El ser humano, preocupado por la mejora de cada uno de los aspectos de su vida cotidiana, ha realizado numerosos avances con el objetivo de aumentar su expectativa y calidad de vida.
Por: Cristina Portillo – Secretaria nacional de Asociación Colombiana Médica Estudiantil (ACOME).
Muchos de estos progresos han resultado muy ventajosos y son de gran provecho para todos, por ejemplo, si hablamos en el área de movilidad, desde 1817 que se inventó la bicicleta hasta el día de hoy tenemos miles de opciones para transportarnos de un lugar a otro; podemos escoger entre un auto eléctrico o de combustible o pasar, en los casos en que nuestras distancias son mucho más grandes, a un avión, jet, inclusive un barco.
Lo más asombroso de todo es que nuestros progresos se han evidenciado en nuestras áreas profesionales; para el caso de la medicina, en estos momentos es posible detectar de una manera más pronta un sinfín de enfermedades, todo esto con ayudas diagnósticas que nos proporcionan ya sea por imágenes o exámenes de laboratorio, la información necesaria para que junto con la clínica nuestro dictamen sea veraz.
Pero como en la vida toda moneda tiene dos caras, esta no sería la excepción. Y es por ello que así como tenemos múltiples ayudas que nos han facilitado nuestra manera de realizar diferentes procesos, en muchas ocasiones también hemos tenido desaciertos; podríamos hablar de los errores cometidos por desconocimiento o los que suceden por falta de estudios que sustenten si algún procedimiento genera efectos adversos o mortales para un paciente; el uso de drogas las cuáles al momento de ser descubiertas se pensó que eran la panacea y se usaron indiscriminadamente hasta observarse sus secuelas en los diferentes individuos.
Todo esto es importante mencionarlo, ya que cada adelanto que se realiza fomenta e impulsa al desarrollo de una sociedad y de sus miembros; sin embargo, no todo lo que es nuevo y novedoso debe ser aceptado con facilidad, es importante discernir y saber si el riego que se corre vale realmente la pena.
Para el caso de los cigarrillos electrónicos, desde su llegada se presentaron como una alternativa a todos aquellos fumadores de tabaco que deseaban acabar con el hábito, o bien ayudarlos para mantenerle en abstinencia, pues es de conocimiento de todos los efectos en la salud que ocasiona el tabaquismo y el problema de salud pública que genera las patologías ocasionadas por el consumo crónico, como lo es la EPOC, el cáncer de pulmón, entre muchas otras. En ese momento nadie pensó en la manera negativa que este nuevo artículo iba impactar en nuestra sociedad.
Un aspecto que deber ser tenido en cuenta es el contenido que es inhalado en los vapeadores (como también son llamados), la mayoría contienen sustancias como son: el propilenglicol, glicerina, nicotina, partículas ultra finas que incrementan el riesgo de enfermedades crónicas como el cáncer de pulmón, metales pesados, formaldehído, acetaldehído, butilaldehído, acroleína, acetona, etilbenceno, xileno, hidrocarbonos, fenoles y aditivos que dependen de cada uno de los fabricantes.
Todos estos componentes nocivos se encuentran enmascarados dentro de los saborizantes, puesto que su función es mejorar el sabor y esto mismo es lo que estimula al consumo de la población no fumadora. En cifras del Ministerio de Salud de Colombia, el 16 por ciento de la población de universitarios ha usado cigarrillos electrónicos alguna vez en la vida, y el segundo grupo de edad que más consume este tipo de elementos son niños entre 12 y 17 años.
Es obvio observar que ya no son los fumadores de cigarrillos los que usan este tipo de productos para poder llegar a la abstinencia, y esto se debe a la manera en cómo se distribuye el producto y es presentado a la población general, pues se vende la idea a los jóvenes, adolescentes e incluso niños de que estos elementos no son nocivos y de que sus daños son mínimos en comparación a los ocasionados por el tabaco.
Llegados a este punto podemos hablar de varios aspectos que son importantes y deben ser tenidos en cuenta: la primera y una de las principales problemáticas: el no haber una adecuada regulación para su venta y adquisición en el país; la segunda, la falta de información que tiene la población sobre los daños que ocasiona este tipo de cigarrillos al usuario y que pueden resultar incluso más dañinos que los propios cigarrillos convencionales.
En razón de lo antes expuesto, nuestro papel como médicos debe estar enfocado a informar de la manera en cómo se realizan campañas para desestimular el uso del tabaco y los daños a la salud que este hábito ocasiona.
Es nuestra responsabilidad garantizar que nuestros pacientes tengan un consumo responsable y que si deciden hacer uso de cualquier vaporizador sepan que no son seguros para los jóvenes, las mujeres embarazadas ni tampoco para los adultos que actualmente no están usando productos de tabaco, ya que sus componentes pueden generar adicción y que lo ideal es que si no se tiene una dependencia a la nicotina, no generala.
De otro lado, si bien la decisión de usar cualquier tipo de drogas es netamente personal, advertir y prevenir el consumo es una acción digna de fomentar. Velar porque las conductas que nuestros pacientes adquieren no sean perjudiciales para la salud, siempre resultara provechoso para reducir los problemas de salud pública.
Finalmente, quisiera aclarar que si bien la responsabilidad no es solamente de los profesionales de la salud, si somos una de las principales fuentes de información sobre los hábitos para el cuidado de la salud que tiene la comunidad en general. Esta influencia es la que debe ser aprovechada para fomentar los cambios hacia estilos de vida saludables.
De otro lado, hay que impulsar campañas para regulación el consumo de estos dispositivos, con el fin de que los más jóvenes no tengan tan al alcance de la mano estos productos y conozcan los daños que puede causar su consumo.
Fuente: Publicación digital de la Superintendencia Nacional de Salud. Revista Monitor Salud. Ed. Nº 9 (Marzo-Junio 2020)
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