En ocasiones, la autocorrección no opera en ciertos académicos muy conservadores y con mucho poder; al verse amenazados en sus creencias pueden recurrir al autoritarismo y perjudicar enormemente a quienes los desafían mediante ataques personales o *ad hominen*.
Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente del Colegio Médico Colombiano
Leyendo Nexus: Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA, me impactó profundamente esta reflexión de Yuval Noah Harari en la página 153 que dice: “Es cierto que, a veces, el hecho de que un académico se oponga a la visión ortodoxa de su disciplina puede tener consecuencias negativas: artículos rechazados, ayudas a la investigación denegadas, *ataques ad hominem* desagradables y, en casos puntuales, incluso un despido. No quiero restar importancia al sufrimiento que todo esto provoca, pero, aún así, no tiene nada que ver con soportar torturas físicas o morir quemado en la hoguera”.
Yuval, un genio de la historia, aborda cómo instituciones ultraconservadoras, como las religiones del libro o abrahámicas, al carecer de mecanismos estrictos de autocorrección, establecen barreras al flujo libre de información, ocultando la verdad y difundiendo mentiras y fantasías. Harari explica que el judaísmo, el cristianismo y el islam son instituciones ancladas en la infalibilidad de la palabra de Dios revelada en sus libros sagrados -La Torá, la Biblia y el Corán-, impidiendo así que sus seguidores se alineen con la verdad científicamente comprobada.
En contraposición, se encuentran las universidades y las revistas científicas revisadas por pares académicos. Harari señala que, en estas instituciones, el dogma central es combatir la ignorancia mediante la búsqueda constante de la verdad, el error, la equivocación y el prejuicio a través del método científico. Afirma que a nadie se le otorga un Premio Nobel de Ciencias por repetir literalmente lo ya establecido, como sí ocurre en esas religiones fundamentalistas.
La reflexión de este historiador moderno hace referencia a que, en ocasiones, la autocorrección no opera en ciertos académicos muy conservadores y con mucho poder; al verse amenazados en sus creencias pueden recurrir al autoritarismo y perjudicar enormemente a quienes los desafían mediante ataques personales o *ad hominen*.
Sin embargo, Harari subraya que estos ataques modernos distan mucho de los extremos alcanzados en los inicios de la Edad Moderna, cuando la Inquisición Católica perseguía y quemaba en la hoguera a quienes consideraba herejes.
Harari relata que, durante la segunda mitad del siglo XV, un grupo de frailes dominicos fundó en los Alpes suizos una cofradía dedicada a la caza y exterminio de brujas y brujos. Sus líderes sostenían que existía una gran comunidad anticristiana con un inmenso poder maléfico, capaz de destruir el orden social. Se decía que estas personas adoraban a Satanás, celebraban asambleas demoníacas nocturnas, sacrificaban niños, consumían carne humana, y lanzaban maleficios que provocaban tormentas, epidemias y otras calamidades. La caza de brujas en Europa y luego en Estados Unidos sembró odio contra miles de inocentes, incluidas niñas y niños, quienes fueron torturados y ejecutados sin piedad en la hoguera.
El concepto de *ad hominem* me llamó tanto la atención que inmediatamente consulté a ChatGPT-4, que me explicó lo siguiente:
“El término *ad hominem* es una expresión latina que significa contra la persona’. Se refiere a una falacia lógica en la que se ataca a la persona que presenta un argumento, en lugar de refutar el argumento en sí. En un debate o discusión, un *ataque ad hominem* desvía la atención del contenido o la validez del argumento y se enfoca en aspectos personales o características del interlocutor”.
¿Por qué me llamó tanto la atención esta reflexión de Yuval?
Porque en las conversaciones por redes sociales se ha vuelto común que algunas personas recurran a ataques ad hominem. En este sentido, solo quiero mencionar el difícil debate actual en torno a la necesaria y urgente reforma de nuestro sistema de salud.
La realidad colombiana -incluyendo su sistema de salud- es compleja y difícil de comprender o aplicar pragmáticamente. No existe un texto sagrado -Torá, Biblia o Corán- revelado por Dios a ningún líder político, social, científico, gremial o académico que indique cuál es la mejor hipótesis para preservar la salud de nuestra población. Una ley es una teoría, un hipótesis que pleantea cómo debería actuar una sociedad en determinado asunto.
Acuerdos Fundamentales: una asamblea permanente en búsqueda de un mejor sistema de salud
Acuerdos Fundamentales, una agrupación que reúne a veintiuna organizaciones de salud de Colombia, apadrinada por la Academia Nacional de Medicina y Conformada por académicos, científicos, gremialistas y profesionales de la salud de todo el país, propuso a través de algunos congresistas una hipótesis para reformar nuestro sistema de salud.
Como es natural en. un grupo tan amplio y diverso, el unanimismo no ha sido la norma en este colectivo durante más de tres años de debates técnicos continuos. Las intensas discusiones en Acuerdos Fundamentales se han caracterizado por seguir los métodos de autocorrección liberal de buena fe -como si estuviéramos trabajando para presentar un artículo en una revista científica indexada- y no por una imposición autoritaria, ortodoxa, conservadora y fundamentalista, al estilo de una asamblea inquisidora y cazadora de brujas.
De este modo, la mayoría de las veces hemos superado dudas, tensiones ideológicas, conflictos y desacuerdos y, sin creer en la infabilidad de un texto sagrado revelado, hemos logrado construir nuestra mejor hipótesis legislativa posible para la reforma, que hoy se presenta en el Congreso como el Proyecto de ley 135 de 2024.
Lamentablemente, hemos recibido ataques *ad hominem* y consideramos como una especie de herejes de la salud por parte de algunos líderes de organizaciones gremiales que proponen hipótesis legislativas diferentes a la nuestra.
Ellos, al igual que nosotros, han tenido una preocupación legítima y honrada por el orden social, la salud de los colombianos y la existencia digna de los trabajadores sanitarios. Esto nos obliga a reconocernos mutuamente como legítimos defensores de estos intereses supremos y a encontrarnos en un debate sano, constructivo y sin prejuicios, en el que las ideas y los pensamientos fluyan a través de la autocorrección personal e institucional, como nos enseña la historia relatada por Yuval Noah Harari en Nexus.
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