Las razas humanas tienen profundos cimientos biológicos, pero la esclavitud y el racismo son dos infames edificios construidos con los peores ladrillos y pegamentos morales de sus sociedades.
Por Dr. Stevenson Marulanda Plata
La estatua de un filántropo es profanada
Colston Tower, Colston Hall, Colston Avenue, Colston Street y Colston´s Girl´s School Primary, existen en Bristol en su honor. Fue un rico comerciante y un gran Tory, llegando a diputado de esa poderosa bancada parlamentaria (Partido Conservador Inglés), que financiaba con sus propios recursos la construcción y el funcionamiento de escuelas, iglesias, hospitales públicos y hogares para desvalidos y ancianos.
En las escuelas se le recuerda con el Colston´s Day el 13 de noviembre. Lástima que la hermosa estatua de ese gran filántropo y amante de la humanidad, fuera derribada, pisoteada y echada al río el 7 de junio del 2020 por la turba de manifestantes revoltosos que protestaban en Bristol por la muerte del negro George Floyd, asfixiado hasta morir por la rodilla de un policía blanco en Minneapolis el 25 de mayo del 2020, que aplastó su cuello contra el pavimento. Como santo patrono anglicano, Edward Colston, está enterrado en la iglesia de Todos los Santos en Bristol, su tierra natal.
Haití no podía respirar porque las rodillas de Francia y Estados Unidos la asfixiaron.
Eran 470 mil negros como George Floyd, los que no podían respirar. Llegaban los supervivientes, 40 mil anuales, deshidratados y hambrientos, en trapos desarbolados, andrajosos, oliendo a hez, sudor, vómitos y orín revueltos, sin nombres, ni apellidos, ni religión, ni familia, ni identidad, en barcos macabros. Así, con los ojos esmerilados, los desembarcaban en Puerto Príncipe, sin sueños, sin ilusiones, sin historia, sin memoria ancestral. Su única maleta era su alma vacía, apelmazada en sortijas chiquiticas como su pelo.
Y así los plantaron allá, como ellos plantaban las matas de caña, algodón y café, motor y sostén de la flamante revolución industrial y de la odiosa y violenta dominación imperial europea —católica, protestante e hipócrita—, sobre el resto del planeta.
¡Igualdad, libertad y fraternidad!
Gritaba la Revolución burguesa en las calles de París en 1789.
Sin embargo, los ambiguos moralistas legisladores revolucionarios y sus sucesores, hasta bien entrado el siglo XX, incluyendo a Napoleón y las sucesivas repúblicas liberales democráticas, continuaron con su infame rodilla blanca puesta en el cuello de los negros, que habían cazado como animales salvajes en África y los habían esclavizado con violencia brutal en sus plantaciones en sus islas de esclavos en las Antillas, oprimiendo su respiración, hasta asfixiarlos.
Respirar aire libre costó a Haití una deuda impagable.
Los ingenuos negros haitiano se comieron el cuento de que la igualdad, la libertad y la fraternidad, y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, también los incluía a ellos.
—Pues no. Así de simple—.
Les dijo el gobierno de Francia.
1794 – 1804. Rabiosos y dolidos, y llenos de odio y resentimiento contra la metrópoli, se armaron de valor, y como pudieron se tomaron las plantaciones violentamente. La revuelta dio sus frutos, los contingentes militares franceses que enviaron a la isla no los pudieron doblegar. Entonces exigieron la independencia, y empezaron las negociaciones. Francia embargó y bloqueó la isla con su poderosa armada y les dijo:
Plata o plomo.
- La rodilla del bloqueo y del hostigamiento del embargo seguían apretando. Carlos X, a la sazón, Rey de Francia, exige 150 millones de francos de oro pagaderos en un plazo de cinco años para compensar los perjuicios y daños a los dueños de los esclavos por las inmensas pérdidas sufridas. Haití no tiene más remedio: obligado escogió la deuda.
China, en cambio, escogió la guerra contra Inglaterra, no por deudas de esclavos, sino por deudas de narcóticos. Inglaterra, también con la poderosa violencia militar de su armada, la Royal Navy, masacró a los chinos y los obligó a consumir el opio que cultivaba en la India, su colonia vecina. (Guerras del opio 1839 – 1842 y 1856 – 1860).
150 millones de francos de oro.
Más de 40.000 millones de euros al día de hoy equivalían al 2% del PIB de Francia para esa época, pero al 300% del PIB de Haití. Lo cierto es que con los intereses a una tasa anual del 5% de los bancos privados franceses, las jugosas comisiones, las múltiples y farragosas refinanciaciones, Haití tenía que pagar cada año el 15% de su producción anual, apenas para amortizar intereses, sin impactar en lo más mínimo al capital original de 150 millones de francos de oro. Así pasaron las décadas y llegamos al siglo XX.
Otra deuda impagable suicidaría la razon de Europa.
A pesar de semejante desembolso, la gulosa Francia, en plena Primera Guerra Mundial, peleando a mordiscos como perros rabiosos con Alemania, la presa de las tierras fronterizas de Alsacia y Lorena, declara a Haití mal pagador y se va a atender su gran guerra. Pero antes le endosa la rodilla a Estados Unidos.
Este invade la isla negra ipso facto entre 1915 y 1934 para restaurar el orden y asegurarse sus propios intereses financieros. La deuda se extinguió oficialmente a principios de la década de 1950. Mientras, otra deuda impagable, 132 mil millones de francos de oro revienta y suicida la razón de Europa: Francia victoriosa, en el Tratado de Versalles (1919) humilla a Alemania con semejante deuda (300% de su PIB) y otros tributos de guerra, pero Alemania no era Haití y la Segunda Guerra Mundial estremecería al mundo.
Los debates abolicionistas: asambleas de zorros matanza de gallinas.
La revuelta sangrienta de Haití y de otras rebeliones armadas que ya se habían presentado y terminado en ejecuciones masivas— Jamaica 1831, Guayana 1815 y Guadalupe 1802—, llenó de miedo a los esclavistas, y por pánico a más rebeliones decidieron negociar una indemnización con el Gobierno y la sociedad francesa para liberar a los esclavos de sus otras islas antillanas (Martinica, Guayana y Guadalupe).
En 1842 un abolicionista francés, buenazo como el humanitario de Bristol, Edward Colston, propuso que, como los esclavos eran los directamente beneficiados con la medida, debían trabajar gratis sin remuneración durante el tiempo que fuera necesario hasta amortizar a sus amos toda la deuda, así la deuda fuera perpetua, para que aprendieran a valorar el trabajo.
Otro buen samaritano y humanitario, Alexis de Tocqueville (1805 – 1859), dijo:
—No, pobres negros, que la mitad la paguen los contribuyentes y la otra mitad los propios esclavos con su trabajo. Es una solución equilibrada entre todos los actores, los contribuyentes, los propietarios y los esclavos tendrán un trato justo—.
La Cámara de Diputados, tenía la última palabra.
Pero estaba conformada en su inmensa mayoría por políticos terratenientes traficantes de negros, como Colston, el flemático y filántropo conservador Tory, elegidos por el 0.3% de toda la población francesa (hombres muy ricos, los pobres ni las mujeres votaban), y dijeron:
—Ni de vainas—.
Y amenazaron con el uso de sus milicias, pues se sentían supremamente perjudicados. La deuda de Haití no les parecía suficiente.
Las leyes de cacería no consultan a los conejos.
Solamente en 1848, tras la caída de la monarquía y de la proclamación de la Segunda República, aceptaron a regañadientes la propuesta de Tocqueville y por cada esclavo liberado recibieron una compensación equivalente al salario de 4 a 6 años de un trabajador francés libre.
En total unos 300 millones de francos para toda la masa de amos acreedores. Pero, como las leyes de cacería no consultan a los conejos, la ley de la abolición además decía rotundamente: Quedan prohibidos el vagabundeo y la mendicidad. Y, obvio, negro que anduviera de vago por ahí, sin un contrato de trabajo, negro que era arrestado por mendicidad y conducido de facto a unos talleres disciplinarios instalados en las plantaciones. Mejor dicho, trabajo forzoso y gratis.
A los paisanos del filántropo y esclavista Edward Coslton tampoco les fue tan mal.
Los propietarios ingleses de esclavos fueron indemnizarlos cuando el parlamento declaró libres a sus 800 mil negros en 1833, la mayoría emplazados en Las Antillas, y el resto en Sudáfrica y en la Isla Mauricio en el Océano Indico.
Cada amo recibió una compensación de 30 millones de euros por cada esclavo a precio de hoy, y como eran 4.000, el tesoro inglés tuvo que desembolsar 120 mil millones de euros, equivalentes al 5% de su PIB de la época. Deuda pública que tuvieron que pagar, no los ricos, sino los contribuyentes de ingresos bajos y medios a través de impuestos sobre el consumo y el comercio (IVA en Colombia) dada la fuerte regresión del sistema fiscal británico de la época.
Estados Unidos: cómo una sociedad esclavista crea una sociedad de esclavos.
Conviene señalar ahora, que los europeos en Estados Unidos —como cuando uno llega a una tierra virgen y destruye el bosque primario y luego siembra dos nuevas y distintas especies de plantas—destruyeron las sociedades indígenas nativas y luego construyeron en ese inmenso territorio dos nuevos tipos de sociedades diferentes y desiguales, juntas pero no revueltas: una de blancos para blancos, y otra de negros para blancos. La segunda, esclava al servicio de la primera, esclavista.
En las Antillas sucedió exactamente lo mismo, con la diferencia que los europeos, como el buenazo de Edward Coslton y los descendientes de los revolucionarios franceses, no se fueron a vivir a las islas, sino en mínimas proporciones, las suficientes para dominar a los negros con eficacia y eficiencia.
El Imperio del algodón y del tabaco hizo metástasis al sur de Estados Unidos.
Cuando la producción antillana colapsó debido a la revuelta haitiana y a la liberación de los esclavos de las demás islas, el sostén de la poderosa y pujante economía euroamericana basada en la industria textilera y tabacalera pasó a manos de la sociedad blanca esclavista radicada en el sur de los Estados Unidos, tierra de inmenso tamaño y vocación para esos cultivos.
Cuatro millones de negros
La tercera parte de la población del sur, eran los bisabuelos de George Floyd, cinco veces más que los de las islas de esclavos francesas y británicas, juntas. La producción también se multiplicó por cinco, donde 11 de los 15 presidentes hasta Lincoln, eran dueños de esclavos.
La riqueza del norte era distinta: industrial y financiera,
En cambio en los estados del norte (19 millones de habitantes) la proporción de esclavos era muy baja en comparación con los del sur. Del 5 al 15%, incluso en algunos, como en los de Nueva Jersey y el de Nueva York, se dejaron de contabilizar oficialmente desde 1830, porque la esclavitud venía siendo abolida poco a poco en forma gradual desde 1804. Massachusetts abolió en 1783, aunque siguieron siendo racistas y segregacionistas.
La Gran Región Central, la manzana de la discordia.
Entre el norte y el sur había un territorio grande y virgen (La Gran Región Central la llamaba Lincoln). Eran los nuevos estados del oeste. Digo vírgenes, porque todavía, las dos sociedades ya establecidas, la del norte y la del sur, no se habían puesto de acuerdo con qué tipo de ladrillos y pegamentos morales iban a construir allí esa nueva sociedad. Los del sur, por razones obvias querían que fueran estados esclavistas como ellos, para asegurar su poderoso modelo económico. Los del norte, igual, querían que fuera sin esclavos.
El republicano y norteño antiesclavista Lincoln, elegido presidente en 1860, propuso, además de la libertad de esclavos en La Gran Región Central, un proceso de emancipación extremadamente gradual en los estados del sur, con una compensación para los propietarios de esclavos, como había sucedido en Europa, pero los envalentonados estados de la Confederación sureña de esclavistas vieron aquí un tremendo peligro.
Además desconfiaban de Lincoln, el arreglo económico compensatorio en Estados Unidos era un impensable. Eso costaba mucha plata, era cuatro millones de almas y cuerpos como los de George Floyd.
La separación o la guerra.
El punto de no retorno. El 12 de abril de 1861, un golpe naval asestado por los sureños en Carolina del Sur, fue la chispa que irremediablemente estalló la guerra. Lincoln jamás iba a permitir que esa gran nación se escindiera y los del sur jamás iban a permitir la ruina de su economía. Eso costó 600 mil muertos. (Guerra de Secesión 1861 – 1865)
La enmienda 13, una mula y 16 hectáreas de tierra.
El norte ganó la guerra. Los negros fueron emancipados en plena guerra. En abril de 1864 el Congreso adoptó la decimotercera enmienda en ese sentido, sin un dólar de compensación para ninguna de las partes, ni para los propietarios, pues los daños de la guerra fueron inmensos.
A los negros les prometieron una mula y 16 hectáreas de tierra, con tal que pelearan en los ejércitos del norte, todavía las están esperando. En cambio, la segregación y la discriminación racial fueron legales hasta la década de 1960, hasta con linchamientos de negros organizados por el Ku Klux Klan.
Haití hoy.
Las sociedades son como los cultivos, se siembran y se cosechan. Los haitianos no solo heredaron la deuda, sino el analfabetismo y una sociedad sin nación, servil y hechiza, para servir a otro mundo.
¿Qué se podía esperar de una sociedad residual de esclavos y chafarotes, y después agricultores y analfabetos endeudados?
Lo esperable: caos efecto dominó: élites criollas, nacionales y regionales corruptas, guerras civiles, golpes de estado, constituciones, dictaduras, presidentes analfabetos, violencia política, ejércitos y fuerzas revolucionarias liberadoras, mercenarios, paramilitares, populismos de derechas y de izquierdas, desplazamientos, genocidios, injusticia social, y la inevitable pobreza extrema.
África, Oriente Medio y América Latina toda, comparten desafortunadamente muchos de estos rasgos históricos, cuyo denominador común es la debilidad de las democracias. Agravado todo, donde se enseñoreó el narcotráfico y la compra de votos.
Haití, África, Chocó, Buenaventura, Cauca, La Guajira, y donde quiera haya indios y negros, no somos pobres por negros, ni por indios, ni por flojos, brutos o vagos atenidos, ni por un instinto fatal del destino.
Francia, Haití y los Estados Unidos, son típicos para comprender con mayor claridad que, la desigualdad extrema entre las distintas sociedades, entre las naciones del mundo y dentro de ellas mismas, son construcciones artificiales impuestas por las sociedades ricas y dominantes.
En otras palabras, las sociedades no son estáticas, invariables, inalterables e inevitables, como son, debido a razones deterministas e inamovibles de un destino fatal y tremendista.
Contrario sensu, las sociedades son grandes y complejos edificios artificiales que se construyen y se transforman constantemente, y ese devenir depende de las instituciones —políticas, económicas, sociales, culturales y educativas—, que edifiquen desde adentro con sus propia materia prima, con sus propios ladrillos de sentimientos morales o inmorales; o les dejen edificar, o sean impuestas desde afuera, diseñadas con los eternos sentimientos inmorales de un extraño y victimario opresor, lo que dará por resultado sus niveles de violencia legal e ilegal, el tamaño de su egoísmo, de su moral y de sus desigualdades.
Tarea y reflexión moral.
¿Por qué en los debates abolicionistas a nadie se le ocurrió indemnizar a las víctimas?
Mi respuesta.
Por la hipocresía de la naturaleza íntima y biológica del círculo moral tan estrecho de la mente y del alma de los humanos, igual a la de los descendientes de los revolucionarios franceses y a la del filántropo y esclavista Edward Colston, cuya estatua bien yace hoy en el fondo de un rio en Bristol.
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