Lenguaje incluyente, discriminación, identidad y violencia de género en la lengua española
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Lenguaje incluyente, discriminación, identidad y violencia de género en la lengua española


Varias veces fui sorprendido y llevado a los tribunales, casi inquisitoriales, de la vocación hipocrática, que confundían la naturaleza de un corroncho calentano de la remota Provincia de Padilla, con la inteligencia clásica de un ser puesto en su ser.


Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente Colegio Médico Colombiano

CAPÍTULO II

Juancho Peralta, las terminaciones “ante” – “ente”, la literatura y la música provincianas ¡Ay hombe!

—Muchachos hoy vamos a hablar de unas viejas palabras castellanas que llegaron al español hace más dos mil años, cuando el Imperio romano funcionaba como un relojito,

Así comenzó, muy a las siete, la clase de gramática general en una tierra parrandera, acordeonera y gallera, aquella remota mañana, verde y tibia, el eminente maestro provincial.

—Y como esto es tumbando y capando, arranquemos de una vez.

Y se fajó:

—Son ensambles verbales, raíces de viejos verbos latinos terminados en “ante” y “ente”.

—Todo comenzó cuando, el latín, la poderosa lengua del Imperio romano empezó a invadir Hispania, y claro está, los verbos no fueron la excepción, y como Pedro por su casa ¡zas!, una inmensa mayoría de ellos pasaron directamente del imperial idioma al castellano.

Y continuó el Profe:

–Así las cosas, los primitivos hablantes de la lengua de Cervantes, españolizaron en muchos de ellos, la terminación verbal típicamente latina “ens” “entis”, convirtiéndola en “ente” y “ante” formando sustantivos, adjetivos, adverbios y preposiciones, para indicar la capacidad de acción permanente de persona, animal o cosa.

Entonces, de manera providencial, y en un arranque de instantaneidad, su inmensa pasión pedagógica le barajustó al tablero negro, y la tiza blanca, como el sombrero de Simón en el peralejo, quedó enganchada en su instintiva pinza de mono sapiens entre las yemas índice y pulgar de su mano derecha, y de espaldas a nosotros, y la punta triangular de un pañuelo Pirámide, sacado a crédito donde Juana Pitre, medio asomada en el bolsillo de atrás, escribió lapidariamente en el elocuente y compinche pizarrón:

—Del verbo presidir viene presidente para significar hombre o mujer que preside; de migrar, procede migrante, para manifestar hombre o mujer que migra; y de estudiar nos llegó estudiante, para expresar hombre o mujer que estudia.

Después que terminó dio la media vuelta y radiante y ensanchado nos dijo:

—Como ven, “ante” y “ente” indican movimiento activo, acción permanente.

Y la espontaneidad lo sorprendió otra vez, y como el látigo del El Zorro restalló:

—“Eppur si muove”.

De esta forma evocó solemnemente aquel instante premortal y fatal de Galileo Galilei, cuando al borde de la pena de muerte inquisitorial dijo: “Y sin embargo se mueve”. Refiriéndose al movimiento de la Tierra alrededor del Sol, y no lo contario.

Y continuó su elocuente exordio:

–“Ante” y “ente” precisan alguna característica, cualidad, condición, identidad o propiedad de la persona, animal o cosa en cuestión. Verbi gratia: “hablante” se refiere a un individuo, hombre o mujer, que está transmitiendo un mensaje oral, o es capaz de transmitirlo.

Y prosiguió el profe su magistral clase de gramática, vocacional, modesta y provinciana. Era finales de marzo de 1968. Estábamos en cuarto. Las chicharras festejaban la llegada de la primavera en los palos de matarratón de Meche Toncel y en el agrario patio de la escuela. El primer festival vallenato sería en abril. Nosotros fuimos al Valle. Perdimos contra el equipo de basquetbol del Loperena, 35 a 28 pero ganó Alejandro Durán, no se me olvida Alicia Adorada de Juancho Polo ¡Ay niña! y su pedazo de acordeón ¡Ay ve!

–Miren que también algunos verbos latinos terminados en “ante” y “ente” se convirtieron en adjetivos y preposiciones, y de esta manera, ponen a funcionar la materia inanimada:

“Un medio día ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en la mitad de la calle y le prendieron fuego, mediante la concentración de los rayos solares”.

—Fíjense como este autor utiliza el adjetivo “ardiente” para hacer arder al medio día, utilizando la preposición “mediante”, y remachó:

—Las cosas tienen vida propia; todo es cuestión de despertarles el ánima, como pregonaba Melquiades, el gitano gigante con manos de gorrión, áspero acento y barba montarás.

Juancho era pícaro.

—¿Ya leyeron a ese escritor de Aracataca que escribía en el Universal, en El Heraldo y en el Espectador, y parrandea con Escalona y Leandro?

Ese día, estupefacto, con la boca abierta y el alma en un hilo, supe que un hijo de ese pueblo polvoriento y rústico, lleno de almendros de respiración soporífera y resplandor de viejos tiempos bananeros, había escrito una novela genial inspirada en el inconsciente colectivo de esta comarca de parranderos mundiales y míticos acordeoneros. Juancho, el devoto maestro público, nos lo dijo ese mañana.

…Malanga, yuca, ñame, chivo, burro, puerco, guineo, totuma, mampolón, anafe…

Y como caballo desbocado seguía leyendo…

… acordeón, parranda, Urumita, Manaure, Villanueva, Riohacha…

Y mientras más leía más duro latía mi corazón…

…Rafael escalona, Meme, Valle de Upar, Francisco el Hombre, Iguarán, iguana, La Guajira, Moscote, mamasanta.

Y seguía y seguía el febril embrujo…

…Cataure, Cabo de la Vela, cachaza, cuento del gallo capón, hico, corregidor, golondrino, olla de sopa, molino de maiz…

Hasta la madrugada, casi día, cuando el libro y yo desgonzados, revolcados en la cama, boca abajo los dos, rendidos caímos.

A tan temprana edad, por Juancho Peralta, vi por primera vez mi inmenso pequeño mundo: mi minúsculo hábitat ¡ay hombe! engastado en letras inmortales como las del Quijote, escritas por uno de los nuestros.

—Ahora viene el secreto de la gramática—, y sin partir la respiración prosiguió Juancho:

¿Cuál es la utilidad idiomática de estas terminaciones?

—Jovencitos, la gramática no está hecha de larín larán.

No señores. Es una sedimentación histórica de hábitos y rutinas lingüísticas, heredados en una determinada comunidad a través de siglos y siglos; de este modo, estos sufijos o terminaciones de palabras, son arcaicos hábitos lingüísticos, ficciones, inventos arbitrarios de los antiguos hablantes hispanos y latinos, trucos idiomáticos para no marcar género y de esta manera, ahorrar palabras sin perder el sentido y el contenido de sus oraciones.

Así, las terminaciones “ante” y “ente”, gramaticalmente son neutras, y el referente; o personas, animales y cosas de este mundo, al cual se refieren, ora masculino, ora femenino, pierden su identidad sexual.

Y enganchaba otra vez:

–El binomio macho-hembra gramaticalmente es extirpado por los sufijos “ante” y “ente”; y esta magia del español evita el necio desdoblamiento sexual, el absurdo híper sexismo, vulgar y extravagante del léxico, esa monstruosa dualidad binaria o mención expresa de los dos géneros. Aunque algunos desdoblamientos se colaron, como cuando decimos sediento y sedienta, hambriento y hambrienta.

Y continuaba:

— ¡Hey! ¡Pongan cuidado o le meto su muñequera a cada uno! — A veces se ponía energúmeno.

—El castellano es salomónico—Decía— Las terminaciones “ante” y “ente”, al describir muchísimas acciones permanentes de este mundo en forma neutra, simplifican y fluidifican de manera bárbara la comunicación.

—Qué tal en un discurso empezar diciendo:

…estudiantos y estudiantas, adolescentos y adolescentas, independientos e independientas, migrantos y migrantas, afrodescedientos y afrodescendientas, y pacientos y pacientas de alto costo.

—Feo ¿no? — El ahorro de palabras es bestial, la eficiencia idiomática es salvaje, amén de la belleza y la estética que ante” y “ente” le imprime a nuestra lengua al equilibrarla en términos hormonales, evitando de esta forma la exuberancia de estrógenos “feminizantes” y el impertinente y “masculinizante” hirsutismo androide.

Y como de cualquier matojo sale un conejo, ex profeso, un compañero mamador de gallo, con maligna reticencia le preguntó:

–Profe, ¿se puede decir: El presidento, nuestro representanto, ponento y dirigento se echó anoche cipote discurso en la emisora de la acción comunal?

—¡Aufff! ¡Ojcaráj! (expresión fonsequera para decir ¡Os carajo!)— ¡Cómo se te ocurre Vergarita!

Poco a poco iba desesperándose, y dejando el rastro de María Farina comprada en Riohacha donde Ana Matilde, empezó a dar bandazos entre las filas de pupitres por todo el salón; entonces se puso las manos en la cabeza, y de pronto la instantaneidad otra vez:

—¡Cervantes! ¡Neruda! ¡Gabo! ¡Qué horror!

—¡Sáquenme a este pollino de aquí! ¡Vaya pue! Uno a explicarle y él a no entender.

Y casi mordiendo palabra por palabra, rezongó:

—El… o… la …presidente …de… la… acción… comunal…, nuestro… o… nuestra… representante… y… dirigente… se… echó… anoche… cipote…discurso… en…la… emisora… de… la… acción… comunal…

Y acabó acurrucado en un rincón, en el suelo debajo del escritorio profesoral, desde donde, voz en cuello, casi en posición fetal, con la parrilla de los dedos medio tapándose los ojos, pero con ellos bien abiertos, cuasi loco gritaba:

–¡Erdaaaa! ¡Echeeee! Entonces digan:

¡Gerentos – Gerentas! ¡Dirigentos – Diregentas! ¡Ignorantos – ignorantas! ¡Residentos – residentas! ¡Maleanto – Maleanta! ¡Cantanto -Cantanta! ¡indigentos – Indigentas! Indigentos – Indignentas!

Y, de pronto, dejando entremezclar un hondo suspiro, tratando de reconciliarse con la paz, la calma, la pausa y la cordura, como si nada hubiera pasado, el muy fresco salió de su escondite y recuperando su prestancia académica dijo de manera más natural, pero siempre criolla:

—¡Aaufff! ¡Mucha cogía! (circunstancia extrema), imagínense ustedes la “mordía” (atafago en fonsequero), lo mamón, anti económico, enrevesado, farragoso, tortuoso, desesperante, aberrante, agotante; y lo interminable “hasta los límites de la exasperación” como el cuento del gallo capón de los insomnes echadores de cuento de Macondo, que sería desdoblar sexualmente hasta el infinito los miles de sustantivos, adjetivos, adverbios y proposiciones terminados en “ante” y “ente” heredados del latín.

—¡Jávense pué! (hastíense) desdoblen:

Desesperante, alarmante, sangrante, delirante, balbuceante, aberrante, flagrante, sobrante, preponderante, imperante, intolerante, frustrante, errante, itinerante, refrigerante, colorante, exuberante, carburante, entrante, desodorante, perseverante, integrante, aspirante, importante, y mil etcéteras más—.

Y como gallito de pelea, —todavía se le notaba un rastro de adrenalina en la sangre—, se metió hasta con las vacas del profesor Rafael Manjarrez Valle que todos los días a esa misma hora pasaban alegres con sus apostólicas ubres vacías y humanitarias, acompañadas de su toro y sus terneros, de regreso a su potrero de pastura en el Cardonal de Julio Vásquez, luego del vital y madrugador ordeño; el suplicante sustento de 18 hijos que tuvo ese ilustre hijo de Gaira con Genith Correa Marulanda, una prima hermana de mi papá; pues terminó vociferándolas envalentonado detrás de los veleidosos colorinches de la trinitaria arraigada frente a la ventana de la calle, y muy bien que se los dijo:

—¡Ni ustedes se escapan, semovientos y semovientas!

Juancho era un gran ” flautista”, y entonces, para terminar de relajarse y relajarnos, y terminar la clase sin sobresaltos gramaticales, como era su costumbre al final de cada clase, sacó del bolsillo de atrás, su inseparable y estoica “flauta”, así le decimos en Fonseca a la harmónica, y como mago en trance, soplando y aspirando, sacando notas del cielo diatónico dijo:

“Este es de mi compadre Carlos Huertas” y enganchó:

Alguien me dijo de dónde es usted que canta tan bonito esa parranda…

El Cantor de Fonseca Jorge Oñate.

—Y este también:

Yo me crie en una región de verdes cañaverales, de gemido de trapiches y relinchos de caballos y de mujeres bonitas cual tarde primaverales, tierra alegre de acordeón de fiesta y riñas de gallos…

Hermosos tiempos, Jorge Oñate

Y este soncito se lo sacó el odontólogo liberal Chema Gómez Daza, el hijo del viejo Lucas y Margoth Daza Vidal, los de la esquina esa donde ustedes compran la leche todos los días, a Alfonso López Pumarejo, su ídolo y a un viejo acordeonero que tenía “jovero” en las manos, las piernas y los pies, que nació ahí despuesito de Los haticos corregimiento de San Juan, y se fue a vivir al Valle.

Compai Chipuco, Carlos vives.

—Y esta es de Bienve.

¡Ay! si fueres pa´ Oreganal, me saluda a Bertha Caldera, que Bienve vive en La sierra y no la puede olvidar!

Berta Caldera Jorge Oñate de Bienvenido Martínez.

— Y esta es de mi compadre Julio Vásquez.

“Yo salí de Fonseca y pasé por La Distra, pasé por Buenavista y lo mismo por San Juan, y en el Molino, Villanueva y Urumita, me daba tristeza recordar al Cardonal”

El viajero de julio Vásquez, Los Hermanos Zuleta

El profe Juancho era parrandero y enamorador. Compinche de Luis Enrique Martínez, compadre de Julio Vásquez y de Carlos Huertas. Andaba en bicicleta, y a veces, ¡a veces! una imprudente, furtiva y sigilosa tapa de botella, con su miguita de pico, se asomaban nerviosos junto con la “flauta” y la puntica del Pirámide por la boca entreabierta del bolsillo de atrás del pantalón. Siempre creí que era Ron Caña. ¡Ay hombe!

“Este soncito es mío, se llama Señora Discusión, se lo hice a Consuelo Araujo y a esos engreídos y vanidosos valduparenses que se creen dueños de “toa” esta vaina”, y suena y dice así:

“En la rivera fresca vallenata si se está mintiendo, al criticar Consuelo de Molina música en mi casa, las aguas del Ranchería todavía están corriendo y melodías…”.

Señora Discusión. Luis Enrique Martínez y Beto Martínez de Juan Antonio Peralta Zúñiga.

En esa época esa música no era apreciada por fuera de nosotros, no tenía fama, ni siquiera se llamaba vallenato. Era una música de pobres gentes; los grandes cantores y los grandes conjuntos y los grandes escenarios no habían aparecido; nosotros tuvimos la fortuna de conocer, aprender y sentir estos cantos fonsequeros revueltos con las clases oficiales en la Escuela Normal de Fonseca mucho antes de que salieran de nuestro pueblo y nuestros montes en forma de acetatos grabados.

Ahora pienso que Juancho sabía de su predestinación, no tiene otra explicación tanta emoción cuando revolvía gramática y literatura con música fonsequera.

Así llegué a Bogotá, una helada y neblinosa madrugada después de 26 horas de Copetrán, polvorientas, brinconas, tortuosas y continuas, un 12 de enero de 1969, con mis dos hermanos mayores, Zonia que acababa de terminar filología e idiomas en la Universidad Libre, y Robinson, estudiante de sociología, encariñado con los libros, con el estudio, con la ciencia, con nuestra lengua, nuestra región, nuestra historia, nuestras costumbres, nuestra música y nuestra cultura. Apenas había cursado hasta cuarto de secundaria: en la Normal no había más. Tenía diecisiete sin cumplir.

Y por Juancho casi se estropea mi destino. Cuando era residente de cirugía en la Universidad Nacional de Colombia, en cualquier intermedio ocioso, y procurando guardar siempre la compostura, maneras y hábitos andinos, o a veces por descuido, se me salía un silbido, o cogía de bombo a los pupitres, o tarareaba esas canciones en el anfiteatro, en la sala de cirugía, en urgencias, en los pasillos o en hospitalización; para mí era lo más natural, en la Normal era así, pero para ellos no.

Era un sacrilegio. Era una herejía.

Varias veces fui sorprendido y llevado a los tribunales, casi inquisitoriales, de la vocación hipocrática, que confundían la naturaleza de un corroncho calentano de la remota Provincia de Padilla, con la inteligencia clásica de un ser puesto en su ser. Casi que juraban que yo no tenía el pudor, la convicción ni la formalidad para ser un buen cirujano, hasta el punto de hacer coincidir mi temperamento con lo que en Bogotá llaman “pereza costeña”, y desconfiaron tanto de mis capacidades que, por un milagro, si es que existen, no me sacaron del programa. ¡Ay hombe!

Juancho, allá en la eternidad quiero que oigas esto:

Aún quedan cosas en la vida que son impagables, y todavía no han acuñado la moneda para pagarlas; mi deuda de gratitud contigo es tan inmensa como la que tengo con mis padres Enrique Marulanda Aarón y Clodomira Plata Mendoza.

Y, ¡listo pío, cajón vacío!, como decimos los fonsequeros cuando una obra está consumada.

Bogotá, domingo 27 del 2022.

Post scriptum. Lo de mayores y mayoras de Francia Márquez, para mí, es correcto, y se tratará en el próximo capítulo.

marzo 28, 2022

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