Mataron a Galán, se mató Marín, y a José Hilario, Alzheimer le jackeó la cabeza y lo dejó como si no existiera, le robó toda la memoria. A los tres, en su mejor momento, los sorprendió la muerte.
Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente Colegio Médico Colombiano
“Galán presidente”, jingle que Marín y José Hilario hicieron para su campaña presidencial de 1982. Cortesía de José Hilario Gómez Jr. “El Pavo”; Stevenson Marulanda Plata.
El narcotráfico, huevo de pájaro cuco
Alboreaba una de las décadas más sangrientas en este país. El narcotráfico, como huevo furtivo puesto por el criminal pájaro cuco en los nidos de las ramas más altas de la élite colombiana se había empollado, y su gigante pichón, como una hidra inmensa, más grande que sus ingenuos padres adoptivos, creció y creció, y se convirtió en un monstruo de mil cabezas, y los políticos se volvieron narcos y los narcos se volvieron políticos, y los narcos y los políticos se volvieron militares y trajeron mercenarios, instructores de guerra y terrorismo, de Israel, Inglaterra y España, y con la consigna de que el Estado era débil y había que ayudarlo a proteger la democracia y las instituciones, empezaron a matar comunistas, y a todo lo que se les pareciera.
Así, por comunistas, exterminaron a bala a todo un partido político entero.
Así, desplazaron de sus tierras y asesinaron a millares de campesinos.
Así, se apoderaron del débil Estado, de la democracia y de sus instituciones.
Así, fueron dueños, amos y señores de la corrupción en Colombia.
Así, mataron a cuatro candidatos presidenciales. Luís Carlos Galán Sarmiento del Nuevo Liberalismo, su peor enemigo, fue uno de ellos. Ernesto Samper Pizano, herido de muerte, fue salvado por mis profesores de La Hortúa.
De igual manera, los viejos y nuevos ejércitos subversivos comunistas también empollaron y emplumaron sus propios huevos de ave cuco en las ramas de las selva, y con las alas agigantadas del narcotráfico levantaron vuelo de águila imperial.
Así , sembraron minas y su poder terrorífico en todo el territorio nacional.
Así, siguieron secuestrando exponencialmente.
Así, junto con los narcos, por pánico a la extradición, quemaron el Palacio de Justicia.
Así, dejaron a medio país en estado de ilegalidad.
Así, se estabilizaron en Colombia la guerra, la inseguridad, la corrupción, la compra de votos, la miseria y la desesperanza.
“Prefiero las guitarras a las ametralladoras”
Dijo un pobre procurador general de la Nación antes de caer abatido por quince disparos de fusil en la cabeza.
En abril del 84, mientras “El Pangue” Maestre se coronaba Rey Vallenato en la mítica Plaza Alfonso López en Valledupar, caía muerto en el norte de Bogotá un ministro de justicia. Un gobernador, magistrados de altas cortes, cientos de jueces, investigadores judiciales, policías, soldados de la Patria, periodistas honestos ¾el director y la sede de un periódico liberal muy importante de la capital¾, y población civil, sufrieron la misma suerte. Un avión comercial de los grande con cupo completo, estalló en el aire, cero sobrevivientes.
Plena bonanza marimbera.
A la Guajira, graduado de médico general en la Universidad Nacional de Colombia, llegué en abril de 1980, nos habíamos graduado el 22 de febrero de ese año. Todos los semestres clínicos, incluyendo el internado rotatorio, lo hice en el extinto Hospital San Juan de Dios de Bogotá. La Hortúa, le decían.
Era plena bonanza marimbera, después degeneró en cocainera. Hoy sus huellas y secuelas están en todas partes de la Península, y en Colombia, todita.
Llegué en el mes de las chicharras a hacer el año rural en el Hospital San Rafael, en San Juan del Cesar, el del rio de arenas blancas, como la sanjuanerita de Marín, y de “de aguas diáfanas y piedras como huevos de dinosaurios”, al decir del Nobel.
Esa tierra, San Juan, la de mi mamá, y sus montes y veredas vecinales, son tierras de poetas cantores, juglares campesinos, que después, cuando el vallenato cogió mucha fama, algunos fueron rutilantes artistas de noches brillantes y espectáculos masivos, citadinos y frenéticos.
Otros, en el monte, seguían siendo juglares cancioneros, campesinos elementales hasta el día de su muerte. Ellos, de la corriente mansa, desde la orilla, alimentaban la fama y la corriente torrentosa y vertiginosa del estrellato, y seguían y seguían haciendo poesías cantadas para que otros inmortales: Diomedes, Colacho, Juancho Rois, Jorge Oñate, Zuletas, Israel Romero, Rafael Orozco, Silvio Brito, Beto Zabaleta, y hasta Silvestre Dangond hoy, las cantaran y tocaran, y se lucieran por el mundo.
Hernando Marín, el que cantaba llorando.
Uno de estos campesinos parranderos fue este hombre que está cantando aquí con su guitarra. Lo encontré en San Juan enamorado de un monumento estatuario, una hermosa morena de pelo azabache ensortijado de dientes de marfil y sonrisa sensual acariciante, auxiliar de enfermería del Hospital San Rafael, que caminaba investida de dos majestuosas autoridades, dos musculosas y casi eróticas piernas, bien entalladas en una cintura de abeja real.
La amistad fue “prima facie”. A primera vista. ¡Claro! A pleno día cualquiera, llegaba con su guitarra en el pecho a cantarle sus canciones a Delfina, ¡y claro!, yo loco enamorado del vallenato, del cual sufrí deprivaciones en el frio del hospital capitalino y sus agrisados temperamentos capitalinos, las cogía para mí, y las oía con ella y con todo el hospital, que se alborotaba y esperaba ansioso las serenatas de Marín. La mayoría de veces eran cantos nuevos, recién hechos por él, no le gustaba repetir, y que estuvieran grabados menos.
Se mató en un accidente de carro, el 5 de septiembre de 1999.
Las mejores parrandas de mi vida fueron con mi primo José Hilario Gómez Toncel, el hijo de mi Tía Mati, (Matilde Toncel Marulanda), acompañado de este andariego musical que se llamó Hernando José Marín Lacouture.
Anduve con ellos por las sonrientes Sabanas de La Junta del Cacique Diomedes y por las de Leandro el ciego -esas de El Plan- las que él vio, con sus propios ojos, reír cuando Matilde caminaba.
Anduvimos con Lucho “El culón” y Pablo Ariza, sus guitarras compañeras, por el Manantial de Cañaverales, por el Kiosko de Parodi en San Juan, por Urumita, la tierra a que Moralito no le daba la gana de recordar desde aquel día en que le cayó una gota fría, por las del Cantor de Fonseca, de Chipuco de Chema Gómez y de El Hatico de Luís Enrique Martínez, por Villanueva, donde se acunaron los mejores acordeones del mundo, por La Jagua de Marquesote, de Manjarrez, y por tantos y tantos otros recuerdos de mi feliz año de médico rural. Sin lugar a dudas el mejor año de mi vida.
¡Ay hombe!
Mataron a Galán, se mató Marín, y a José Hilario, Alzheimer le jackeó la cabeza y lo dejó como si no existiera, le robó toda la memoria. A los tres, en su mejor momento, los sorprendió la muerte.
¡GRACIAS MARÍN, GRACIAS JOSÉ HILARIO, GRACIAS GALÁN, NOS HAN HECHO FALTA, MUCHA FALTA, MUCHÍSIMA FALTA.
Stevenson Marulanda Plata – Bogotá septiembre 10 del 2023
Buenísima la crónica del Dr Stevenson; otra forma de ver la vida en la Guajira, que NO es solo po eeza y malas noticias..
Dr Marulanda que hermoso escrito dé amigo paisano dé médico como sí tres vidas quisiera salvar.
Pero se fueron adiós no volverán en su mente están para ayudarte a recordar también fueron mis amigos mis paisanos mis recuerdos