La historia de Colombia está plagada de normas y leyes que, aunque nacieron con las mejores intenciones, nunca llegaron a cumplir su propósito.
Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente del Colegio Médico Colombiano
Este fenómeno, que podríamos llamar el “Cementerio Nacional de Leyes”, es una prueba de la desconexión entre la voluntad legislativa y la realidad del país.
Esta imagen, titulada Cementerio Nacional de Leyes, es una creación del maestro Armando Casabón, quien, a solicitud del Colegio Médico Colombiano, nos hizo y donó esta obra. En ella se refleja de manera poderosa y conmovedora la triste realidad de nuestra legislación. Las cruces enterradas en el suelo simbolizan la inoperancia de muchas leyes que, en teoría, deberían proteger derechos fundamentales como la salud, el trabajo digno y la integridad personal, física y mental.
Leyes que, en su momento, parecían ser la solución a problemas estructurales, pero que, con el tiempo, se han convertido en simples palabras impresas, sin fuerza ni impacto en la vida diaria de los colombianos. Entre estas se encuentran la ley estatutaria de 2015, destinada a garantizar el derecho fundamental a la salud; la ley del Talento Humano en Salud de 2007, que buscaba dignificar el trabajo de los profesionales de la salud; y la ley de atención primaria en salud 1438 de 2011, que pretendía acercar los servicios médicos a la comunidad. Sin embargo, su impacto ha sido mínimo, y en la práctica, están muertas y estos derechos siguen siendo vulnerados.
A este sombrío osario de leyes se suman otras normas igualmente fundamentales, como el Código Sustantivo del Trabajo, que debería ser el pilar de la justicia laboral en Colombia. Las leyes que prohíben y penalizan la intermediación laboral a través de cooperativas y otras formas de contratación que precarizan el trabajo también han caído en el olvido. Lo mismo ha ocurrido con las normas que regulan las órdenes de prestación de servicios, destinadas a evitar la explotación laboral en trabajos misionales, y aquellas que prohíben y sancionan el acoso laboral y sexual.
No podemos dejar de mencionar las leyes que defienden y promueven la salud mental en los espacios laborales y educativos, esenciales para el bienestar integral de los ciudadanos, pero que, tristemente, también han sido relegadas a la inoperancia.
Las leyes por más perfectas que sean en su redacción, no son más que un catálogo de deseos si no se aplican, si no se les da vida en la práctica cotidiana. La realidad, imperturbable e inmutable, nos demuestra que estas leyes son simples enunciados teóricos, convertidos en fantasmas reciclables que se repiten una y otra vez sin impactar la realidad que inspiró su creación. Este ‘Cementerio de Leyes’ no es más que un reflejo de nuestro vicio inveterado, consuetudinario y sumamente perjudicial que, como nación, hemos cultivado: creer que la solución a todos nuestros males radica en la promulgación de leyes
En Macondo, Úrsula Iguarán veía cómo la historia se repetía una y otra vez, sin cambios, sin evolución, como en el viejo cuento del gallo capón que aprendí de niño en Fonseca. De la misma forma, en nuestro país, las leyes se repiten, se recortan y se pegan, formando un círculo vicioso que no permite avanzar. Son fantasmas que nunca logran materializarse, que no cumplen con el propósito para el cual fueron creados.
Es urgente que cambiemos este enfoque. No se trata de seguir promulgando leyes perfectas que solo existen en el papel. Necesitamos una transformación cultural que coloque la ética, la moral y las buenas costumbres en el centro de nuestra vida en sociedad. Solo así, podremos evitar que nuestras leyes se conviertan en monumentos olvidados en un cementerio de normas que jamás llegaron a cumplir su función social.
Ojalá que a la reforma a la salud que actualmente se tramita en el Congreso de la República, si llega a convertirse en ley, no le ocurra lo mismo que al gallo capón en el cuento guajiro.
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