Con la intervención administrativa por parte de la Supersalud, la mayoría de hospitales públicos en proceso de saneamiento, remodelación de infraestructura y mejoramiento de servicios, han podido atender a miles de contagiados por la Covid-19, algunos que llegaron a Cuidados intensivos, y salvarlos de la muerte. Aquí tres historias.
Catorce hospitales regionales, seis de los cuales han sido intervenidos durante la pandemia, con el fin de rescatarlos del deterioro, el abandono y la corrupción, ampliar sus servicios d salud y mejorar su infraestructura, entre otros objetivos, han sido fundamentales en estos tiempos de crisis sanitaria.
A sus instalaciones han llegado miles de usuarios contagiados durante este año largo de Covid-19. Algunos han pasado por servicios generales y otros por las Unidades de Cuidado Intensivo.
Las cifras están a la vista. Entre marzo de 2020 y finales de marzo del presente año fueron atendidos más de 8.500 colombianos, víctimas de la peor pandemia desde 1919 cuando hizo presencia en el país, con funestos resultados, la gripa española. En esta edición documentamos 3 testimonios que son el ejemplo de cómo estos hospitales han contribuido a salvar vidas.
“Es un milagro”
Fue el domingo 7 de febrero de 2021. Diana Carolina Cruz Jiménez, una cucuteña de 34 años de edad, empezó a experimentar una tos leve, seca, que con el pasar de las horas se le volvió más frecuente. Por la noche sintió más calor del normal del que hace en Ocaña, donde reside hace 14 años cuando se enamoró de Yhon Jairo Mora, quien hoy es su esposo, y se fue sin más pertenencias que su vocación de manicurista y el anhelo de conformar una familia amplia. El termómetro le marcó fiebre de 40 y luego vinieron otros síntomas desalentadores: vómito, sensación de ahogo y sudoración.
No era una gripa
“Esta gripa me va a dar duro”, le dijo a su esposo. Le pidió el favor de que le comprara un jarabe y optó por resguardarse en la casa, donde tiene su propio negocio, atiborrado de limas de uñas y tablas de esmeril, acetona y crema de cutícula, cepillos y pulidoras. Sin embargo, rápidamente las dolencias se complicaron y el ahogo se hizo más persistente, perdió el apetito y empezó a tener dificultades para moverse de la cama.
“Esto no me gusta”, le dijo a Yhon, y de inmediato llamó al Hospital Emiro Quintero Cañizares de Ocaña. Él me comentó que me veía los ojos hundidos, como vidriosos, y el rostro amarillento, señala Diana Carolina, quien recuerda que se sentía sin fuerzas hasta el punto que presentía que se iba a desmayar. Al otro lado de la línea le explicaron que había que diagnosticarla de inmediato porque los síntomas no eran los de una simple gripa.
En el Hospital Quintero Cañizares, que en noviembre de 2020 fue intervenido por la Superintendencia de Salud, con el fin de sanearlo administrativa y operativamente, le hicieron los exámenes de rigor, incluida la prueba de COVID-19 y una radiografía de pulmón. “Mi situación era tan crítica que de inmediato me pusieron oxígeno y me sometieron a terapia respiratoria”, señala Diana Carolina, quien para ese momento tenía una saturación del 75%, cuando lo normal es entre 95% y 100%.
Luego llegó la noticia que nunca quería escuchar, la misma que le había parecido para los demás y no para ella: resultado positivo de COVID-19. Los médicos le anunciaron que era necesario entubarla debido al avanzado deterioro de su pulmón, que era como el de una persona fumadora de 80 años. “Yo me opuse al principio a la entubación. Había escuchado varias veces que difícilmente el que llegaba a la UCI salía con vida y entonces me invadió un frío extraño por todo el cuerpo y me puse a llorar inconsolablemente”, recuerda Diana Carolina.
Avances del contagio
Ese mismo día le avisaron a su esposo de los resultados de la prueba, del avance del contagio y del procedimiento que se debía seguir. Al tratamiento inicial con oxígeno y medicamentos, el Hospital le designó una sicóloga que, según dice, fue el soporte para evitar una depresión.
Sin embargo, su estado de salud era difícil. Demasiadas complicaciones en una sola persona. Solo podía permanecer acostada por el lado izquierdo, la fatiga se hizo más intensa y no tenía fuerza ni siquiera para levantar un brazo. Leydi, la sicóloga y el intensivista, le daban ánimo y le pedían que pusiera mucha fe, y ella le envío con una enfermera un mensaje a su esposo: “recen el Rosario, no me quiero morir”.
“Yo me sentía muy mal, como si ya me estuviera yendo de este mundo. No poder respirar y ahogarse de la tos es como estar agonizando”, explica, y precisa que pensó en uno de esos momentos de desesperación, despedirse de sus tres hijas y de su hijo Michell, de su nieto Jerónimo que tiene apenas un año, porque ya su cuerpo no le daba más. “Quienes me animaban y me decían que de esta saldría eran el enfermero Numar y la enfermera Marcia”, afirma.
“Yo me opuse al principio a la intubación. Había escuchado varias veces que difícilmente el que llegaba a la UCI salía con vida y entonces me invadió un frío extraño por todo el cuerpo y me puse a llorar”
Dos días después de su ingreso a urgencias, que recuerda fue el 16 de febrero de este año, el doctor que la atendía llegó dispuesto a trasladarla a la UCI y proceder a entubarla. La noche anterior, Diana Carolina había presentado deterioros en su salud y su saturación sanguínea seguía sin recuperar el mínimo aceptable.
Sorpresivamente, señala, en el último chequeo, el médico quedó extrañado. “Mi respiración había mejorado, mis signos vitales mostraban una sustancial recuperación y la fiebre me había cedido”, señala.
El milagro
“En ese momento el doctor aplazó mi ingreso a la UCI y postergó la entubación”. “Ahí empecé a sentir que seguiría viviendo; fue como un milagro”.
Diana Carolina duró hasta el 24 de febrero pasado en el Hospital Emiro Quintero Cañizares de Ocaña. Allí estuvo bajo observación permanente del equipo médico, privada de cualquier visita, como sucede con todos los pacientes que ingresan contagiados por COVID-19, sin otra ilusión que poder respirar y regresar a casa. Dice que los médicos, las enfermeras y la sicóloga la retornaron a donde creyó no volvería jamás, pues “uno en esas condiciones se siente muerto”.
Actualmente se recupera en su casa y tiene una gran represa de clientes, de donde cree adquirió el contagio. El negocio está cerrado y Diana Carolina dice que por recomendación médica solo lo abrirá nuevamente hasta tanto recupere su vitalidad.
“Sentí que me moría!
En el municipio de Sucre, departamento de Sucre, sus habitantes rurales y urbanos padecen frecuentemente de gripas y fiebres repentinas. En Sucre, conocido como la “Perla de la Mojana”, donde pasó parte de su niñez Gabriel García Márquez, los males se tratan con panela y guarapo, pues no en vano es un territorio donde el cultivo de caña cimentó su desarrollo industrial y permitió el abastecimiento del producto a toda la Región Caribe y a varios países vecinos.
Remedios caseros
Como buen sucreño o monjanero, gentilicio de los nativos del municipio, Carlos Ballesteros Pérez, obedece a la tradición de los remedios caseros y le tiene aversión a los tratamientos médicos, pese a que su más reciente trabajo ha sido el de despachador de motociclistas en la sede del centro hospitalario de su tierra natal. Allí lleva el registro de salidas y llegadas, con anotación de destino y de tiempos de recorrido.
Pero en la segunda semana de enero del presente año, luego de una reunión de contratistas, amaneció con una alergia, tos y congestión nasal. Su hija, Gerlis Ballesteros, una trabajadora social y activista en temas de salud, le marcó temprano y le preguntó.
Ella lo apoyó con su brazo porque ya no podía respirar y lo atormentaba un fuerte dolor de estómago. Lo llevó hasta la sala de consultas. El diagnóstico no podía ser peor: signos vitales débiles, tensión arterial por encima de 160 y cardiopatía. “Su papá no puede quedarse aquí; lo mejor es que se lo lleve para Sincelejo”, le dijo la enfermera de turno.
Rumbo al HUS
Entonces aislaron al paciente y lo remitieron al Hospital Universitario de Sincelejo. Allí ingresó el 25 de enero con comorbilidades asociadas de hipertensión arterial sistémica, cardiopatía hipertensiva y EPOC.
Aunque la UCI estaba en su punto máximo por el segundo rebrote de la pandemia, lo llevaron a urgencias respiratoria con un cuadro clínico de 10 días de evolución.
“Esto es tremendo. Yo vi la muerte. No podía comer porque si me quitaba la careta me ahogaba. Como el pulmón derecho estaba afectado en más de 70%, no podía moverme de la camilla y sentía un dolor inenarrable en las articulaciones y la espalda”.
Fiebre y disnea progresiva y hallazgos típicos de origen intestinal por SARS-CoV-2, completaban el cuadro clínico de Ballesteros. “Fueron momentos muy difíciles y ahí comenzó toda una tragedia”, comenta Gerlis. Carlos, el sucreño de 56 años, quien no creía en la COVID-19 “porque eso es invento de la gente para hacer plata”, estaba en la UCI con pronóstico reservado y compromiso tomográfico de neumonía del 90%.
No me podía mover
“Esto es tremendo. Yo vi la muerte. No podía comer porque si me quitaba la careta me ahogaba. Como el pulmón derecho estaba afectado en más de 70%, no podía moverme de la camilla y sentía un dolor inenarrable en las articulaciones y la espalda. Pensé que era mi fin y uno piensa despedirse de la familia y los amigos”, afirmó en diálogo con Monitor Salud. En la UCI permaneció 24 días, los más eternos de toda su existencia.
Debido al riesgo del contagio, el paciente queda aislado y el único contacto son los médicos, las enfermeras y los camilleros. “Yo le enviaba mensajes con el doctor Pedro Chávez y con el intensivista Jair Martínez; ellos fueron un soporte para la familia; siempre estuvieron atentos a ayudarnos y suministrarnos información sobre la evolución clínica de mi padre”, afirma Gerlis.
Secuelas
Ballesteros, quien estuvo próximo a una sobre-infección bacteriana, no quiere revivir un solo momento de aquellos días. Es como regresar a un estado cercano a la muerte, dice. Aunque le dieron de alta el 18 de febrero pasado con oxígeno domiciliario, procura evitar cualquier conversación sobre el tema. Poco sale de su casa y, si bien le ha ido desapareciendo una tos crónica que lo acompañó desde el día que presintió una gripa común, ya camina, aunque lento. Todavía presenta un leve dolor en las piernas y prefiere el aislamiento y el silencio.
“No supe nada”
Otra situación similar la experimentó Mario David Rojas Hernández. “Yo perdí el conocimiento y cuando desperté estaba en la UCI. No tengo ni idea qué pasó todo ese tiempo. Cuando volví a la vida, los médicos y las enfermeras me empezaron a tranquilizar, a contarme por qué estaba conectado a cables y qué era lo que tenía”. Así relata este sincelejano de 40 años de edad su odisea que vivió luego de contagiarse de COVID-19 y desplomarse tras resistir una fuerte disnea en reposo (sensación de ahogo sin realizar ningún es- fuerzo) y fiebre de 40.
Una semana antes de su ingreso al Hospital Universitario de Sincelejo, Mario se había hecho la prueba PCR que resultó positiva y fue poli-medicado de forma ambulatoria. Pero la noche del 11 de julio del año pasado, cuando la asfixia redujo sus fuerzas y su condición física se tornó insostenible, acudió a la institución. “El paciente llegó en “malas condiciones generales”, fue el parte médico entregado a sus familiares.
Graves morbilidades
No había alternativa. Para tratar de salvarlo se decidió ingresarlo de inmediato a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), pues sus pulmones estaban severamente afectados y su cuadro clínico, además, indicaba obesidad grado III, que es de alto riesgo, y complicaciones agudas de diabetes.
Durante su permanencia en la UCI desarrolló hipoxemia refractaria, caracterizada por una disminución anormal de la presión parcial de oxígeno en la sangre y un cuadro de hiperglicemia que obligó al cuerpo médico a extremar el tratamiento.
“Yo no me acuerdo de nada; pude haberme muerto ahí”, dice Mario David, quien señala que cuando despertó lo primero que vio fue al doctor Jonathan Parra, un médico joven del Hospital Universitario. Él, dice el paciente, me explicó lo que había sucedido “y me ayudó a generar esperanza en mi recuperación”.
Me salvaron
“La verdad, dice, pendí de un hilo y doy gracias a los intensivistas y a las enfermeras por el excelente servicio que recibí; gracias a ellos estoy vivo”.
Luego de la UCI, Mario David fue traslado a sala de recuperación y el 26 de julio lo dieron de alta, un acontecimiento que él asumió como una victoria frente a una pandemia que lo atacó sin compasión.
Fuente: Publicación digital de la Superintendencia Nacional de Salud. Revista Monitor Salud. Ed. 5 (Marzo-Junio 2021)
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