Actualidad, Editorial

Raíces y alas de un cirujano del mundo

Biografía de tres metamorfosis: colombiana, anglosajona y filopatria


Por Stevenson Marulanda Plata. Presidente de Colegio Médico Colombiano

«Por muy alto que vuele y se eleve el águila, siempre regresa a su nido con precisión.»

—Octavio Daza Daza—Mi nido de amor

(Jorge Oñate y Chiche Martínez 1978)


Fundación Foro Quirúrgico Internacional del Caribe

La Fundación Foro Quirúrgico Internacional del Caribe es una epifanía: una aparición luminosa engendrada por el misterioso instinto de filopatría en la voluntad de Toño —ese impulso animal que lo hace volver a su tierra—. 

Es un huevo desovado en el Caribe colombiano, incubado con ciencia, humanitarismo, visión y sentido de Nación.

Su propósito es sembrar la cirugía robótica en Colombia; que la vocación médica, aún en cierne en los jóvenes médicos, estudiantes y residentes, y también en los cirujanos de todas las disciplinas quirúrgicas en ejercicio activo, comprenda que el futuro —ya presente— también les pertenece; que la cirugía robótica no es patrimonio exclusivo de los pacientes del mundo anglosajón, sino parte esencial del derecho fundamental a la salud de todos los colombianos.

Con ese espíritu, la Fundación realizará el 30 de abril de 2026, en Valledupar, el Primer Foro Quirúrgico Internacional del Caribe, un encuentro que reunirá a los más destacados cirujanos miniinvasivos, laparoscópicos y robóticos de América y Europa para compartir su ciencia y sus enseñanzas con los cirujanos colombianos.

Toño, uno de los diez hispanoamericanos más influyentes en Canadá

En 2016, las luces de Toronto sorprendieron a Toño con un reconocimiento que no esperaba: fue elegido entre las diez personas hispanas más influyentes en Canadá, distinción que celebra el liderazgo, los logros y el impacto de los hispanoamericanos que están transformando la vida en ese gran país del norte.

Desde 2007, estos premios —organizados por TLN Media Group, en alianza con la Hispanic Business Alliance— han honrado a más de 160 pioneros que, con talento y perseverancia, han abierto caminos, inspirando a nuevas generaciones y tejido la huella hispana en la historia de Canadá.

Toño con Luis Almagro, secretario general de la OEA — Toronto, 2016.

Toño recibió el galardón en una sesión solemne y emotiva, de manos de Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). El jurado lo reconoció como uno de los diez hispanos más influyentes de Canadá, por su trabajo pionero en innovación quirúrgica y su contribución al avance de la cirugía mínimamente invasiva en ese país. Fuente: TLN Media Group – Top 10 Most Influential Hispanic Canadians

Toño en la gala de los Top 10 Most Influential Hispanic Canadians Awards, recibiendo la distinción. Toronto, 2016.

1973

La monja, enfundada en su riguroso hábito carmelita, con zapatos de cuero prácticos, un enfático escapulario de madera y una hierática voz andina, anunció:

—Que pase la siguiente visita—.

En la penumbra fría de una tarde bogotana, la sala de neonatos prematuros albergaba unas doce incubadoras; solo dos estaban ocupadas. Cada una calentaba un cuerpecito frágil y diminuto, de algo más de mil quinientos gramos. Eran Toño y Chachi —Antonio José y Francisco Javier Caycedo Marulanda—, mis sobrinos ochomesinos. 

Esa mañana nos habían avisado que Zonia, nuestra hermana, había alumbrado gemelos por la madrugada. Era ya de tardecita de ese siete de octubre, cuando Robinson —mi hermano mayor (q. e. p. d.)— y yo entrábamos a la sala de recién llegados a este mundo de la clínica Palermo de Bogotá.

Desde aquel día soy testigo de las pequeñas y grandes epopeyas de sus vidas. Los vi gatear, tambalearse, caer y levantarse con brío. Oí sus primeras palabras enredadas y mochas. Vi sus primeros garabatos alfanuméricos y contemplé sus prístinos dibujos: animales de selva, de monte y de patio; paisajes de sol, palmeras y playa; casitas, figuras humanas anti anatómicas, y toda esa catajarria de mamarrachos pintoreteados de todos los colores. 

Los vi crecer, junto con La nena —Zonia Liliana—, mi ahijada, la menor de los tres.

Toño y Chachi

Entonces yo vivía con Zonia y su esposo, Antonio Caycedo Abadía —un negro chocoano inteligente, brillante lingüista y profesor de lenguas en la Universidad Distrital—. En medio de ese hogar rebosante de libros y de voces pacíficas y caribes, yo cursaba Medicina en la Universidad Nacional de Colombia.

Zonia, formada en Filología y Lenguas en la Universidad Libre, sede El Bosque, y ya entonces una atildada maestra de secundaria, me había llevado a Bogotá para terminar el bachillerato.

—Para que no te quedes bruto de letra ni de entendimiento; tú eres muy inteligente —me dijo, cuando cogimos el Copetrán que nos trajo a la capital aquel 12 de enero de 1969.

Toño con sus hermanos Chachi y Zonia Liliana, acompañado de sus primos Bartolo Salomón, Yamileth, Yosip, Dora, Jackson, Carolina y Jorge, y mis dos hijas mayores, Marcela y Lina María.
Toño con Carolina Rico Marulanda, hija de Zhilia Marulanda y nieta del tío Luis Fernando Marulanda Aarón (Q.E.P.D)

El Colegio Médico Colombiano, la Fundación Foro Quirúrgico Internacional del Caribe y TROGSS: 

Un puente internacional hacia el futuro de la cirugía robótica en Colombia.

Desde su creación, el Colegio Médico Colombiano ha defendido la dignidad, la majestad y la bondad del acto médico; el conocimiento científico, la lex artis, la ética y la moral de la medicina, así como la integración del país científico a las corrientes más avanzadas del saber mundial.

Hoy, ese propósito se materializa en una alianza con TROGSS (The Robotic Global Surgical Society) y la Fundación Foro Quirúrgico Internacional del Caribe: tres instituciones unidas por un mismo ideal —llevar la cirugía robótica al corazón del Caribe colombiano—.

TROGSS es una organización internacional de vanguardia dedicada a promover la práctica y la educación de la cirugía robótica en todas las especialidades quirúrgicas. Reúne a cirujanos, residentes, estudiantes y profesionales de todo el mundo que comparten un compromiso común con la excelencia, la innovación y la ética.

Su presidente es Adel Abou-Mrad (Orleans, Francia); Rodolfo J. Oviedo (Texas, EE. UU.) funge como director ejecutivo; y Adolfo Pérez Bonet, mariposa migrante de Pailitas (Cesar), integra el Comité Ejecutivo y codirige el Comité de Vinculación, entre otras celebridades mundiales.

A través de programas de formación, investigación y mentoría, impulsa la incorporación de la robótica, la inteligencia artificial y la realidad extendida como herramientas para optimizar la precisión y los resultados quirúrgicos en beneficio de los pacientes.

De igual manera, estas tres instituciones impulsarán proyectos de investigación con universidades del país, dirigidos por investigadores nacionales y extranjeros, orientados a publicar trabajos científicos colombianos en revistas científicas de alto impacto mundial.

Asimismo, junto con el doctor Julio Mayol, de Madrid, desarrollarán un programa de liderazgo y gobernanza (habilidades blandas) para cirujanos latinoamericanos, orientado a formar líderes capaces de crear oportunidades para ellos, sus instituciones y sus comunidades.

Médico general

Toño, tercera generación de la grey Marulanda, cual mariposa monarca —la gran migrante de Canadá, Estados Unidos y México—, rompió en julio de 1997 el cascarón de su crisálida hipocrática: la Facultad de Medicina de la Universidad El Bosque, en Bogotá. De allí, con las alas todavía húmedas, levantó el vuelo de la ciencia, el oficio y el arte de Galeno, en una travesía destinada a cruzar fronteras y a inscribir su nombre en la gloria de la cirugía mundial.

Su mamá, Toño, Yo, su papá y un diploma de médico general.

La amistad, santuario de las almas nobles

La verdadera amistad, ese santuario de las almas nobles,
no es como el hielo en el vaso de licor:
una fugaz presencia que se deshace después de los primeros sorbos que te alegran la vida.
La verdadera amistad es como la ascua que arde en silencio junto al sufrimiento,
o con incandescente luz junto a la alegría.
Es la brasa insomne que nunca se apaga,
ni en los tiempos buenos ni en los tiempos malos.

Treinta y cinco años de sombra y luz unen a Toño y a Flavio Piñeres Sandino, eminente oftalmólogo-retinólogo vallenato, desde aquel día remoto en que, con apenas diecisiete años, sus alas se cruzaron en las puertas del pre-médico de la Facultad de Medicina de la Universidad del Bosque, su crisálida.

¡Pobre de aquél que no tenga una brasa ardiente!

Año rural

1998. El carraspeo seco de una obstinada guacharaca de palo, la firme personalidad del cuero de chivo templado que retumbaba en la caja, azotado por palmas blancas de dorsos morenos, y el compinche cuchicheo entre pitos y bajos de certeros acordeones de monte, alegraron el cierre del siglo XX de Toño en la tierra del Cantor de Fonseca, durante sus dieciocho meses de medicatura rural en el Hospital San Agustín.

Resplandecientes parrandas, canículas metálicas de mediodía, noches de bohemia, amigos, primos, dominó, novias, Old Parr corrido, cantos de Zuleta, Diomedes, Rafael Orozco, Alfredo Gutiérrez, Oñate, Zabaleta, Villazón, Silvio Brito y la Luna Sanjuanera de Roberto Calderón —su vallenato favorito— son hoy rescoldos tristes, cenizas mudas, chatarra nostálgica de tiempos idos, impertérritos e imborrables.  

Toño con Tío Goyo, el viejo médico (104 años), faro vivo de cuatro generaciones de médicos y profesionales de la salud. 

Sin embargo, no todo fue color de rosa: 

—Ya, déjalo ir— Le dijo tío Goyo dándole unas palmaditas en el hombro.

Con desespero terminal, Toño aún mantenía sus manos hincadas sobre el pecho del paciente, ejecutando mendicantes maniobras de resucitación en una ambulancia medicamente destartalada, casi artesanal, en mitad de camino hacia Valledupar.

Era el tío Luis Fernando, el adorable tío, a quien hacía ya mucho rato la Moira Átropos, la Cirujana de la Muerte, le había leído el veredicto: —Tempus est mori tío Chombe (Es tiempo de morir tío Chombe) —, y le había cortado con sus afiladas tijeras el hilo de la vida, mientras Toño, al borde de la desesperanza, intentaba aún coser lo que ya estaba roto en el telar del destino.

 —Se tenía que morir— dijo la ciencia médica

Veinticinco días después, la ineluctable Átropos volvió a ejercer su escrupuloso oficio en nuestra familia. Esta vez cortó el hilo de la vida de mi papá, Enrique Marulanda Aarón, el abuelo de Toño.

La conciencia abandonó para siempre el cuerpo de mi papá en el Hospital San Agustín de Fonseca, exactamente de la misma manera que había abandonado el cuerpo de tío Chombe: un fulminante paro cardiaco lo mató mientras Toño, con maniobras de resucitación desesperadas, incluida adrenalina intracardiaca, luchaba inútilmente contra la Moira mayor, la mensajera de la muerte.

La ciencia de los stents aún estaba en pañales. No le pusieron ni uno. Seis años antes, un horroroso cateterismo en el Hospital San José de Bogotá había dicho que todas sus arterias coronarias estaban inservibles, concediéndole apenas un quinquenio más de vida. Átropos, generosa esa vez, nos regaló la dicha de tenerlo un año más con nosotros.

Especialidad en Colombia: cirugía y humanismo 

En el sur de la antigua Bogotá, donde los meandros de la Calle Primera se enredan con los de la Avenida Caracas, se alza un paisaje de ciencia y misericordia. Allí, como un jardín florecido del saber médico, se abrazan ramazones de hospitales e institutos públicos y privados: el Universitario de la Samaritana (HUS), fundado por las manos caritativas de los Cavellier; el Santa Clara; el Infantil de la Misericordia; el Dermatológico Federico Lleras Acosta; el San Juan de Dios; el Instituto Materno Infantil y el Instituto Nacional de Cancerología.

Con las alas aún mojadas, arrugadas y pesadas de mariposa migrante recién nacida, Toño llegó en enero de 1999 a este sanctum sanctorum de la medicina colombiana para iniciar su residencia en cirugía general, y alzó el vuelo en diciembre de 2002.

En La Samaritana sus alas comenzaron a desentumirse y su corazón a enamorarse del polen científico y humanista que flotaba como perfume en el aire, mientras su talón de Aquiles tuvo que resignarse para dar paso a su siguiente metamorfosis.

Toño con José Félix Patiño, padre de la medicina científica y humanista —molecular, celular y metabólica— en Colombia, exjefe del Departamento de Cirugía del Hospital Universitario de la Samaritana. Mítica mariposa monarca mayor, cuyo vuelo —de ida y regreso— abrió rutas y tendió puentes, trayendo desde el Norte el pensamiento moderno sobre la educación, la técnica, la ciencia y el humanismo médicos, e inspirándonos a seguir sus luminosos pasos.

Sofía, La Mona y Átropos 

En la 106 con Caracas, en el norte de Bogotá, en una clínica de Saludcoop, una libra de vida desvalida se aferraba a la biología de la existencia. Había nacido prematura el 23 de julio de 2001, con apenas 24 semanas y 500 gramos de peso. 

Experta y diligente en su oficio, la cirujana de la muerte, con supremo sigilo y un glamur fúnebre exquisito, dejó escurrir su estilizada silueta —entrecortada por pestañas de luces y sombras a esas altas horas de la noche— a través del parqueadero de la clínica de la extinta EPS. La larga sombra de Tánatos descartó el ascensor: no quería ser vista. Subió por las escaleras de servicio, cruzó rauda los relucientes pasillos y, ya en posición, alzó la huesuda mano sobre el cabezal de la incubadora de la incipiente niña. El pulgar y el índice, inexorables en los ojos de su guillotina de mano, estaban listos, en ristre, para apretar y cortar el delgadito sedal de donde pendía la vida de Sofy.

Su aliento mefítico atravesó la acristalada cajeta calefactora, donde yacía una carita encogida, con el rostro descompuesto y los órganos vitales dubitativos, trémulos y decadentes. 

Tempus est mori— Es tiempo de morir, sentenció otra vez la Moira a nuestra familia.

El intensivista neonatólogo estuvo de acuerdo con Átropos, la mayor de las Cirujanas de la Muerte. Apegado a la lex artis ad hoc del estado del arte médico, desahució a Sofía y dijo:

—Toño, no hay nada que hacer, no hay pronóstico.

La dejó, entonces, a disposición de la Moira mayor y de Caronte, el barquero del río Leteo —el río del olvido—, para que la llevaran al inframundo de las sombras, al reino de Hades, el rey de los muertos.

—¡No ves que tiene los ojos abiertos y está respirando! —reclamó Toño, con la indignación hecha espada—. ¡Haz lo que tengas que hacer!

—Está bien, voy a empezar, pero después no me digas que pare —respondió, hipocráticamente el pediatra neonatólogo.

La Moira, al ver el temple guajiro de Toño y la actitud del intensivista, se retiró rechinando de manera grosera las quijadas de su afilada tijera.

—Voy a atender otros casos urgentes, pero vuelvo —advirtió.

Fueron cuatro inciertos meses de terapia intensiva —más compasiva que curativa—. Toño no sacó un solo peso de su bolsillo: hay que decirlo, Saludcoop financió todo.

Toño temblaba ansioso cada vez que se abría la puerta de vidrio esmerilado para anunciar un desenlace. Siempre temía que la Moira hubiese ganado la partida otra vez, pues no dejaba de matar niños en la UCI pediátrica de Saludcoop ni una sola semana. Era su liturgia, y bien sabía ella que los procesos mórbidos de Sofía —su materia prima— eran irreversibles. La tenía estudiada.

El bautismo: una segunda naturaleza. 

Lo que no sabía la execrable Moira es que Sofía ya había sido bautizada. Toño y La Mona habían convencido a Óscar Ovalle, el pediatra intensivista —pues el capellán oficial se había negado—, para que oficiara de cura. Así, la incipiente niña, en medio de cables, agujas, sondas y aullidos de biotecnología digital de punta, suspendida en un estado artificial, recibió de manos médicas un chorro de agua bendita en su diminuta cabeza. Ese sacramento le confirió una segunda naturaleza, que la inmunizó contra la tijera de Átropos, la cirujana de la muerte.

De todas maneras, la irreverente Moira en su retirada también había dicho:

—Memento mori (Recuerda que has de morir) 

Y remachó:

—¡Respice post te hominem te esse memento! —(Mira detrás de ti y recuerda que eres humana).

El juego de la taza 

Una madrugada del año 2000, casi al amanecer, una inmensa luna bogotana —furtiva como sus amores— se había colado por la ventana y en sus corazones. Toño, arrebatado, en trance, atravesado por una súbita pulsión romántica, le dijo intempestivamente a su compañera de camastro —una estudiante de enfermería que hacía sus prácticas en el pabellón de hospitalización de mujeres del servicio de cirugía general, en el segundo piso sur del Hospital de la Samaritana:

 —¡Mona, vamos a casarnos!

Cualquier día después, la locura se concretó. 

—¿Y ahora qué? —Preguntó impaciente la novia.

—Nada, que vamos a jugar la taza— contestó, tranquilazo, el novio.

—¿Cómo así? — incrédula, inquirió la estudiante de enfermería superior, de Sogamoso, Johana Uscátegui.

 —Que cada quién se va para su casa— respondió resuelto el cachazudo marido. 

Se casaron en una notaría de Bogotá, el 11 de enero del 2000.

El talón de Aquiles. 

Toño no tenía ni un peso en el bolsillo ni en ninguna parte. Apenas era un residente de primer año del riguroso y exigente programa de Cirugía General del Hospital Universitario de la Samaritana, regentado por la Pontificia Universidad Javeriana. A la sazón yo era el Jefe del Departamento de Cirugía. 

Meses después del juego de la taza y de aquellos encuentros furtivos con su esposa, le dijo a su madre que tenía que irse de la casa. Zonia montó en cólera, pero nada lo detuvo: salió con una maleta, unos cuantos libros y apenas lo del taxi, rumbo a la pieza de la estudiante de enfermería, la misma que sus devotos padres boyacenses le pagaban. Su esposa estaba embarazada; debía cumplir con sus obligaciones.

Sofía y su mamá. 

El zugunruhe 

La migración —como el miedo y el dolor— es una pulsión genética de supervivencia profundamente inscrita en la conducta del reino animal. 

Los animales migran en busca de mejores condiciones de vida individual y de la especie: seguridad, alimento, reproducción, protección, comodidad.

Zugunruhe, del alemán Zug = migración, movimiento, viaje; y Unruhe = inquietud, agitación, desasosiego, es un concepto acuñado por etólogos germanos para designar esa impaciencia irrefrenable que sienten los animales migratorios cuando llega la hora de partir en busca de paz y prosperidad. Como el Viejo Migue de San Jacinto cuando se fue para Barranquilla: revolotean, se agitan sin descanso, alteran sus ritmos de sueño y alimentación, como si una brújula y un mapa secretos los empujaran hacia un destino inevitable.

El zugunruhe estaba matando a Toño y a La Mona: Colombia era invivible.

Secuestros masivos en carreteras, pueblos y ciudades; horrendas masacres paramilitares; atentados terroristas en ciudades; el fracaso del proceso de paz del último presidente del siglo XX, el reclutamiento infantil para las filas de los paracos y la guerrilla; el desplazamiento forzado de millones de campesinos despojados de sus tierras; la crisis económica; el desempleo desbordado por encima del 20% y la migración masiva hacia otros países eran el pan de cada día.

Con todo, la clase política no daba su brazo a torcer. Nunca lo ha dado.
En aquella noche oscura —política, social y económica—, la corrupción sistémica no daba tregua.
La matazón laboral de los profesionales de la salud era brutal.
Y ni se diga, la orfandad en ciencia e investigación en Colombia es congénita; una carencia que atraviesa gobiernos y generaciones como una tara persistente.

Este descuartizamiento violento del alma del país y el incierto destino de Sofía, atizaban cada día más el zugunruhe de Toño y La Mona

¡Nos fuimos como los Corraleros de Majagual! 

Después de veinte meses de trabajar en Colombia como cirujano gitano entre 2003 y 2004, sin arraigo laboral —como cometa sin rabo—, haciendo reemplazos inestables o contratado a destajo de aquí para allá y de allá para acá, hasta el hospital de Leticia, en el corazón selvático del Amazonas, un día fue a parar.

Y entonces, tres mariposas monarcas —Toño, La Mona y Sofía— desplegaron sus alas hacia el norte helado. No sabían qué los aguardaba en ese frigorífico, pero la brújula y el mapa del zugunruhe les marcaba ese destino.

Montreal   

El 24 de octubre de 2004 aterrizamos en Montreal con varias maletas, sin hablar ni mú de inglés ni de francés, pero con mil sueños”.

—Usted no está ni tibio —le enrostró sin anestesia el taxista chileno que los recogió en el Aeropuerto Internacional Pierre Elliot Trudeau—. Ni sueñe que algún día va a trabajar de médico en Canadá.

Los ángeles de la guarda existen, y se presentan de varias formas. 

El 23 de diciembre de 2004 fue Julio Saumet Chilito.

—¡Epa Toño!

Sorprendido e investido de inmensa emoción costeña, gritó un samario que había sido su interno en la Samaritana, al reconocerlo de sopetón en un corredor de la escuela de inglés.

—¡Opa Julio! ¿Y tú qué? — contestó Toño, exultante.

El ángel samario se lo llevó para su casa y le explicó lo que debía hacer. Lo primero era convalidar el título ante el Consejo Médico Canadiense (MCC), requisito indispensable para poder competir por un cupo en una residencia medico quirúrgica.

El futuro era mísero, por no decir negro, pero a veces la bendición viene disfrazada de ignorancia. 

—En Canadá no existe el médico general; como mínimo hay que hacer Medicina de Familia —me contó un día con la moral por el suelo—. Si yo hubiera sabido que esta vaina era así, ni loco me habría venido.

En el auricular de mi Samsung le notaba el alma congelada.

Durante muchos meses tuvo que estudiar más de quince horas diarias. Religiosamente, de siete de la mañana hasta altas horas de la noche, todos los días, estudiaba inglés y medicina, con la idea fija de superar los tres exigentes exámenes para convalidar su título colombiano.

En Colombia, la convalidación es un simple trámite burocrático de papeles: se presenta el título en el Ministerio de Educación y listo. En Canadá es un tormentoso viacrucis.

Con la fe obstinada de una gallina clueca empollando huevos, apenas se levantaba para las necesidades orgánicas y para llevar a Sofía al colegio. A las diez de la noche, diccionario en mano, se sentaba frente al televisor: el noticiero, en inglés neutro y nítido, era su profesor de dicción, audición y vocabulario.

Fueron tres largos años de empollamiento lingüístico y académico. Apenas los necesarios para que los suplicantes muñones de los exiguos ahorros en pesos dolarizados se estiraran dolorosamente de 2004 a 2007 y alcanzaran para superar las tres pruebas de convalidación —la última en inglés—. 

Toronto

En el Toronto Western y en el Princess Margaret Hospital estuvo durante cuatro meses como observer (observador), bajo la tutela de otro ángel del camino: Jaime Escallón, eminente cirujano colombiano expresidente de la Asociación Colombiana de Cirugía.

Llegó allí por recomendación de María Fernanda Jiménez, excelsa cirujana bogotana con quien había trabajado en el Centro de Cirugía Ambulatoria de John Henry Moore, en Bogotá.

Expresidentes de la Asociación Colombiana de Cirugía. De izquierda a derecha: Francisco Henao, Jaime Escallón —el ángel de Toño en Toronto—, Carlos Lerma y Stevenson Marulanda. Bogotá, julio de 2010.

Así quedó listo el pollo —listo pío, cajón vacío, como decía mi papá— para aplicar al siguiente paso: repetir la especialización en cirugía que, con creces, ya había hecho conmigo en La Samaritana.

Especialización en Ottawa.  

Julio 1 de 2007 – junio 30 – 2010

“Entrar a la residencia de cirugía fue difícil: éramos más de 500 extranjeros compitiendo por 5 cupos en Ontario, en un programa avanzado que recibía cirujanos ya entrenados en otros países. El proceso tenía un examen escrito, luego uno práctico y una entrevista. Solo asignaron 3 cupos: 1 en la Universidad de Ottawa y 2 en Toronto. A mí me recibieron en Ottawa. De los 5 años reglamentarios, a los cinco meses de haber comenzado me valieron uno, y enseguida otro más, así que solo hice 3 años”. Envalentonado me escribió Toño en el chat. 

¡Toño es cirujano de La Samaritana, no lo olviden!

Con John Henry Moore Perea, mi antecesor en la jefatura del Departamento de Cirugía de La Samaritana, en el solemne relevo de la antorcha quirúrgica que ilumina la memoria y el destino de nuestra escuela.
Con José Félix Patiño —la mariposa monarca mayor—, exjefe del Departamento de Cirugía del Hospital Universitario de la Samaritana, cuyo vuelo de ida y regreso tendió puentes y abrió rutas para nuestra migración académica, en el auditorio principal que guarda la memoria de su estirpe luminosa.
“En Ottawa nació mi hijo Simón —“el Tigre de Ottawa”— un regalo que llenó de fuerza y alegría esa etapa tan exigente”.

El Cáncer y la cirugía radical

El noble acero del bisturí jamás doblegará la soberbia de la biología maligna— me dijo Toño, profeta imberbe, un remoto día samaritano.

La cirugía del cáncer nació como un monstruo descuartizador. A la amputación del seno, los cirujanos de Europa y, después, de Estados Unidos (segunda mitad del siglo XIX y primera del XX), le encimaban toda la carne del pecho de ese lado: los músculos pectoral mayor y menor, responsables del movimiento del brazo, el hombro y la mano. Algunos, aún más macabros, extirpaban hasta tres costillas, quitaban el hombro y vaciaban la grasa y los ganglios linfáticos del cuello, la axila y de los alrededores del corazón (mediastino). Justificaban esas operaciones como inevitables “daños colaterales” en la guerra recién declarada contra el cáncer.

Cirugía radical, llamaron a la ilusión de que cortar más significaba curar más.
¡Cuán equivocados estaban aquellos cirujanos desfiguradores!

La cirugía radical se convirtió en un dogma, aunque la sobrevida y la mísera calidad de vida de la mayoría de estos “lisiados de guerra” resultaban vergonzantes.

Con el tiempo, la comprensión de la biología del cáncer derribó aquel dogma fosilizado. El emperador de todos los males, como lo bautizó Siddhartha Mukherjee —oncólogo e inmunólogo indio, profesor e investigador en la Universidad de Columbia y en su hospital de Nueva York— en su imponente biografía del cáncer (2014), Premio Pulitzer, donde describe esta entidad como si fuera una mala persona, reveló que no se trata de un enemigo visible, sino de una enfermedad celular compleja, inasible, una caja negra: una entidad misteriosa, incomprendida y rebelde.

La metástasis

Del griego meta —más allá— y stasis —quietud—.

La célula cancerosa es una inmortal desesperada, una criatura disidente que rompió el pacto social de convivencia en paz con la comunidad del cuerpo. 

Egoísta empedernida, delirante, se arrogó a pecho la imperativa orden primigenia del individualista ADN:

¡EXISTE! ¡SOBREVIVE! ¡MULTIPLÍCATE!

En su ansia de notoriedad y eternidad, desobedece toda norma, no reconoce jerarquías, límites ni fronteras, y convierte el organismo en su Imperio de conquista y colonia.
Las metástasis son goles de camerino: cuando los cirujanos saltamos a la cancha, el partido ya va cinco a cero en contra.

Toño lo sabía: creer que el bisturí puede arrancar el cáncer de raíz —salvo en tumores pequeños y muy localizados— es una ilusión óptica… ¿o tal vez una rendija por donde se cuela la esperanza?

Sin embargo, los decimonónicos cirujanos radicales no fueron unos completos inútiles históricos, la historia siempre es útil: abrió la puerta a un mejor entendimiento de la biología maligna y, con ello, a nuevos abordajes diagnósticos y terapéuticos —radioterapia, quimioterapia, inmunoterapia, terapia génica, y últimamente los radionúclidos— que, combinados con cirugías menos agresivas, han mejorado significativamente los resultados en términos de curación, sobrevida, calidad de vida y períodos de remisión.

La cirugía mínimamente invasiva.

Toño sabía operar bien por huecos pequeños. En La Samaritana y en el San Juan de Dios yo enseñé a extraer la vesícula biliar por una herida única y mínima, técnica que me valió en 1995 el Premio Nacional de Gastroenterología, otorgado por la Sociedad Colombiana de Gastroenterología, tras los primeros doscientos casos operados y debidamente publicados.

Esta operación, que bauticé como colecistectomía por minilaparotomía mediana subxifoidea, hace parte del moderno concepto de cirugía mínimamente invasiva. Un paradigma que, a finales del siglo XX, se alzó con fervor revolucionario contra la monstruosidad indiscriminada de las grandes heridas practicadas para tratar enfermedades, primero benignas y luego malignas.

En un abrir y cerrar de ojos, el mundo quirúrgico y la tecnología biomédica abrazaron con pasión incandescente la cirugía miniinvasiva: más eficiente y humanitaria, menos desfigurante, menos dolorosa, menos incapacitante, menos cicatrices, más milimétrica y, al mismo tiempo, más curativa, y no menos importante, menos miedo a los “carniceros” cirujanos.

En medio de esa ardentía aparecieron, sucesivamente, la cirugía laparoscópica primero y la robótica después.

El ano y el recto no escaparon de la cirugía radical

Yo mismo alcancé a practicar esas cirugías macabras que imponía la moda. En el viejo Hospital San Juan de Dios, mi maestro Enrique Rincón Figueroa me enseñó la resección abdominoperineal de recto, descrita en 1908 por William Ernest Miles bajo el dogma de la cirugía radical.

Era una operación brutal: amputar en bloque recto y ano, condenando al paciente a una boca anal contranatural en el vientre, expuesta para siempre. Lo que en su época fue un avance, hoy solo se reserva para casos extremos, pues los daños materiales, morales y emocionales que deja son inmensos.

Bill Heald, el Cristóbal Colón del hueco pélvico

La cirugía mínimamente invasiva practicada a través del estrecho canal del recto, llamada cirugía transanal —al igual que nuestra colecistectomía por minilaparotomía— exige refinamiento técnico y dominio de rutas y planos anatómicos seguros, nítidos y exactos, que conduzcan al interior del cuerpo con precisión quirúrgica y sin daños colaterales. Esas rutas eran el tendón de Aquiles de la operación de Miles.

Toño con Bill Heald, mítico padre de la navegación pélvica, en un congreso sobre cáncer de recto en São Paulo.

Como un Colón, un Magallanes o Marco Polo anatómico, en 1982, en el Hospital del Distrito de Basingstoke en el Reino Unido, Bill Heald cartografió la manera de navegar con seguridad por las latitudes y longitudes milimétricas del hueco pélvico.

El “padre de la navegación pélvica” llamó a esta ruta Escisión Total del Mesorrecto (TME, por su sigla en inglés). La exquisitez de la TME, al separar por planos inconfundibles los continentes y contenidos de la pelvis, permite disecciones milimétricas con mínimo daño colateral, capaces de extirpar el recto y su envoltura de grasa, vasos y ganglios (mesorrecto) en un solo bloque, con la precisión de un reloj suizo y sin tocar el aparato esfinteriano del ano.

La TME, como era de esperarse, se impuso en la cirugía colorrectal: las tercas tasas de reaparición tumoral descendieron del 40% a menos del 5%, y la odiosa colostomía, humillada, tuvo que retirarse a sus cuarteles de invierno.

A la cultura anglo le encantan las abreviaturas

Las rutas que trazó el viejo Bill Heald en el siglo XX —como las de Colón o Marco Polo en la Edad Media— ya no se recorren en carabelas, carracas ni naos, sino con modernas embarcaciones tecnológicas: finos instrumentos laparoscópicos y robots quirúrgicos

De su hallazgo nacieron dos modernas técnicas con nombres abreviados:

TAMIS: Transanal Minimally Invasive Surgery – Cirugía Transanal Mínimamente Invasiva. Sirve para “sacar un pedacito” del recto en casos tempranos o benignos

taTME: Transanal Total Mesorectal Excision – Extirpación Total del Mesorrecto por Vía Transanal. Se usa cuando hay que extirpar todo el recto y su envoltura en cánceres más avanzados.

Ambas se hacen por el ano, a través de un tubo llamado plataforma, por donde entran los instrumentos. Así, el tumor y sus alrededores se extraen en un solo bloque, sin dañar el ano y preservando su función, lo que permite reconectar el intestino y evitar la temida colostomía.

Hoy, gracias a estas técnicas, extirpar tumores del recto se ha convertido en una verdadera obra de arte contemporáneo de la cirugía moderna: compleja, sí, pero también segura y profundamente humana.

Me falta algo

El Gobierno canadiense exigía a los cirujanos extranjeros, tras su especialización, un exilio forzoso de cinco años en tierras remotas y heladas. Al terminar en Ottawa, y antes de marchar al yermo que le habían asignado, Toño sentía que su formación aún estaba incompleta.

Desde La Samaritana había amado los desafíos del cáncer de recto y, en Canadá, esa pasión se volvió obsesión. Intuía que la cirugía mínimamente invasiva del canal anal y su envoltura aguardaban un apóstol: alguien que, combinando la sabiduría anatómica de Bill Heald con la revolución laparoscópica y robótica, liberara al mundo de la mutilación radical, la recidiva tumoral y la odiosa colostomía.

London

En London, la Ciudad Bosque, la mariposa migrante bebió el néctar que le faltaba para fortalecer sus alas y proseguir su destino transcontinental.

Allí apareció otro ángel del camino: Iván Iglesias, anestesiólogo cucuteño, hospitalario y vallenatófilo, que lo acogió bajo el amparo de cantos de acordeón, consejos de padre, hogazas y buen vino francés. Una hermandad nacida entonces que aún perdura.

Toño ya había estado en London en 2005, como observer (observador), oteando el territorio de la cirugía transanal. Regresó años después para realizar su fellowship (especialización) en cirugía de colon y recto en la Universidad de Western Ontario, bajo la tutela del maestro Patrick Colquhoun. Durante un año entero —de julio de 2010 a junio de 2011—, entre planos milimétricos del colon y el recto, halló la senda que ya le pertenecía:

—Se convirtió en lo mío— me confesaría después.

Sudbury — 2011 – 2020 

El destierro tenía nombre: Sudbury. A esta ciudad minera en el norte de Ontario, perdida en un archipiélago de trescientos lagos congelados durante medio año, como compensación a la educación pública que había recibido, fue enviado Toño.

Allí lo aguardaba el coloso: el General Invierno, el monstruo nórdico que derrotó a Napoleón y a Hitler. 

A aquel níveo imperio le apareció un contrincante inesperado: una mariposa migrante, leve, frágil. Como David frente a Goliat, desplegó sus poderosa alas frente al gigante de hielo. Su única honda: la fe de gallina culeca y la obstinación de quien desafía lo imposible.

En agosto de 2011, Toño, La Mona, Sofy y Simón —el tigre de Ottawa— llegaron a la ciudad minera, donde la bestia de hielo los esperaba. Allí, en un hospital congelado, inmenso y sin la piedad de la cirugía miniinvasiva de colon y recto, la mariposa migrante levantó su cuartel de invierno.

Toño y La Mona en el Hospital Health Sciences North (HSN), de Sudbury, junto a la torta erigida como trofeo simbólico de una gesta: los primeros 101 casos de resección radical de recto por vía transanal (taTME), victoria luminosa en la batalla contra el cáncer. 

Revolución en el hielo

Toño modificó drásticamente la fisonomía del cáncer de colon en Canadá.

Sudbury —esa nevera ártica a cielo abierto— se convirtió, bajo su influjo, en centro de referencia para la cirugía de cáncer de recto, no solo del país, sino de buena parte del mundo. El Health Sciences North (HSN) pasó a ser el lugar donde cirujanos de todo Canadá acudían a entrenarse.

En 2012 introdujo el TAMIS (Transanal Minimally Invasive Surgery) en el país y fundó CaTaCo (Canadian taTME Collaboration), grupo que impulsó múltiples publicaciones y elaboró las guías nacionales para el procedimiento, consolidando una escuela quirúrgica con sello canadiense.

A diferencia de la práctica común en otros países —donde el taTME se realizaba con dos equipos quirúrgicos—, Toño desarrolló una técnica ejecutada por un solo cirujano: más exigente, de mayor coordinación y precisión. Así logró una de las casuísticas más amplias del mundo, con entre 350 y 400 cirugías de este tipo.

Publicar o morir

En el exigente mundo anglosajón, la carrera académica se mide por las publicaciones: de ellas dependen los ascensos, las becas, los recursos de investigación, el prestigio y hasta la permanencia laboral. Quien no publica, muere académicamente: queda marginado, invisible, condenado al anonimato y a la rutina.

Toño dio esa batalla. Sus manuscritos en inglés fueron rechazados una y otra vez. Pero no se rindió. Mientras aumentaba sin descanso sus cifras en TAMIS y taTME en Sudbury, se matriculó en una maestría virtual en Investigación Clínica en la Universidad de Liverpool. Fueron tres años extenuantes (2014-2017): cirugías diarias, estudio disciplinado y viajes constantes a congresos nacionales e internacionales.

A los 44 años logró publicar su primer artículo en una revista internacional de alto impacto, que exigía verbo riguroso, método preciso y estadísticas sólidas para legitimar lo que ya había demostrado con su pensamiento y con sus manos.

Hoy es miembro de comités editoriales de prestigiosas revistas, autor de seis capítulos en libros de referencia mundial y más de ochenta artículos en inglés académico y científico. Además, ha sido investigador principal y coinvestigador en múltiples estudios multicéntricos, y ha dictado más de ciento cincuenta conferencias alrededor del mundo.

Queen’s University y el robot

—Te apoyo donde vayas —le dijo La Mona, sin gagueo.

Queen’s University lo había descubierto y quería sonsacárselo.

“Muchos me tildaron de loco porque me iba por un 40 % menos de lo que ganaba en Sudbury.”

Fundada en la tradición escocesa de libertad y responsabilidad moral, Queen’s University, en Kingston, lo recibió atraída por sus avances en TAMIS y taTME. Sin embargo, el destino —como dijo Einstein: “El azar es la manera que tiene Dios de pasar inadvertido”— le tenía otra jugada: acababan de adquirir un robot quirúrgico, una tecnología que Toño nunca había usado.

“Llegué para hacer cirugía transanal manual y laparoscópica, y terminé enamorado de la robótica”, me escribiría después por WhatsApp.

En plena pandemia, como Profesor Asociado de Queen’s University, confinado en el quirófano robótico, combinó TAMIS, taTME y robótica hasta ayudar a convertir a Queen’s en el centro de mayor volumen de cirugía robótica colorrectal de Canadá.

Contra el prejuicio de que se trataba de un lujo costoso, demostró junto a sus colegas —a través de publicaciones de alto impacto— que la cirugía robótica era más precisa, menos dolorosa, más amigable con los cirujanos y, sobre todo, más humana con los pacientes, además de costoeficiente dentro de un sistema de salud público.

“De repente dominaba laparoscopia, taTME, TAMIS y robótica: una combinación única en el planeta para tratar el cáncer de recto”, me escribió cuando la peste ya había pasado y el zugunruhe lo atacaba de nuevo.

Estuvo como cirujano activo en Queen’s de julio de 2020 a noviembre de 2022, cuando, atraído por la ambrosía científica de Estados Unidos, la mariposa migrante, deseosa de continuar su epopeya, orientó sus antenas hacia el radiante, cálido y promesero sol de la Florida, que ya lo reclamaba para la siguiente metamorfosis.

Toño es Miembro del Colegio Real de Cirujanos de Canadá, profesor asociado de Queen’s University, y Examinador del Colegio Real de Cirujanos de Canadá.

Orlando Health

El zugunruhe volvió a picarle.

Orlando Health, uno de los sistemas hospitalarios privados más grandes de Estados Unidos, acababa de crear un servicio de cirugía colorrectal y buscaba con ansiedad un jefe de talla mundial.

Toño era el candidato ideal: experto internacional, innovador, formado en el rigor del invierno canadiense.

Mariposa viajera y cóndor majestuoso, Toño emprendió su nueva metamorfosis.

—El proceso de selección fue largo y competitivo. Hoy dirijo la División de Cirugía Colorrectal y el Instituto de Colon y Recto en Orlando Health —me escribió Toño por WhatsApp.

—Comencé en febrero de 2023 —me contó—. Arranqué con siete cirujanos; hoy somos trece. Nuestro volumen creció más de un 50 %. Me entregué con ahínco y devoción a este nuevo inquilino de Orlando Health, hasta que adoptamos la cirugía robótica por un solo orificio, una destreza que pocos en el mundo dominan.

Y, con su laconismo habitual, añadió: —Soy el director para Orlando Health del Programa Nacional de Acreditación para el Cáncer de Recto (NAPRC).

En Estados Unidos, los programas para tratar el cáncer de recto deben acreditar su excelencia ante el NAPRC (National Accreditation Program for Rectal Cancer), un proceso riguroso y multidisciplinario que evalúa radioterapia, oncología, patología, imágenes y cirugía. 

El emperador de todos los males, como lo llama Siddhartha Mukherjee, se convirtió en su enemigo íntimo. Lector asiduo del oncólogo indio —como yo—, Toño libra cada día esa guerra microscópica contra la soberbia de esa biología maligna.

Toño es Miembro del Colegio Americano de Cirujanos (FACS), profesor en dos universidades de Florida —la University of Central Florida y la Florida State University—, Jefe Institucional de Cirugía Colorrectal de Orlando Health y Director Médico del Orlando Health Colon & Rectal Institute.

Reencuentro de Toño con sus exalumnos colombianos del programa de especialización (fellowship) en colon y recto de Orlando Health. Un abrazo entre maestro y discípulos durante el Congreso Latinoamericano de Cirugía Colorrectal. Cartagena, octubre de 2025.

Liderazgo y gobernanza

La cancha aún no se le ha acabado.

Goleador innato —igual que nuestro pariente Lucho Díaz Marulanda— juega en la raya y pelea cada balón hasta el pitazo final. Toño posee el talento de adelantarse a las circunstancias y ubicarse, instintivamente, en el lugar preciso para hacer el gol. Nadando por la orilla, aprovechando la corriente mansa y esquivando tormentas gélidas e idiomáticas, se había convertido en un líder mundial de la cirugía colorrectal.

Lucho y Toño, dos Marulanda universales; dos insignes mariposas guajiras que, con trabajo, disciplina y resiliencia, alcanzaron las altas cumbres de la gloria.

Los líderes no se decretan, se hacen. Sin embargo, el zugunruhe y el águila de Octavio Daza le exigían volar más alto: trascender la destreza manual y el conocimiento técnico. Quería dar más sentido a su vida, convertir la técnica en sabiduría social, servir más y mejor a la humanidad.

Sabía que el trato humano se guía por un mapa invisible de emociones y sentimientos, y que la técnica, sin ese magnetismo, es un bloque de hielo incapaz de servir al ser humano.

—¡Ajá, Tincho! —(mi apodo familiar)— me escribió, emocionado, por WhatsApp cierta mañana—. Hoy amanecí pensando en aquello que decía Luciano De Crescenzo: somos ángeles de una sola ala, y la única forma de volar es abrazándonos unos con otros. ¿Y sabes qué? Harvard ofrece un curso para eso: para volar abrazados, como los ángeles mochos. No tiene componentes clínicos, sino “habilidades blandas”. Es híbrido, con sesiones presenciales en la Facultad de Medicina de Harvard, en Boston. Lo voy a hacer.

El programa enseña liderazgo y gobernanza: materias primas para transformar las sociedades mediante la participación activa y corresponsable de diversos actores —Estado, sociedad civil, sector privado, academia, gremios y comunidades—. Se fundamenta en valores como la comunicación efectiva, la empatía, la confianza, la generosidad, el altruismo, la cooperación, la solidaridad, la transparencia y la amistad. Su propósito es trascender los límites de la individualidad y construir consensos en la búsqueda de soluciones colectivas afines al bien común. 

Me lo explicó con ese fervor luminoso de quien no quiere seguir volando solo, sino enseñar a volar a muchos.

Toño recibiendo el diploma de Leadership in Surgery en Harvard. Boston 2024

Toño cursó el programa Leadership in Surgery en Harvard entre marzo de 2023 y marzo de 2024. Este componente esencial del desempeño humano complementó su saber técnico y lo preparó para influir con mayor eficacia en las voluntades necesarias para lograr los grandes cambios que favorecen a la sociedad, tan necesarios en el mundo y, sobre todo, en Colombia.

Desde entonces, su vuelo ya no es solo quirúrgico, sino moral.

Bajo la mirada tutelar de J.F. Kennedy, con Gabriel Herrera, cirujano oncólogo de la Fundación Santa Fe de Bogotá, compañero del programa, en la celebración de graduación en el Club Harvard. Boston 2024

Conciencia, dolor y miedo: una Santísima Trinidad biológica

Todos somos dueños de nuestra propia vida y de nuestra propia muerte, y llegado el momento lo único que podemos hacer es ayudarnos a morir sin miedo y sin dolor.Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.

De izquierda a derecha: Stevenson Marulanda; Jorge Daes; Erika Luque, cirujana general y bariátrica en clínicas Iberoamérica y Portoazul de Barranquilla; y Andres Hanssen, cirujano general y robótico, Jefe de Cirugía Clínica Iberoamérica. Cartagena 2022

Aunque el dolor y el miedo sean percepciones subjetivas e indeseadas por la conciencia, forman una Santísima Trinidad biológica, indisoluble e indispensable para la supervivencia animal. Son los tres centinelas de la existencia: la conciencia que percibe, el dolor que advierte y el miedo que protege.

Esta trinidad es la campana que tañe cuando la carne o el alma son heridas; la voz interior, el relámpago mensajero que anuncia que algo amenaza la existencia y exige reparación física o emocional. Conciencia, dolor y miedo constituyen el sistema de alarma más antiguo que la evolución inscribió en la memoria del prístino ADN animal.

¿Por qué los animales se lamen las heridas?

Porque activan la trinidad conciencia, dolor, miedo. La conciencia animal, espoleada por el dolor y empujada por el miedo, incita la voluntad del animal a frotar la lengua sobre la suplicante herida: la química secreta de la saliva limpia, desinfecta y cicatriza, pero también aplaca, calma, satisface y consuela. El lamido es un rito ancestral que bloquea el sufrimiento como si fuera un ritual placentero de acicalamiento.

¿Y por qué a veces nos duele intensamente el vientre?

Porque algo, en la invisible caverna de las vísceras, está severamente dañado; algo amenaza la existencia y exige reparación inmediata. Entonces el dolor, agudo y lacerante —intenso como dicen los muchachos—, advierte a la conciencia sobre el desastre que se gesta en su interior. Es cuando irrumpe el miedo y nos susurra al oído: Memento mori —recuerda que has de morir.

Aterrada, la conciencia obedece al antiguo instinto, y sale desmandada hacia un servicio de urgencias, en busca del médico que diagnostique, repare y detenga la ejecución de la sentencia de la Moira Átropos —la cirujana de la muerte—: cortar el frágil hilo de la vida.

El cirujano Jorge Daes Daccaret, expresidente de la Asociación Colombiana de Cirugía —coloso universal de los quirófanos, domador de obesidades extremas y de hernias desfigurantes— descubrió que los cirujanos del mundo se ocupaban solamente de la conciencia del dolor post operatorio de afuera, el de la herida quirúrgica: el de la piel que brama y que los animales lamen, llamado técnicamente dolor somático, olvidando la otra conciencia, la que habita en las cavernas del cuerpo: el dolor visceral, silencioso y profundo, que grita desde las entrañas.

Consciente de la segunda conciencia álgida, Daes, con infiltraciones anestésicas en la profundidad del vientre en el área operatoria, aprendió a silenciar también la conciencia visceral del dolor postoperatorio, silenciando así el grito doloroso de las heridas viscerales en proceso de cicatrización.

Toño replica la técnica de Daes 

—Basado en el trabajo de Daes sobre el bloqueo del dolor visceral en pacientes bariátricos, yo extrapolé la idea a la cirugía colorrectal— me escribió Toño por WhatsApp.
—La técnica, publicada en Techniques of Coloproctology y presentada en múltiples congresos, ha sido adoptada por varios centros —en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil, Colombia y Reino Unido— con excelentes resultados. Estamos iniciando un estudio aleatorizado y un registro internacional con más participantes.

Y remató:

—Esta técnica —mininvasividad laparoscópica y robótica más bloqueo del dolor visceral— reduce significativamente el uso de analgésicos narcóticos después de la cirugía de colon y recto, y abre las puertas a ejecutar las grandes operaciones de manera ambulatoria integrándolas a los programas de recuperación rápida.

Cirugía con imanes: una nueva era quirúrgica.

En la India, Toño acaba de participar en los primeros 25 casos humanos de reconexión intestinal con imanes, una técnica que sustituye suturas y grapadoras por la atracción magnética de los tejidos. Los resultados preliminares fueron impecables: cero fugas y sin complicaciones mayores. El siguiente paso será liderar el estudio clínico en Orlando Health y replicarlo en Chile. Una innovación que podría transformar la cirugía digestiva mundial.

Filopatria: el zugunruhe de regreso

Filopatría —amor a la patria, del griego phílos (amor) y patrís (tierra de los padres)— es la búsqueda ansiosa del lugar de nacimiento (natio, del latín “nacimiento”).

El exilio voluntario —y más aún si es exitoso— constituye una herejía biológica, familiar y social.

El zugunruhe del regreso, o filopatría, es un sentimiento noble y leal hacia la nación: los animales jamás parten para no volver. Son nómadas con brújula y mapa de ida y vuelta, criaturas que llevan tatuadas en su indeleble ADN no solo las huellas de la partida, sino también las pisadas del retorno.

La filopatría, esa pulsión biológica imperiosa que habita en los animales migratorios, los obliga a regresar al sitio donde nacieron. Los salmones remontan ríos imposibles, las tortugas cruzan océanos inmensos: obedecen al mandato de un reloj interno que las conmina a volver a sus aguas y playas natales para desovar y perpetuar la vida.

Esa impaciencia visceral e inefable, esa impronta genética, ese sentimiento bruto por volver, acosaban a Toño con la misma fuerza animal que guía a las mariposas monarca en su travesía de retorno hacia el sur.

Entrañable momento: como el salmón que remonta río arriba, henchido de filopatría, Toño regresa a las aguas natales del arroyo de sus mayores y, entre fichas de dominó, vallenato grueso y Old Parr, desova al “Tigre de Ottawa”, su hijo Simón, en una partida memorable en Fonseca.
El robot quirúrgico: otro huevo a desovar en el Caribe colombiano. Foto cortesía de Raúl Pinilla, exalumno de nuestro programa de La Samaritana. Instituto Nacional de Cancerología, Bogotá, Colombia.

La vocación médica: un mandato familiar 

Médicos de la familia Marulanda (2021)

La familia Marulanda, arraigada en Fonseca, La Guajira, es de estirpe médica, vocación genética transmitida generación tras generación a través de casi un siglo. El ancestral Tío Goyo —Gregorio Marulanda Aarón—, hermano de mi padre y de otros siete hermanos y hermanas, campesinos todos, bisnieto de trashumantes arrieros paisas, de trotamundos judíos sefarditas y de recios negros mandingas, fue el pionero tenaz. Graduado a mediados del siglo pasado como médico general en la Universidad de Antioquia, abrió la vena médica y de la salud en la grey Marulanda.

Profesionales de la salud no médicos de la familia Marulanda (2021)

Mi mariposa

Valentina Marulanda Corzo —mi hija menor—, médica egresada de la Pontificia Universidad Javeriana, persiguiendo el rastro de las proféticas palabras de Toño: 

El noble acero del bisturí jamás doblegará la soberbia de la biología maligna”, migró hacia Estados Unidos blandiendo el mismo filo de la espada que la lucha contra El emperador de todos los males, el cáncer. 

Vale trabaja con microbombas atómicas inteligentes que navegan por los meandros de la corriente sanguínea. Con una cabeza inteligente, estas miniaturas localizan en cualquier rincón del cuerpo las células malignas —inasibles, rebeldes y misteriosas— y, ¡PUM!, las estallan una por una, hasta la más recóndita metástasis, como si fueran micro-Hiroshima y micro-Nagasaki, con una precisión infinitesimal que evita el daño colateral sobre las células sanas. Es cirugía atómica, a años luz de la cirugía radical.

Las microbombas con las que trabaja Vale constan de tres partes estructurales fabricadas y ensambladas en el laboratorio:

1. La bomba propiamente dicha —la porción que contiene la energía nuclear—;
2. El artefacto que la transporta;
3. El cerebro inteligente que la conduce y la hace aterrizar en la superficie de la célula maligna.

La microbomba es el núcleo de un átomo radiactivo —Lutecio-177 o Actinio-225— llamado radionúclido (núcleo que irradia). El transportador es la nave que conduce la bomba, y el cabezal de reconocimiento es la mente que identifica y memoriza el rostro de la célula cancerosa sobre la cual la nave debe posarse con su carga atómica.

El transportador y la cabeza de reconocimiento —la estructura responsable de conducir, ligar o adherir el radionúclido a la célula tumoral— se denominan, en el lenguaje farmacológico, ligando.

Cada tipo de tumor tiene su propio ligando, diseñado y ensamblado para localizar y atacar selectivamente un tipo específico de célula maligna.

Así como cada especie animal tiene su forma, su rostro y sus rasgos característicos, cada tumor posee una morfología y unas propiedades fisicoquímicas particulares que son reconocidas con exactitud por su ligando correspondiente.

Esquema de una microbomba atómica dirigida al cáncer de próstata. A la izquierda, el radionúclido — la energía nuclear—; a la derecha, el ligando, una molécula híbrida formada por el transportador y el cabezal de reconocimiento facial, que identifica con exactitud el rostro de la célula maligna, donde debe depositar su poderosa carga de energía atómica.

El cáncer de próstata, por ejemplo, produce una sustancia llamada PSMA (Antígeno de Membrana Específico de la Próstata), que recubre la superficie de las células cancerosas y les confiere una apariencia singular, fácilmente identificable por el cabezal de reconocimiento facial del radiofármaco diseñado para detectarla y destruirla. Al reconocer esa sustancia, el ligando, como un imán, sabe exactamente dónde dirigir su ataque.

En el caso de ciertos tumores cerebrales, el ligando específico se denomina DOTATATE.

Ahora bien, los ligandos no siempre se cargan con material radiactivo explosivo. También pueden unirse a material radiactivo trazador, como el galio-68, que resalta las células malignas y permite construir mapas corporales de la enfermedad, conocidos en Medicina Nuclear como PET (Tomografía por Emisión de Positrones).

 La tecnología de imágenes con PET en oncología, es equivalente a los drones de reconocimiento: solamente toman las imágenes de los blancos que le interesan (células malignas, primarias y metástásicas) como estratégica diagnóstica para graduar la extensión de la enfermedad y planear las acciones militares correspondientes.

Vale presentando su trabajo “Evaluación de meningioma mediante el uso del radiofármaco PET- DOTATATE”. Investigación premiada por la American Society of Functional Neuroradiology (ASFNR) con la beca Travel Grant. Austin, Texas, septiembre de 2025.

La tecnología de imágenes con PET en oncología es el equivalente a los drones de reconocimiento militar: sobrevuelan el cuerpo, registran únicamente los blancos de interés —las células malignas— y permiten graduar la extensión del territorio enemigo para planear con precisión quirúrgica atómica las acciones terapéuticas correspondientes.

Cuando el ligando DOTATATE se marca con galio-68, permite obtener imágenes PET de altísima precisión diagnóstica; y cuando se marca con lutecio-177, puede utilizarse con fines terapéuticos.

Así nació, en los albores del siglo XXI, un concepto revolucionario: la teragnosis (thera, tratar; gnosis, conocer). Una misma molécula —el ligando— puede asumir dos identidades complementarias según el radionúclido que la acompañe.

Vale ha sido reconocida con múltiples distinciones. Entre ellos, destaca el premio al mejor abstract en el congreso PSMA & Beyond (Los Ángeles), y tres distinciones otorgadas por la Education and Research Foundation (ERF) durante el congreso anual de la Sociedad de Medicina Nuclear e Imágenes Moleculares (SNMMI). Septiembre 2025.
Vale es investigadora en formación en la División de Imágenes Moleculares y Terapéutica en Weill Cornell Medicine, Universidad de Cornell, Nueva York. 

Mi nido de amor

Así como Iván Zuleta, el actual Rey Vallenato, regala acordeones a los niños pobres con mucho talento; Gustavo Gutiérrez, sus canciones; y Yeyo Núñez, sus triunfos, risas y alegrías, Toño — heredero de una estirpe larga de vocación médica, humanista y humanitaria— regresa a su nido de amor para obsequiar su ciencia y su humanismo, cantando con su paisano Octavio Daza Daza:

Por muy alto que vuele y se eleve el águila,
siempre regresa a su nido con precisión.
Y por muy lejos que yo me vaya,
siempre regreso a tu lado,
porque tú eres mi nido de amor.

Zonia, católica, apostólica y romana; creyente impenitente del pecado de la convivencia sin la bendición de Dios —que jamás supo del matrimonio en notaría—, no descansó hasta ver a Toño y la Mona casados por la Iglesia. Casona del Salitre, hacienda colonial. Paipa, Boyacá. Febrero de 2003.

Fonseca, La Guajira 23 de octubre del 2025, Casa Madre, Patio de los Chinchorros, Comedor de los Pájaros.

octubre 24, 2025

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