Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente Colegio Médico Colombiano
La cama berrochona
Anoche dormí contigo y la otra noche con la mona
Dormí, dormí y dormí, en tu cama berrochona…
Úntale cebo de cuba pa’ que no suene la lona.
Dormí, dormí, dormí ¡ay! en tu cama berrochona…
–No Lucho, yo no te puedo grabar eso—Le dijo el dueño de la disquera.
–Ajá hombe y por qué señor Toño.
–Porque esa letra es muy venérea, insinuante y erótica y despierta la lívido de la plebe.
–¡Hombe ¡¿Y esa vaina que e´?
—Que es muy pudenda—Le contestó el dueño de la disquera.
—¡Mmmm! Quedé en las mismas—dijo desconcertado el acordeonero de dedos gordos.
—Nada, es que esa canción es muy plebe, muy vulgar, tu no te das cuenta que se refiere al deleite del placer carnal del acto sexual.
Y continuó imperturbable su regaño moral el empresario del acetato. — Eso debilita las raíces morales de toda la región, y si yo te grabo eso me expongo a que me excomulguen y me cierren el negocio; ajá búscale otra letra, esa música me mata, tiene futuro.
Así terminó aquel primer round en la ciudad histórica de viejos amores coléricos.
El acordeonero guajiro volvería; su salvaje instinto musical de loro real sabía el diamante bruto que tenía entre manos. Era 1949.
La cama berrochona —el título— de la proscrita letra, tan cruda como olvidada, fue redactada por un pobre tamborero anónimo; solamente se sabe de él que le decían el “Profesor Chámber”. Pero esa melodía fatal, parida por la felicidad negra y triste de los tambores trasplantados de África a los pueblos y caseríos explayados al rededor de la marisma indigente de la gran ciénaga, sobreviviría por sobre el olvido que seremos, aunque con otro nombre, hasta mucho después de la llegada del matrimonio guajiro Buendía-Iguarán, llegado a Macondo tras la muerte violenta en Riohacha de Prudencio Aguilar a manos del esposo que reclamó la honra vaginal de su cónyuge.
También sobrevivió a los tiempos en que toda esa floresta fue convertida en la “Zona Bananera” por la empresa United Fruit Company de Nueva Orleans, dirigida por gringos pescuezos de gallo fino, cuya ardorosa y farragosa capital, era San Juan de Ciénaga, la tierra de Fermina Daza, la esposa del aprestigiado médico cartagenero Juvenal Urbino.
El acordeonero, venido muy muchacho de la misma comarca remota de los Buendía-Iguarán, era un andariego y trashumante peregrino. Un legítimo heredero de Francisco el Hombre —el verdugo del diablo en Macho Bayo— que se la pasaba husmeando por todo el inmenso Magdalena antiguo por las ruedas de cumbiamba, disecando con oídos de tísico musical esa música extensa de negros, indios y mestizos: aires de cumbia, tambora, chandé, pajarito, puya, son de negro, bullerengue, berroche, guacherna, que luego con su inteligencia .musical genética sobrenatural trasvasaba a los pitos y bajos de su acordeón moruno y los transformaba en parranda vallenata. De este modo, el hatiquero, el acordeonero de dedos y cromosomas musicales gordos como raíz de jengibre, había convertido esta mágica y original melodía afrocolombiana compuesta en 1937 por Andrés Paz Barros en son de puya (Chichi Caballero, el “Cronista de Ciénaga”, dice que es un aire de pajarito porque es un poquito más rápida), en aire de cumbia, pero con la impúdica y lasciva letra de Humberto Daza Granados, alias el “Profesor Chámber.
Andrés Paz Barros y su tamborero, el “Profesor Chámber”, tenían una banda de músicos de complacencia de sexo pervertido, de amores borrachos, alternativos, peregrinos y de ocasión; apurados y de gallos desmoralizados y de vientres lujuriosos. Así se la pasaban, atravesando las noches, —noche tras noche— por las “academias de baile”, arrebujando esos apetitos mundanos, atormentados por el desorden de los instintos hormonales y del arduo oficio del plátano macondiano empresarial. Así desaforados, iban a esos catres venéreos a curar el ansia de la carne y a cumplir con su sagrado placer animal de satisfacer su salud espiritual y las llamaradas del sexo impúdico. La cama berrochona era la reina de esos espacios concupiscentes, la pieza más solicitada por esos lujuriosos clientes de esas sonajeras y trepidantes trojas de amores epilépticos.
Las “academias de baile” realmente era unos verdaderos “putiaderos” baratos esparcidos por toda la Zona Bananera, disfrazados por sus dueños con ese eufemístico nombre, cuyas camas de tijera o catres de lonas, sostenidas por maderos en forma de “X” con tuercas y tornillos, chirriaban y crujían angustiadas al son del temblor y de la trepidación del alboroto y la sevicia de las hormonas del amor incubado y represado en los cuerpos desesperados de los amantes que sucumbían a esas querencias.
De aquí el lubricante verso: Úntale cebo de Cuba pá’ que no suene la lona, que se refiere al unto grasiento que venía de la Isla en forma de las famosas velas de cebo, junto con sones de Oriente, boleros, danzonetes, maracas, güiros, guitarras, pianos, manillas, bates, pelotas de béisbol, ingenieros del azúcar, partituras, y hasta con María Teddy la profesora de música de “Armonía Ciénaga”, la academia que había fundado el padre de la música cienaguera Eulalio Meléndez, en la tierra natal de Fermina Daza en plena peste del cólera.
La cumbia cienaguera
Muchachos bailen la cumbia porque la cumbia emociona
La cumbia cienaguera que se baila suavesona
La bailan en Santa Marta y la baila toda la Zona
La cumbia cienaguera que se baila suavesona.
–No ves, eso es otra cosa, esta si te la grabo—Exultante, el dueño de la Disquera Fuentes de Cartagena, Toño Fuentes, le dijo a Luís Enrique Martínez, cuando volvió en 1951.
Eran los tiempos de Digna Cabas, “La Reina de las ruedas de cumbiamba” en la ardorosa Ciénaga, la otrora capital del banano y del general liberal Clemente Escalona Labarcés, el gallero y parrandero papá de Rafael.
Esta nueva letra, por indicaciones del maestro Paz Barros y exigencias de Toño Fuentes, fue compuesta por Esteban Montaño Polo, un guitarrista-compositor compañero de parranda de Luís Enrique, nacido en Tasajera, un deprimido corregimiento de pescadores de la municipalidad de Pueblo Viejo, dónde la ciénaga se junta con el mar, y donde “Fermina Daza estaba segura de haber pasado por ahí con su madre, muy niña, en una carreta tirada por una yunta de bueyes”.
“La Cumbia cienaguera fue grabada en un acetato de 78 revoluciones por minuto, que se ponía a tocar en un traganiquel. Ese formato permitía una canción de lado y lado, y el tema de respaldo fue Adiós mi Malle, de Armando Zabaleta. El “Pollo Vallenato” debe tener el mérito innegable por darla a conocer. Yo pienso que si él no la graba, no hubiera tenido tanto éxito”, dijo Chichi Caballero.
Fonseca La Guajira, septiembre 3 del 2022.
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