Un ensayo científico para entender a la humanidad
Actualidad, Opinión

Un ensayo científico para entender a la humanidad


Capitulo XIV


Kant y el cableado cerebral

– Filosofía, Neurociencia, Inmunología y Genética –


Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente del Colegio Médico Colombiano

Immanuel Kant, el filósofo “puro” – 1724-1804

El pesado trascurrir de los lentos siglos, revolucionarios, científicos y modernos, no le dio tiempo para comprobar que el cerebro es una espesa manigua de cables preconfigurados —desde el embrión—, en miles de circuitos neuronales (estructuras cognitivas puras, a priori, o innatas), por donde transita toda su filosofía en forma de datos neurobiológicos, haciendo posible la razón pura, según él, el fundamento universal de la ciencia y la ética, su profecía científica

Asesinos a priori.

La misión congénita —a priori— de un leucocito asesino, cualquiera de los miles de millones anónimos que patrullan 24/7 palmo a palmo nuestros trescientos mil kilómetros de capilares sanguíneos; sin siquiera conocer a su potencial víctima, y sin haber asesinado nunca antes a nadie; es eliminar físicamente (matar) a potenciales invasores extraños —virus, bacterias, hongos, parásitos, células malignas, tejidos impropios—, que pretendan colonizar y apropiarse de un cuerpo que el imperativo inmunológico les exige vigilar, cuidar y preservar sano y salvo.

La moral kantiana de un glóbulo blanco.

Esta capacidad y voluntad natural para matar: autónoma y universal, de todos los leucocitos del mundo —muertos, nacidos y por nacer—, es ética, porque es buena en sí misma para alcanzar el bien común de toda la populosa Nación o ecosistema celular que es una persona, o cualquier animal con sangre como nosotros.

Esta conducta leucocitaria: incondicional, por el deber, innata y congénita, es heredada en sus genes, de sus células madre, y se puede decir que, aunque los leucocitos no tengan cerebro, este comportamiento es inteligente, y por tanto “racional”.

¡Es tan natural!

Este proceder es a priori: no necesita de hacer cursos de inmunología, ni aprender a matar intrusos de otros leucocitos parientes, ni de la experiencia de un contacto previo

Esta manera (a priori) de comportarse los leucocitos asesinos, recibe el nombre de “sistema inmune innato o natural”, a diferencia del aprendido —leucocitos que aprenden a fabricar anticuerpos o balas contra los invasores—, que sí requiere de la memoria de una batalla previa. (Así funcionan las vacunas).

El SIDA.

El SIDA, por ejemplo, es un fracaso de los linfocitos CD4, una compañía de estas matonas células blancas. Pero no es un fracaso kantiano porque no depende de su libre voluntad: una raza de virus malvados los ataca a traición, los debilita y los mata. (Ya se está trabajando en una vacuna contra estos bellacos virus).

Reproductores a priori.

De igual manera, la conducta de todos los ovarios y testículos del mundo, habidos y por haber: —incondicional, por el deber, innata, congénita, universal, autónoma, a priori—, independiente de lo que sientan o piensen sus poseedores, lo mismo que la de los leucocitos matones, es ética y un fin sí misma, cual es producir óvulos y espermatozoides de la mejor calidad reproductiva, y liberarlos en el momento preciso para que se dé su feliz encuentro y la creación de un nuevo ser, a fin de evitar el colapso demográfico de la humanidad.

Lo mismo podemos predicar del gran sistema sexual al decir que es un fin en sí mismo de la biología de la reproducción, y surge del deber inapelable, universal y autónomo de la propia voluntad y propio ser del ADN, cuya obligación natural absoluta e incondicional es replicarse sin cesar, en búsqueda de la existencia eterna de la vida en la Tierra.

Este actuar de leucocitos matones, ovarios, testículos y ADN, es un imperativo natural de obligatorio cumplimiento por el bien de la naturaleza de sus portadores, es decir, una orden natural con fuerza de ley.

El imperativo categórico.

De la misma manera, Kant dice que la ética humana debe basarse en una ley de este estilo, y la llamó Imperativo categórico, o sea, de cumplimiento obligatorio; para diferenciarlo del Imperativo hipotético, que se puede cumplir o no, dependiendo de algunas condiciones expresas.

Contaminación de la filosofía a priori con la infección de la ciencia.

“Las revelaciones más valiosas que surgen sobre la mente humana en este periodo no provienen de las disciplinas dedicadas tradicionalmente al estudio de la mente (como la filosofía, la psicología o el psicoanálisis), sino de una combinación de dichas disciplinas con la biología del cerebro”

Eric R. Kandel – Premio Nobel de Medicina 2000

Santiago Ramón y Cajal, 1852 – 1934. Un tímido, insociable y reservado patólogo, profesor de Anatomía Descriptiva en Valencia, que tenía la manía irresistible de dibujar cuanta cosa veía, descubrió y dibujó a mano las neuronas y sus sinapsis, el dibujo más bello de la ciencia médica.
George Palade (1912-2008), a la derecha, separado y unido con Philip Siekevitz (1918-2009) por un potente microscopio electrónico, quiso para él, diferente a su papá, un profesor de filosofía —seguramente kantiano—, una ciencia no tan “pura”, sino una mundana y práctica, “tangible y concreta”, y huyendo de su natal Rumania de la locura de las guerras imperiales por la hegemonía mundial, migró a Estados Unidos, donde inventó la disciplina materialista de la biología celular molecular. La lente física del microscopio junto con la lente reactiva de la bioquímica, pudieron ver el interior de la célula y desentrañar los misterios y milagros de su íntimo funcionamiento.

El deber kantiano es instintivo.

Sin involucrarse personalmente con el mundo invisible del microscopio  del holandés van Leeuwenhoek, menos con el electrónico, que no conoció; sin saber nada de la electricidad animal recién descubierta por su contemporáneo italiano, Galvani; sin la mínima idea de una neurona y una sinapsis, Cajal, el patólogo español no había nacido; sin conocimiento de las reacciones bioquímicas celulares —Palade el padre de la biología celular nacería 108 años después de su muerte—; sin ínfima idea de los neurotransmisores, descubiertos en el siglo XX; sin resonancia magnética nuclear,menos funcional —son muy recientes—, vivió y murió este prusiano enorme, luminaria del pensamiento a priori, “puro” y abstracto.

De esta manera, el “puro” y aséptico filósofo, —sin ningún contacto con la mundana carne — profetizó en forma abstracta y a priori, a punta de “puras” ideas, solamente observando el comportamiento de sus fríos paisanos nórdicos, leyendo de manera crítica a sus, todavía más abstractos antecesores, encerrado en un cuarto frio de su helada Königsberg, que todos los humanos nacidos y por nacer, nacemos con unas estructuras cerebrales especiales, las cuales contienen la razón de manera congénita, y dentro de ella el deber de obrar bien, y son las que nos diferencian de los animales.

Estas estructuras cerebrales previas al nacimiento, serían las responsables, según Kant, de que tengamos capacidades biológicas mentales innatas para conocer y procesar la realidad del mundo, y actuar por deber y de manera autónoma —solitos, sin que nadie nos lo diga— como un íngrimo leucocito matón, una célula ovárica o testicular o una hebra de ADN, como diría el suscrito; pero a diferencia de estas entidades carnales, otra vez, según el notable y “puro” filósofo, haciendo juicios de valores racionales y moralmente correctos, que nos obliguen a comportarnos innata (genética) y éticamente bien en cada caso que corresponda.

La letra indeleble del ADN.

La razón humana y el pensamiento abstracto, se sabe hoy, vienen escritos genéticamente (a priori) en el ADN del cableado cerebral de las neuronas de la corteza cerebral, y ciertamente, es esta parte del cerebro humano, el que hace posible la ciencia y los juicios racionales.

Crítica a la razón pura.

Lo maravilloso de esto, es que Kant, siendo un filósofo “puro”, intuyó este dispositivo neurológico, sede de la razón humana, y lo predijo en “Crítica a la razón pura”, donde sostiene que el sujeto tiene en su mente una especie de configuración cerebral pura, innata, a priori, semejante a la de los leucocitos asesinos, ovarios, testículos y ADN, que no tienen necesidad de aprender para matar ni hacer bien lo que les toca para reproducirse.

Los cinco sentidos.

Una persona ciega, sorda, sin olfato y sin gusto, ¿sería menos que un gusano?

¿Cómo construye nuestra mente el sentido de la realidad?

Kant utiliza la palabra “sensibilidad” para referirse a la percepción pasiva de la realidad externa del medio ambiente a través de los cinco sentidos —también innatos y preconfigurados a priori— (antes de la experiencia perceptiva, antes del nacimiento), y que luego la mente, de manera activa, convierte en “entendimiento”, o sea, en imágenes: visuales, auditivas, olfativas, gustativas y táctiles.

El gen.

Kant tampoco tuvo noticias de los cromosomas —no conoció ni un solo gen—, ni siquiera alcanzó a oír a Thomas Hardy (1840 – 1928), un poeta victoriano, que cantó a esta unidad de información biológica y de herencia genética este poético ditirambo:

Soy el rostro de la familia:

La carne perece, yo sigo viviendo,

trasmitiendo rasgos y rastros

 de tiempo en tiempo,

y salto de aquí allá

por encima del olvido.

Y, por supuesto, no supo el filósofo del conocimiento a priori (antes de la experiencia) y del deber moral, que el 80% de nuestros genes codifican la mente humana, incluyendo su razón pura y las otras capacidades mentales, como los órganos de los sentidos. El olfato y todo su espectro de olores, por ejemplo, vienen codificados en 155 genes ubicados en el cromosoma 11.

Tampoco supo que hay una ceguera hereditaria por defecto de un exacto gen, el mtND4, que daña el circuito neuronal retina-nervio óptico-cerebro.

Tampoco se enteró de que en la esquizofrenia —la de los juicios locos—, están involucrados unos genes que codifican un matorral de cables cerebrales mal enchufados, debido a una poda sináptica chambona.

Sin embargo, si Kant hubiera leído este párrafo en el libro “Rusia” de Edward Rutherford:

 “Las personas que viven bajo tierra adquieren no solo una palidez cadavérica, sino también un terrible hedor; y fue ese olor, que precedía al padre Lucas, lo que captó el muchacho. Nunca había olido nada igual: en su mente se formó una vaga imagen de arcilla húmeda, carne y hojas en descomposición”.

Hubiera disertado de manera pura, a priori, dicho de otro modo, sin hacer ningún experimento científico, que:

—La palidez cadavérica y la fetidez que precedía al padre Lucas, son realidades que pertenecen al mundo externo, fuera de la mente del muchacho, y al chocar con sus estructuras cognitivas innatas a priori —su vista y su olfato—, se convirtieron en su cerebro en el fenómeno emotivo mental: asco: arcilla húmeda, carne y hojas podridas, y hediondas.

Esta emoción hizo que el muchacho le cogiera asco a la pasión religiosa, apartándolo para siempre del abrazo a los hábitos monacales y de su devota vocación.

El siglo XXI da la razón al filósofo iluminista:

“Las conexiones neuronales entre los ojos y el cerebro se forman mucho antes del nacimiento, para establecer el cableado y los circuitos que permitirán al niño empezar a ver el mundo en el momento en que sale del útero.

“Mucho antes de que se abran los párpados, durante el desarrollo del sistema visual, se producen ondas de actividad espontánea que van de la retina al cerebro, como los bailarines que ensayan sus movimientos antes de una actuación.

“Estas ondas configuran el cableado del cerebro: prueban sus futuros circuitos, fortaleciendo y aflojando las conexiones entre las neuronas”.

Siddhartha Mukherjee, en: “La armonía de las células. Una exploración de la medicina y del nuevo ser humano”. Mayo del 2023.

Fonseca, Riohacha y Valledupar, enero del 2024.

enero 16, 2024

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