De la decisión de morir dignamente
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De la decisión de morir dignamente


Expirar es un evento biológico inherente a la condición humana ineludible: somos primates, formamos parte de la diversidad de la vida sobre la Tierra.


Por Dr. Santiago Barros Vásquez – Médico – Psicoanalista – Miembro Titular Sociedad Colombiana de Psicoanálisis

A Terencio se le atribuye la expresión “senectus ipsa est morbus“ significa “la vejez por sí misma es una enfermedad”.

Con esta cita tan erudita quiero señalar que desde la bruma de los tiempos el envejecimiento y la enfermedad y la muerte han sido motivos de elucubración.

Morir no es una experiencia. Nadie ha regresado a la vida para narrar su recorrido personal a lo largo del trayecto completo de la defunción. Jamás ha revivido el polvo que yace ahí, y que alguna vez fue el cuerpo de una persona.

El morir es una inferencia que parte de verse reflejado a sí mismo en el fallecimiento de otra persona e, incluso, de la mascota, después de todo, ha sido objeto de amor y se le prodigaron cuidados durante años.

Así que el vivir corriente está lleno de signos premonitorios que llevan a concluir que algún día llegará el momento definitivo.

Pero también esta sentencia latina me sirve para señalar que no han cambiado los conflictos esenciales del ser humano, lo que progresa es la tecnología y la manera de pensar acerca de las cosas.

Hay quienes se alivian con el honor que pueda haber en ciertas muertes, me refiero a los mártires, entonces el difunto se realza, fallecer le da excelencia y gravedad, autoridad y preeminencia.


“Pero también consuela pensar que el difunto no sufrió, quizá por eso es tan importante el buen morir”.


Para otros pensadores, en cambio, la muerte es indigna, indecorosa, injustificable, carece de mérito alguno porque el único requisito para morir es vivir.

Expirar es un evento biológico inherente a la condición humana ineludible: somos primates, formamos parte de la diversidad de la vida sobre la Tierra.

Pero también consuela pensar que el difunto no sufrió, quizá por eso es tan importante el buen morir.

Gramaticalmente, la expresión ‘morir dignamente’ es un oxímoron, pues está conformada por palabras de significados opuestos que juntas crean un nuevo sentido.

Morir dignamente se refiere al derecho fundamental que forma parte del derecho a la vida, así como de proteger y respetar la autonomía y la dignidad del paciente con enfermedad terminal, con consentimiento libre e informado, y no solo alude al homicidio por piedad, también abarca las alternativas del cuidado paliativo y el derecho a renunciar al tratamiento.

La resolución 1216 de 2015 reglamenta el derecho a morir con dignidad. Se expidió en cumplimiento de la orden expresa de la Corte Constitucional en la sentencia T-970 de 2014 y C-239 de 1997.


“Prolongar la vida cuando el paciente afligido no lo desea se considera trato cruel e inhumano, una anulación de la dignidad y la autonomía del sujeto moral, sea niño, adolescente o adulto”.


Y mientras redacto esta columna se legisló en Colombia la voluntad anticipada. De manera que, apreciado lector, si usted puede ahora leer este escrito y le interesa este asunto, quizá sea un buen momento para firmar la voluntad anticipada.

Si el documento ha de considerarse válido se requiere que el firmante tenga pleno uso de sus facultades mentales. Mañana no se sabe.

Llegado el momento, un comité interdisciplinario verifica que los criterios legales se cumplan, y al autorizar el procedimiento designa al médico encargado de realizarlo. Claro que también, por el otro lado, existe la objeción de conciencia del doctor, emana de la sentencia de la Corte C-355 de 2006 en relación con el aborto.

Arnaldo Meneses, un connotado abogado peruano, me sorprendió en una ocasión cuando me explicó que es avanzadísima nuestra legislación en este campo, si se compara con la de otros países del subcontinente. Pero todo es relativo. En otra oportunidad, comentando estos temas con Elena Bonett, directora médica del laboratorio farmacéutico Lilly para la región conformada por Francia, Holanda, Bélgica, Argelia, Marruecos y Túnez, la conversación desembocó en que, si bien es enorme el progreso de nuestras leyes en este campo, también es cierto que todavía hay un espacio vastamente grande para avanzar más en este sentido, si se comparan con legislaciones de países como Holanda y Suiza, por ejemplo.

Es más, recientemente, una belga fijó la fecha de su muerte alrededor del 2023 basándose en los pronósticos de la progresión de su enfermedad crónica y evolutiva.

De modo que hoy en día se puede entrar en contacto con la Fundación Pro Morir Dignamente. Apoya, protege y difunde este derecho según las creencias del paciente y la legislación colombiana.

En su página web encontrará acceso a información variada y a bibliografía, junto con actualizaciones y educación continuada sobre este tema, sin olvidar las conexiones con organizaciones internacionales semejantes.

Además, la Fundación ofrece asesoría a pacientes y familiares con orientación en la toma de decisiones y acceso a grupos de apoyo.

Está establecida la ruta para el derecho a una muerte digna. Incluye la voluntad expresa del paciente y la valoración del médico tratante, quién informa acerca de las alternativas: prolongar la vida, la limitación del trabajo terapéutico, las posibilidades del cuidado paliativo y la muerte anticipada.

Conocer alivia. Averiguar y entender ponen en orden las ideas y los sentimientos. Tranquiliza hablar con la familia, con los amigos, con la comunidad religiosa si es creyente. La compañía es invaluable. Pensar y trajinar sobre estos temas ayuda a descubrir y elaborar las propias creencias y concepciones acerca del morir.

Pero, en todo caso, la teoría es muy distinta de la práctica. Es imposible vacunarse contra la adversidad. Además, aun cuando pueden anticiparse muchas consecuencias de las decisiones, otras se mantienen impredecibles.

Conversaba el otro día con Luz Kelly Anzola, prominente médica nuclear, acerca de que cuando sé es rico en salud y juventud suena razonable fijar una posición personal drástica acerca del buen morir. Pero el hábito de vivir es tenaz. A la hora de la verdad la perspectiva cambia. Todo se ve desde un ángulo muy distinto si se está ante el ser querido terminal o cuando se es el paciente agonizante.


“Es curioso. Tememos a nuestros muertos y también los queremos. La cercanía del final modifica todas las prioridades”.


Y de regreso a las elucubraciones universales acerca de la muerte, según Ricardo Soca, la palabra ‘difunto’ proviene del vocablo latino ‘defunctus’, que se empleaba para referirse a quien por fin logró saldar una deuda. Fue la Iglesia Católica quien empezó a utilizar este vocablo como eufemismo para referirse al cadáver.

enero 2, 2020

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