestigios rituales ancestrales del Congo y Angola

Manuel Valdés Simancas, conocido como Simacongo, era un anciano tamborero, un negro de Palenque de la legendaria dinastía Valdés. De joven, trabajó como obrero en el Central Colombia; ya en su vejez, se convirtió en el organizador de los rituales y prácticas mortuorias de San Basilio de Palenque. Como miembro del Cabildo Lumbalú, un consejo de ancianos vestigio ancestral del Congo y Angola—las tierras de origen de la mayoría de los palenqueros—, Simacongo tenía la responsabilidad de velar por las necesidades espirituales de su comunidad, preservando así tradiciones que sus ancestros trajeron desde el otro lado del Atlántico

El Sexteto Tabalá de Palenque de San Basilio (1,2)

Rafael Cassiani, palenquero e integrante del Sexteto Tabalá de Palenque, quien trabajó como obrero junto con Magín Díaz (quien se atribuyó la autoría de “Rosa que linda eres”), cuenta:

 “Aquí no se podía hacer ningún entierro sin un grupo de sexteto. Primero llegaban las viejas del cabildo con sus cantos funerarios y los tambores del baile é muerto, luego íbamos nosotros. Cada vez que haya un difunto el maestro Simanca venía a buscarnos; él traía su marímbula y nosotros conseguíamos para ahí unos tambores, unas cautas, lo que fuera… y nos ajuntábamos y tocábamos pa´ la familia del muerto; también componíamos sones pá bailá muerto, como “Julia te aretiraste” o la Reina de los Jardines”. A veces uno empezaba a cantá, y soltaba el llanto también, eso era todo el mundo a llorá. En esa época el grupo no existía propiamente, nosotros solo nos reuníamos pa´ los entierros; pero yo le dije al maestro Simanca: “Compadre, ¿por qué no hacemos un grupo musical pa´tocá por donde sea? Así empezamos con el Sexteto Tabalá y aquí está el sexteto dando clavo pa´ toda la América”.

Figura 4. Sexteto Tabalá de Palenque de San Basilio (1)

Así nació el Sexteto Tabalá, fundado en la década de 1930 por Manuel Valdés Simancas, Simacongo. Los instrumentos del Sexteto Tabalá incluyen guacharaca, clave, maracas, marímbula, tambor macho y tambor hembra. Su repertorio abarca, por supuesto, el son cubano, pero también interpretan ritmos como el son de negro, son de pajarito, rumba, bolero, guaracha, bullerengue, chalupa, rituales de lumbalú, maestranza, tambora, merengue campesino, porro, tambora y fandango cantao.

La historia del son habanero “Rosa, que linda eres” (3)

Narrada con finos y precisos detalles históricos y con un rigor investigativo impecable en este video (3), esta historia es un ejemplo más de la profunda y silenciosa penetración cultural de la Cuba prerrevolucionaria en el Caribe colombiano. Es una historia que, a mi parecer, no ha sido suficientemente valorada por los historiadores de nuestra cultura caribeña, especialmente por aquellos que estudian la música vallenata.

Este son, “Rosa, que linda eres”, según relata el narrador Josedavido, es obra del cubano Gerardo Martínez Vivero y fue grabado por primera vez en La Habana en 1918 por el Sexteto Godínez, que en 1920 se convertiría en el legendario Sexteto Habanero. Tal como expone el cronista investigador Josedavido, este son cubano transformado en Gamero por Magín Díaz en una chalupa —uno de nuestros dieciséis “bailes cantaos”—, y más tarde, en el mismo Gamero, fue Irene Martínez quien, en los años 80, lo interpretó magistralmente como un bullerengue, otro de nuestros exuberantes ritmos negros con alma metastásica de África occidental, que resonaron en el cielo cimarronero en América.

Figura 2. Mapa de la región de la música negra tradicional llamada bailes cantaos: son de negro, chalupa, lumbalú, bullerengue y son corrido.

“Nandito el Cubano” y Luís Pitre

Es bien sabido en estas tierras de Dios, como quien recita un verso aprendido de memoria, que por aquí anduvo un jovencito acordeonero, con un rústico y arcaico acordeón terciado en el pecho, montado en un burro errabundo, tocando sones cubanos, mazurcas, polkas y fox-trot. Era Fernando Rivero Bautista, quien, persiguiendo el olor de la caña, el tabaco, el ron y el amor, se vino a vivir a la cara guajira de la Sierra Nevada de Santa Marta. Aquí, en el romántico paisaje arhuaco de Marocaso, en 1907, se unió en matrimonio con Helena Mendoza Mejía, acunada por los acordes de los acordeones, hermana del legendario acordeonero raizal Julio Mendoza Mejía, padre del célebre Colacho Mendoza Daza.

“Nandito el Cubano”, como le decían por estas vecindades, nació junto con el son en la mítica provincia de Oriente, Cuba, a finales del siglo XIX, en el pueblo de Manzanillo, cerca de Santiago. Fue él quien enseñó a Luis Pitre a tocar el acordeón. Juntos, se emborrachaban en correrías por los pueblos y rincones polvorientos de la provincia de Padilla, tocando sones, polkas, mazurcas, valses, fox trot y esa música remota que en la tarde del siglo XX se empezaría a conocer con el nombre de vallenato, el gentilicio pobre de los valduparenses.

Así, en medio de aquellas reuniones etílicas y machistas, llamadas cumbiambas —los ancestros de nuestras típicas parrandas provincianas—, se libraban duelos interminables donde el ánimo y el orgullo, armados con sus mejores versos y melodías, ardían en una competencia feroz por ser el mejor. La memorable cumbiamba de Treinta, protagonizada por estos dos juglares y Francisco el Hombre, todavía llena de ecos el aire de la comarca de Padilla y resuena nostálgica en el corazón de esta tierra de cantores.

La cumbiamba —también conocida como gaita y más tarde como parranda— fue la institución primigenia que cimentó, estructuró y dio solidez a la música que hoy conocemos como vallenato. Fue el motor de arranque que puso en marcha este folclor de El Valle, la base sobre la cual, al fuego lento de los tiempos, se ensamblaron los instrumentos rítmicos con los melódicos y luego con el canto. Fue la chispa que encendió la pasión por el canto, la composición, la música y los amigos parranderos. De esta manera, la parranda vallenata era un arte y un oficio. De esa fuente bebieron Leandro Díaz, Chico Bolaño, Luis Enrique Martínez, Pablo López Gutiérrez el viejo, sus hijos y sus hermanos, Carlos Huertas y los otros históricos juglares de su Cantor de Fonseca; Hernando Marín, los dos Emiliano, Moralito, Rafael Escalona, Toño Salas, los Durán Diaz, Colacho Mendoza, Escolástico Romero, Chema Ramos, Isaac Carrillo, Romualdo Brito, y tantos otros que se me escapan.

Para ellos, la palabra “son” era sinónimo de “canción”, una expresión viva de la narrativa y la memoria del pueblo.

“¿Por qué razón dicen que nuestro son viene de Cuba y no del Paso, Cesar?” —pregunta Beto Murgas en Nativo del Valle.

Beto tiene razón. El aire de son que identificamos como uno de los cuatro más representativos de nuestro folclore no tiene un origen cubano, aunque su nombre sí vino de allá.

Cada día me convenzo más de que la palabra son, tan recurrente en la música negra del Caribe colombiano y en el vallenato, es un regalo lingüístico que nos llegó desde Cuba. La cronología de la influencia azucarera en los bailes cantaos de la región del Canal del Dique y los Montes de María, que se extendió hasta los pueblos de la Depresión Momposina —donde en San Martín de Loba, El Banco, Chimichagua, Plato, Magangué y Tamalameque se cultiva otro son, el son de pajarito—, es una prueba irrefutable que respalda la idea de que este vocablo zarpó de Cuba a principios del siglo XX, junto con el béisbol, el güiro, la marímbula, las claves, las maracas y los bongós.

De este modo, la palabra “son”, como la verdolaga playera, se extendió por todo el protoplasma musical que nutre las tierras esparcidas ante las tres caras de la imponente Sierra Nevada, que se alza en el corazón de este gran Macondo nuestro de cada día. (Figura 2)

REFERENCIAS

1. La Historia contada por Rafael Cassiani – Trailer  documental 2021. https://www.google.com/search?sca_esv=4d8d0b367783d084&sca_upv=1&rlz=1C1CHBD_esCO1074CO1097&q=Julia+te+arretiraste+Rafael+Cassiani&tbm=vid&sour

2. Sexteto Tabala: La reina de los jardines. https://www.google.com/search?q=La+reina+de+los+jardines+Rafael+Cassiani&sca_esv=4d8d0b367783d084&sca_upv=1&rlz=1C1CHBD_esCO1074CO1097&ei=2kbC

3. Rosa, qué linda eres. Crónica de Josedavido sobre un son habanero transformado en música negra cimarrona en los bailes de cantaos, chalupa y bullerengue. https://youtu.be/jRDJ9XfOq68

agosto 29, 2024

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