La irritabilidad, la frustración o la fatiga, así como el aislamiento social o los problemas de rendimiento son señales habituales de la depresión, también entre adolescentes y niños pequeños.
“El principal trastorno afectivo en la infancia es la depresión. Entre el uno por ciento y el dos por ciento de los niños y niñas la sufren, y en la adolescencia asciende entre el 3,8% y el 8%”, asegura Inés Santos, profesora del pregrado en psicología de la Universidad Europea.
“La depresión en menores suele pasar inadvertida por dos motivos clave: su inmadurez emocional dificulta que verbalicen el malestar, que a menudo se manifiesta en dolores físicos, irritabilidad o bajo rendimiento escolar”, advierte la experta. “Los niños tienen dificultades para identificar qué sienten y poder explicarlo. Tienden a mostrar su sufrimiento de manera indirecta: a través del enfado, el retraimiento, las somatizaciones o el bajo rendimiento”, añade.
La segunda razón es que padres y tutores suelen malinterpretar la tristeza de sus hijos, “atribuyéndola a desobediencia, apatía o desmotivación, sin contemplar un posible trastorno depresivo”, apunta Inés Santos.
“Como adultos, a veces nos da tanto miedo que nuestros hijos e hijas sufran que podemos caer en el error de negar o evitar pensar que están tristes”, sostiene la psicóloga que insiste en que “el bajo desempeño en el aula tiene que ser interpretado como algo más que indiferencia o rebeldía”. “En la adolescencia puede ser así, pero en la infancia rotundamente no: ningún niño menor de diez años suspende por desinterés, siempre hay otros factores como problemas de aprendizaje y, a veces, depresión”, subraya la docente
Los centros educativos y sanitarios claves en la detección de la depresión infantil
Un diagnóstico tardío de depresión puede conllevar dificultades en el desarrollo emocional y social de los más pequeños, ya que “aquellos que han sufrido depresión en la infancia tienen mayor riesgo de volver a padecerla en la adultez”, asegura Santos.
Es en el entorno educativo donde mejor se detectan y abordan los síntomas, y se puede reforzar el bienestar emocional de los alumnos.
“El profesorado, al convivir a diario con los alumnos, suele ser quien detecta con mayor rapidez posibles cambios en su comportamiento, especialmente en infantil y primaria”, detalla la profesora de Psicología de la Universidad Europea. Para que esta detección sea efectiva, “es esencial que las aulas no estén saturadas, permitiendo así una atención más individualizada y un seguimiento cercano de cada niño o niña. Los problemas de salud mental no son solo una cuestión individual: son un problema colectivo. Es responsabilidad de la sociedad e instituciones detectar los factores que inciden en el bienestar de la infancia para poder construir comunidades más justas y saludables”, apostilla.
Para ello, subraya como solución clave una comunicación fluida entre familia y escuela. “La participación activa de los centros educativos puede ayudar de forma considerable mediante protocolos de evaluación del bienestar emocional y talleres formativos a las familias, para que puedan reconocer los síntomas y mejorar aspectos de la educación emocional y la comunicación”.
Inés Santos considera necesaria “la implementación de programas de sensibilización, talleres educativos, protocolos de evaluación y detección, formación del profesorado y un mayor apoyo a las familias no solo desde los centros educativos sino también desde los centros sanitarios”. “Deberían incorporar en las revisiones pediátricas cribados sistemáticos de salud mental que permitan una detección temprana”, solicita la profesora de la Universidad Europea. “Cada vez hay más conciencia sobre la importancia de la salud mental, pero aún queda mucho por hacer”, concluye.
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