Los humanos prehistóricos, los animales y las plantas no se enriquecen porque son trabajadores rasos; y corruptos, como la política colombiana, menos aún.
Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente del Colegio Médico Colombiano.
ENSAYO – PRIMERA PARTE
La perfectibilidad: aunque el mono vista de seda, mono se queda.
La perfectibilidad humana según Rousseau:
“(…) hay una cualidad muy específica que los distingue y sobre la cual no puede haber discusión: es la facultad de perfeccionarse, facultad que, ayudada por las circunstancias, desarrolla sucesivamente todas las demás, facultad que posee tanto nuestra especie como el individuo; mientras que el animal es al cabo de algunos meses lo que será toda su vida, y su especie es al cabo de mil años lo mismo que era el primero de esos mil años.” (1)
La diferencia genética entre cazadores-recolectores y chimpancés es del 2% (2,3)
Esta pequeña disparidad en la cantidad de genes explica las notables similitudes y diferencias, tanto corporales como sociales, entre un grupo de chimpancés salvajes y un grupo de cazadores-recolectores humanos. En este texto, me centraré en las similitudes y diferencias sociales.
Similitudes
Ambos eran cazadores y recolectores. Ninguno de los dos acumulaba bienes, producía mercancías, montaba empresas o era financiero, y menos corruptos. Eran trabajadores comunes, que trabajaban únicamente para subsistir, utilizando como herramientas sus propios “Umwelten*” y sus cuerpos, salvo algunas piedras especiales que los humanos prehistóricos empleaban para cazar, machacar alimentos y, en ocasiones, practicar el canibalismo.
Eran muy pobres ¡Ay, hombe! Pobrecitos Su condición de animales salvajes, sin propiedad privada, clases sociales, burgueses, proletarios, plusvalía ni darwinismo social, no les permitía aspirar a más.
“El hombre salvaje privado de toda suerte de conocimiento, sus deseos no pasan de sus necesidades físicas, los únicos bienes que conoce en el mundo son el alimento, una hembra y el reposo: los únicos males que teme son el dolor y el hambre. Digo el dolor y no la muerte, pues el animal nunca sabrá qué cosa es morir; el conocimiento de la muerte y de sus terrores es una de las primeras adquisiciones hechas por el hombre al apartarse de su condición animal.” (1)
Así, sin poder político, económico ni social, con un equipamiento productivo precario y rudimentario —apenas comparable al Umwelt* de una araña tejedora—, la revolución agrícola no había llegado y la industrial estaba aún más lejana. No habían inventado las máquinas, por lo que la diferencia entre el hombre y el mono apenas existía. Pertenecían a la misma, mísera y única clase: la igualdad en medio de la ignorancia y la pobreza absolutas.
*”Umwelt” (singular) es un término alemán que se refiere a la parte del mundo físico que cada especie animal puede explorar, captar, sentir, percibir y experimentar de su entorno natural mediante sus sentidos, codificados genéticamente con la idea evolutiva de explotarlo al máximo y sobrevivir a costa de sus recursos ecológicos. El “Umwelt” de los cazadores-recolectores (Homo sapiens), con sus cinco sentidos clásicos aristotélicos, no era superior al de los chimpancés, ni tampoco al de la mayoría de los animales. Recordemos algunos ejemplos: el olfato feromónico de las hormigas y los perros, el oído de los búhos, la vista del águila, el sonar de los murciélagos, el electrotacto del pico del ornitorrinco, la conciencia eléctrica de algunos peces y la brújula magnética que utilizan tortugas, polillas y aves (4).
El “comunismo primitivo, el paraíso terrenal
Inspirados por la observación de que las sociedades primitivas no conocían la propiedad privada de la tierra, ya que esta pertenecía a la tribu o al clan y su uso se organizaba de manera colectiva, Karl Marx y Friedrich Engels desarrollaron el concepto de “comunismo primitivo” (5, 6) para describir esta precariedad humana primitiva, con el propósito propagandístico de convencer a la humanidad de que la propiedad privada es la causa de la acumulación de riquezas, de la desigualdad, de la aparición de clases dominantes y de la opresión de los más débiles. Con esta base teórica, impulsaron la revolución socialista, proponiendo la toma del poder mediante la lucha de clases y la idea de que el Estado debe ser el dueño de la tierra y de todos los medios de producción, y de este modo productivo, volver a vivir en el paraíso terrenal en donde supuestamente vivió el hombre primitivo.
La fotosíntesis es la tecnología biológica, el modo de producción utilizado por el mundo vegetal para generar valiosas y múltiples mercancías con valor de compra a través de la agricultura. En cambio, la bendita sombra que refresca el planeta solo tiene valor de uso y, por lo tanto, no es una mercancía.
La perfectibilidad, la diferencia
La superioridad cultural y social de los cazadores-recolectores sobre los chimpancés radica en la perfectibilidad humana: la “facultad de perfeccionarse” de la que habla Rousseau. Esta se traduce en una mayor capacidad cognitiva, avances tecnológicos, complejidad comunicativa, estructuras sociales avanzadas y una capacidad superior para la innovación y la adaptación. Estos aspectos se evidencian en el desarrollo de herramientas y tecnología (7,8) la comunicación y el lenguaje (9), la estructura social y la colaboración (10,11), la transmisión cultural (12,13) y la capacidad de innovación y adaptación (14,15).
La enorme superioridad en el dominio de la naturaleza del Homo sapiens no reside en la fuerza muscular de su cuerpo ni en las neuronas y cables de su Umwelt, sino en los modernos circuitos cerebrales de su capacidad emocional, lingüística, cultural, cognitiva y de razonamiento abstracto, patrimonios exclusivos de su potente y robusto cerebro que tiene una base genética.
Aunque no hay un “gen de la perfectibilidad”, la genética influye en diversos aspectos del comportamiento humano, y de este modo, muchos genes contribuyen a las capacidades que permiten a los humanos mejorar y adaptarse. La ínfima diferencia genética del 2% y millones de años de evolución son responsables de la gran epopeya humana, tanto buena como mala. En este contexto, los chimpancés se quedaron como chimpancés, mientras que la perfectibilidad de los descendientes humanos los llevó a la luna, inventaron armas mortíferas y ahora pueden leer, editar y reescribir las instrucciones biológicas que nos hicieron posibles.
“Triste sería para nosotros vernos obligados a reconocer que esta facultad distintiva y casi ilimitada es la fuente de todas las desdichas del hombre; que ella es quien le saca a fuerza de tiempo de su condición original, en la cual pasaría tranquilos e inocentes sus días; que ella, produciendo con los siglos sus luces y sus errores, sus vicios y virtudes, le hace al cabo tirano de sí mismo y de la naturaleza.” (1)
Esta es la amarga queja de Rousseau, al sostener que la perfectibilidad es tanto una bendición como una maldición para la humanidad. La perfectibilidad impulsa el progreso y el desarrollo humano, pero también es la fuente de muchos de los problemas y desigualdades que afectan a la sociedad. La coevolución genética y cultural sugiere que la genética y la cultura han interactuado y coevolucionado, influyendo mutuamente en el comportamiento y en el desarrollo humano.
Semejanzas cerebrales y de capacidad mental entre cazadores-recolectores y el humano de hoy.
Los cerebros de los cazadores-recolectores, genéticamente iguales a los del humano de hoy (16) con un volumen promedio de 1350 centímetros cúbicos, eran casi idénticos a los nuestros en términos de tamaño y estructura general. Esto incluye la capacidad cognitiva básica: lenguaje, memoria, razonamiento y Umwelt. No digo idénticos porque algunos estudios sugieren que ciertas áreas del cerebro de los cazadores-recolectores pudieron haber evolucionado ligeramente debido a la presión epigenética, adaptándose así a los cambios culturales cada vez más exigentes y complejos de las sociedades humanas más recientes.
Investigaciones en neurociencia y antropología indican que, aunque los medios de producción y la cultura hayan evolucionado, las capacidades mentales fundamentales de los humanos han permanecido relativamente constantes (17).
La sociedad corrompe
El filósofo calvinista Jean-Jacques Rousseau, convertido al catolicismo, ferviente y apasionado naturalista moral, creía en una autoridad divina benevolente que creó el universo y el alma humana. Defensor a priori de la bondad de la naturaleza humana, sostenía que el niño debía desarrollarse en un entorno natural, lejos de la influencia corruptora de la sociedad:
¡Oh tú, hombre, de cualquier país que seas, cualesquiera sean tus opiniones, escucha! He aquí tu historia tal como he creído leerla, no en los libros de tus semejantes, que son mendaces, sino en la naturaleza, que jamás miente. Todo lo que provenga de ella será verdadero; solo será falso lo que yo haya puesto de mi parte inadvertidamente. Los tiempos de que voy a hablar están muy lejos ya. ¡Cuánto has cambiado! Por así decir, en la vida de tu especie la que voy a describirte, según las cualidades que has recibido, que tu educación y tus costumbres han podido viciar, pero no han podido destruir. (1)
Naturalista extremo, confiaba más en la curación espontánea que en la medicina:
“Los salvajes solo sufren de dos males la vejez y las heridas (…) El hombre en el estado natural apenas tiene necesidad de remedio y menos de medicina (…) Algunos encuentran animales con grandes heridas perfectamente cicatrizadas, con huesos y aún miembros rotos curados sin más cirujano que la acción del tiempo, sin otro régimen que su vida ordinaria, y que no por no haber sido atormentados con incisiones, envenenados con drogas y extenuados con ayunos han dejado de quedar perfectamente curados. En fin; por muy útil que sea entre nosotros la medicina bien administrada, no es menos cierto que si el salvaje enfermo, abandonado a sí mismo, nada tiene que esperar sino de la naturaleza, nada tiene que temer, en cambio sino de su mal, lo cual hace con frecuencia que su situación sea preferible a la nuestra.” (1)
De igual manera, creía que los animales domesticados se degeneraban:
“El caballo, el gato, el toro y aun el asno mismo tienen la mayor parte una talla más alta y todos una constitución más robusta, más vigor, más fuerza y más valor en los bosques que en nuestras casas; pierden la mitad de estas cualidades siendo domésticos, y podría decirse que los cuidados que ponemos en tratarlos bien y alimentarlos no dan otro resultado que él de hacerlos degenerar. (1)
Y que la dañina y corruptora sociedad volvía afeminados a los hombres:
“Así ocurre con el hombre mismo: al convertirse en sociable y esclavo, vuélvese débil, temeroso, rastrero, y su vida blanda y afeminado acaba de enervar a la vez su valor y su fuerza”. (1)
“La bondad y la piedad humanas vienen cableadas de fábrica en los circuitos cerebrales”.
La bondad humana, fundamentada en la piedad, es innata (es decir, no se aprende a través de la experiencia o el aprendizaje). Aún no había nacido Gregor Mendel, el monje agustino y padre de la genética, cuando la filosofía del siglo XVIII, en la tinta de Rousseau, lanzó esta sentencia al mundo humanista para significar que la bondad del ser humano está presente desde los orígenes de la humanidad, desde su estado primitivo, y se perpetúa nacimiento tras nacimiento, sin tener la remota idea de que las características innatas a menudo están determinadas por una base genética.
Jean-Jacques Rousseau sostiene que la piedad es un sentimiento inherente al alma humana, y se puede argumentar, invocando a Kant, que esta piedad es un sentimiento a priori, que existe en el alma humana antes de la aparición de la sociedad. Rousseau describe la piedad como un impulso natural y universal que nos mueve a compadecernos del sufrimiento ajeno, independiente de la experiencia y la educación. En este sentido, la piedad puede considerarse un sentimiento a priori, similar a cómo Kant describe las categorías del entendimiento que existen en nuestra mente antes de cualquier experiencia. Así, la piedad en Rousseau es una manifestación innata de la naturaleza humana, una disposición preexistente que guía nuestras acciones morales desde el interior, sin necesidad de aprendizaje o condicionamiento externo.
Si la bondad es inherente al alma humana desde el origen de la humanidad y todo niño nace bueno, ¿cómo apareció la maldad en el mundo? Rousseau argumenta que la sociedad, la civilización y sus instituciones corrompen esa bondad innata. Con su pluma, Rousseau ataca de manera contundente a estas entidades, a las que considera enemigas acérrimas, afirmando: “todos los progresos de la especie humana”, debido a su poder corruptor, “le alejan sin cesar del estado primitivo”. Según él, “hubiéramos evitado todos esos males de la modernidad conservando la manera de vivir simple, uniforme y solitaria que nos fue prescrita por la naturaleza”.
Conócete a ti mismo
Inscripción del templo de Apolo en Delfos
“El conocimiento del hombre me parece el más útil y el menos adelantado de todos los conocimientos humanos, y me atrevo a decir que la inscripción del templo de Delfos contenía por sí sola un precepto más importante y más difícil que todos los gruesos volúmenes de los moralistas.” (1)
Lo que más sorprende de Rousseau, un defensor ferviente de la bondad de la naturaleza humana, es que se hiciera esta pregunta:
“¿Qué experiencias serían necesarias para llegar a conocer al hombre natural, y cuáles son los medios de hacer estas experiencias en el seno de la sociedad?” (1)
Pero, su inteligencia y profundidad, sorprenden aún más con esta respuesta:
“Lejos de emprender la solución de este problema, me atrevo a responder por anticipado, después de haber meditado bastante sobre esta cuestión, que los más grandes filósofos no serán bastante capaces para dirigir esas experiencias, ni los más poderosos soberanos para ponerlas en práctica.” (1)
Rousseau tenía razón: las ciencias puramente teóricas, por sí solas, son incapaces de resolver los misterios de la naturaleza humana.
También resulta sorprendente que, aunque Rousseau culpa a la sociedad de todos los males de la humanidad, reconozca no conocer “el fundamento real de la sociedad humana”. Sin embargo, como profundo filósofo, se adelanta a su tiempo invocando el método científico de las ciencias naturales, que, a la postre, resolvería muchas incógnitas sobre el comportamiento del individuo y de la sociedad. Al reflexionar, señala:
“Estas investigaciones tan difíciles de hacer y en las cuales tampoco se ha pensado hasta ahora son, sin embargo, los únicos medios que nos quedan para resolver una multitud de dificultades que nos impiden el conocimiento del fundamento real de la sociedad humana.” (1)
El método científico de las ciencias naturales (positivas), junto con el de las ciencias sociales y humanidades, ha avanzado considerablemente en la respuesta a esta pregunta rousseauniana: ¿Cómo conocer el origen de la desigualdad entre los hombres si no se empieza por conocer a los hombres mismos? (1)
Rousseau y Marx: desigualdad y corrupción.
La propiedad privada corrompe.
La desigualdad y la corrupción parecen ser experiencias eternas. Todos los días, los siglos y los milenios dan cuenta de ellas. Rousseau y Marx, con un siglo de diferencia, compartían preocupaciones similares al respecto.
Rousseau, el primer comunista:
“El primer hombre que, habiendo cercado un terreno, se atrevió a decir: ‘Esto es mío’, y encontró gente bastante simple para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores no habría ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: ‘Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!” (1)
Rousseau argumenta que, con la formación de la sociedad y la introducción de la propiedad privada, surgieron la competencia, la envidia y la codicia, corrompiendo la bondad natural del hombre y llevándolo a la desigualdad y a la pérdida de la libertad. Esta profunda crítica resuena en el pensamiento de Marx, quien también ve la propiedad privada, especialmente en su forma capitalista, como una fuente de desigualdad y explotación.
Aunque Marx no utiliza el concepto de contrato social, su visión de una sociedad comunista donde las decisiones se toman colectivamente para el bien común tiene paralelos con la idea rousseauniana de la voluntad general. Tanto Rousseau como Marx critican las instituciones sociales de su tiempo. Rousseau critica la sociedad civil y sus instituciones por perpetuar la desigualdad, mientras que Marx critica las instituciones capitalistas por explotar y alienar a los trabajadores. Rousseau aboga por un contrato social que garantice la libertad y la igualdad mediante la sumisión a la voluntad general.
En resumen, ambos filósofos comparten la convicción de que la propiedad privada y las instituciones sociales existentes perpetúan la desigualdad y la corrupción, y proponen sistemas en los que la colectividad y el bien común prevalezcan sobre los intereses individuales.
Jean-Jacques Rousseau, al afirmar que el hombre nacía bueno y que la sociedad lo corrompía, se equivocó. De manera similar, Marx desdeñó la importancia de la naturaleza humana en los comportamientos sociales, especialmente en lo referente al manejo del poder y del dinero. Ninguno de los dos imaginó que el cerebro de todos los sapiens, en cada arruga, en cada protuberancia, en cada onza de seso, lleva impresas a priori muchas virtudes, pero también numerosos vicios y perversidades.
La historia de la humanidad está pixelada por la crueldad y la violencia.
“El hombre es un lobo para el hombre.” — Thomas Hobbes (1588-1679, Reino Unido).
La humanidad, tanto antes como después de Caín y Abel, siempre ha mostrado una tendencia natural hacia la violencia y la opresión de los más débiles, incluyendo al hombre prehistórico. Existe evidencia suficiente para afirmar que el hombre primitivo, aunque exhibía comportamientos pacíficos y cooperativos entre sus parientes, podía ser agresivo y violento con extraños. Al igual que los humanos de hoy, manejaban tanto la guerra como la paz.
Se han encontrado indicios de conflictos interpersonales y entre grupos en heridas de armas en esqueletos y fortificaciones en asentamientos (18,19,20,21)
También hay pruebas sólidas que indican la existencia de canibalismo en algunos grupos de cazadores-recolectores prehistóricos (22,23,24,25,26). Además, es ampliamente aceptado que la violencia de Homo sapiens jugó un papel significativo en la extinción de los Neandertales, aunque este proceso fue complejo y estuvo influenciado por múltiples factores (27).
Estas evidencias demuestran de manera suficiente de que no es completamente cierto que existió un comunismo primitivo en el sentido estricto en que se entiende el término en la teoría política marxista. La realidad es más compleja. Estas referencias sugieren que las sociedades cazadoras-recolectoras eran más igualitarias que las sociedades estatales posteriores, pero no eran utopías sin conflictos. Las diferencias de prestigio, poder y acceso a recursos existían, aunque estaban menos marcadas.
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- “War Before Civilization: The Myth of the Peaceful Savage” por Lawrence H. Keeley: Keeley desafía la idea de que las sociedades prehistóricas eran pacíficas y argumenta que los conflictos y la violencia eran comunes. Proporciona evidencia de heridas en esqueletos y fortificaciones en asentamientos.
- “The World Until Yesterday: ¿What Can We Learn from Traditional Societies?” por Jared Diamond: Diamond explora cómo las sociedades tradicionales, incluidos los cazadores-recolectores, manejaban la guerra y la paz. Discute tanto la cooperación y el altruismo como la agresión y la violencia.
- “Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies” también por Jared Diamond: Este libro proporciona un contexto amplio sobre la evolución de las sociedades humanas, incluyendo aspectos de cooperación y conflicto en sociedades prehistóricas.
- Bowles, Samuel (2009). “Did Warfare Among Ancestral Hunter-Gatherers Affect the Evolution of Human Social Behaviors?” Science, 324(5932), 1293-1298. Este artículo examina cómo la guerra pudo haber influido en la evolución de comportamientos sociales humanos, proporcionando una visión sobre la violencia y la cooperación entre cazadores-recolectores.
- Turner, Christy G., II, and Jacqueline A. Turner. “Man Corn: Cannibalism and Violence in the Prehistoric American Southwest.” University of Utah Press, 1999. Este libro ofrece una revisión detallada del canibalismo en el suroeste americano, discutiendo las evidencias arqueológicas y las posibles razones detrás de estas prácticas.
- White, Tim D. “Prehistoric Cannibalism at Mancos 5MTUMR-2346.” Princeton University Press, 1992. White analiza un sitio específico en el suroeste de Estados Unidos, proporcionando una perspectiva detallada sobre la evidencia de canibalismo y sus contextos.
- Hogg, Richard A. “Cannibalism and Human Sacrifice: Fact or Fable?” Nature, vol. 379, no. 6567, 1996, pp. 501–502. Este artículo revisa la evidencia de canibalismo en diferentes contextos y discute la interpretación de estos hallazgos en términos de prácticas rituales o supervivencia.
- Fernández-Jalvo, Yolanda, and Peter Andrews. “Butchering and Processing of Human Remains at the Upper Palaeolithic Site of Gough’s Cave (Somerset, UK).” Journal of Human Evolution, vol. 50, no. 2, 2006, pp. 170–193. Este estudio específico sobre Gough’s Cave en el Reino Unido analiza la evidencia de canibalismo y sugiere que estas prácticas eran ocasionales y contextualmente determinadas.
- Arens, William. “The Man-Eating Myth: Anthropology and Anthropophagy.” Oxford University Press, 1979. Arens ofrece una crítica sobre las interpretaciones de evidencia de canibalismo y argumenta que muchas afirmaciones sobre el canibalismo en las sociedades prehistóricas pueden estar exageradas o mal interpretadas.
- “The Neanderthals Rediscovered: How Modern Science Is Rewriting Their Story” por Dimitra Papagianni y Michael A. Morse. Este libro ofrece una visión moderna y basada en evidencia reciente sobre los Neandertales y las interacciones con Homo sapiens.
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