La pérdida del olfato y el gusto es otra de las consecuencias del COVID-19. Los expertos señalan que a raíz de la infección se presentan alteraciones cuantitativas y cualitativas difíciles de controlar.
Cuando Laura Martínez se contagió de COVID-19, no sabía que ese era el principio de su tragedia. Ella, que ha trabajado como chef toda su vida, sabe de la importancia del olfato, no solo en la vida cotidiana, sino como herramienta de trabajo.
Pero un día se despertó sin poder identificar ningún olor y supo que había contraído el COVID-19. “Serán solo unos días”, pensó. Guardó la cuarentena en su Cartagena de toda la vida y esperó pacientemente el retorno del olfato y el gusto. Fueron dos semanas difíciles a finales de 2020, pero ese fue apenas el preludio de lo que tendría que padecer.
Tres meses después de superar la enfermedad, en abril de 2021, Laura notó una distorsión en la percepción de los olores y los sabores. “Yo había leído sobre una secuela que le quedaba a la gente, que hacía que la comida le supiera a gasolina, pero no es algo que uno piense que le pueda pasar”, afirma.
Efectivamente, Laura empezó a sufrir los rigores de las disosmias, que son alteraciones en la percepción de los olores, y que afectan a tres de cada diez personas infectadas con COVID-19.
Una triste coincidencia
A más de mil kilómetros de distancia, en un municipio de la sabana de Bogotá, César Alexander Pepinosa afrontaba el mismo padecimiento. Se había contagiado de COVID-19 a mediados de 2021, y un par de meses después notó alteraciones en su olfación. A diferencia de Laura, él nunca había escuchado mencionar las disosmias, por lo que no encontraba las palabras para expresar su sufrimiento.
“Era muy difícil explicarle a alguien qué me pasaba, porque intentaba decir que no olía correctamente y sentía unos olores nauseabundos, pero no encontraba la manera de hacerlo entender, ya que eran unos olores que nunca había sentido antes y no podía describir”, relata el hombre. Poco a poco se metió al mundo de las secuelas del virus, y logró darle nombre a lo que padecía: parosmia.
El tratamiento
Aún no existe información suficiente para tratar las disosmias, puesto que son secuelas demasiado recientes. “Sabemos que la mayor prevalencia es en mujeres y mayores de 50 años, pero aún no hay un tratamiento establecido”, explica Lorena Cárdenas.
“Se recomienda hacer terapias olfativas con esencias de clavo, eucalipto, esencia de rosa, de limón y café, que son esencias no irritativas, con las cuales se busca estimular el primer par craneal y no el quinto par”, sugiere la especialista.
El tratamiento La estimulación se hace con cada esencia, durante diez segundos, por cada fosa nasal. Se descansa el mismo tiempo y se repite el procedimiento con otra esencia, hasta completar los cinco aromas. Cada sesión debe durar entre 15 y 20 minutos, y debe realizarse dos veces al día, entre tres y seis meses.
“Luego, con los ojos cerrados, hay que repetir la terapia, para tratar de descifrar qué olor es, e ir evocando la memoria olfativa”, concluye la otorrino.
Las alteraciones cualitativas reciben el nombre de disosmias. Lorena Cárdenas, especialista en el tema, detalla que existen tres posibles Disfunciones Olfativas Post Virales -DOPV-, que son la parosmia, la fantosmia y la cacosmia.
La explicación
María Lorena Cárdenas es especialista en otorrinolaringología y tiene un fellowship clínico y de investigación de la Universidad de Harvard. Ella explica que el SARScoV2, causante del COVID-19, produce lesiones en el nervio olfativo. “Nosotros tenemos doce pares craneales, de los cuales el nervio olfativo corresponde al primer par. A raíz de esta infección, se ha visto que uno de los síntomas asociados son las alteraciones a este nivel, que pueden ser cuantitativas o cualitativas”, aclara.
Las alteraciones cuantitativas se refieren a la afectación en la intensidad de olfación que las personas pueden tener. Van desde una función normal (normosmia), una función disminuida (hiposmia) y nula (anosmia). “Los especialistas manejamos una escala de cero a diez, donde diez es un paciente con olfación normal, mientras que de cero a cinco se considera anosmia y de seis a nueve sería hiposmia”, sostiene la experta.
Disosmias
Las alteraciones cualitativas reciben el nombre de disosmias. Lorena Cárdenas detalla que existen Disfunciones Olfativas Post Virales -DOPV-, dentro de las cuales están la parosmia, la fantosmia y la cacosmia.
En términos médicos, la parosmia es una percepción distorsionada de los olores; por ejemplo, la persona huele a café pero percibe olor a pescado, sin que sea necesariamente desagradable.
Por su lado, la fantosmia corresponde a la percepción de un aroma, sin que exista una fuente real, como una especie de alucinación. Finalmente, la cacosmia es la percepción de los olores como putrefactos o desagradables.
“Hay una asociación entre alteración olfativa y gustativa, porque para que uno perciba el sabor de los alimentos tiene que haber una percepción olfatoria. El paciente, además de sufrir la alteración del olfato, también manifiesta que el sabor de la comida es totalmente diferente y desagradable”, dice Cárdenas.
Este es el caso de Laura, en Cartagena, y de César, en la sabana de Bogotá. Para ellos, comer se convirtió en una pesadilla. “El huevo, las carnes, la cebolla, el ajo, la Coca-Cola y casi todo es un infierno para mí. Solo como arroz, pasta, queso y tofu”, cuenta Laura, que además no puede escapar a la tortura, pues todos los días Lorena Cárdenas tiene que preparar alimentos con estos ingredientes.
César afirma no soportar el olor ni el sabor del pollo, el chocolate, el café, el pan, el huevo ni los vegetales: “Ya olvidé qué es un buen desayuno o un almuerzo en familia”, relata con tristeza.
Solos e incomprendidos
Tanto Laura como César coinciden en que padecer estas disosmias les ha producido un enorme sentimiento de soledad e incomprensión. “La vida social es lo peor, porque ya no puedo salir a comer con una amiga, siento que mi esposo no me entiende y que la gente no se puede poner en mi lugar”, describe Laura con melancolía.
César se conmueve al recordar cómo eran los almuerzos familiares que no volvió a disfrutar: “Nosotros desayunábamos y almorzábamos juntos, y es muy difícil pasar a comer solo y de mala gana todos los días. Es un desespero absoluto, pues la paciencia tiene un límite y yo no aguanto más”, puntualiza.
Hay personas que no soportan el olor ni el sabor del pollo, el chocolate, el café, el pan, el huevo ni los vegetales: “Ya olvidé qué es un buen desayuno o un almuerzo en familia”, afirma una de las personas afectadas por el virus.
Futuro incierto
Lorena Cárdenas afirma que la ciencia hoy no tiene manera de predecir la recuperación de las disosmias. “Decirle a un paciente que no hay nada que hacer es muy triste, así que debemos probar las terapias y seguir investigando, pero no tenemos nada concluyente de cara al futuro”, enfatiza.
Mientras tanto, Laura y César conservan la esperanza de que las terapias olfativas, que hacen todos los días sin falta, surtan efecto. “Aunque el desespero me invade, no me rindo, porque espero mejorar mi calidad de vida”, dice el joven. Laura, en Cartagena, sostiene que intenta mantenerse fuerte mentalmente, aunque no niega que la situación la tiene al límite: “Le pido a los científicos y a los gobiernos que inviertan recursos en investigar estas alteraciones, porque es insoportable y una tortura muy cruel”, termina Laura con la voz entrecortada.
Fuente: Publicación digital de la Superintendencia Nacional de Salud. Revista Monitor Salud. Ed. Nº 9 (Marzo-Junio 2020)
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