Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente Colegio Médico Colombiano
En plena pandemia, aterrado, psíquicamente encogido en posición fetal, sintiendo la omnipresencia de la autoridad de la muerte, apesadumbrado, viendo la negra partida de tanta humanidad cercana y lejana, impotente, rogaba al Cielo por la aparición rápida y milagrosa de una vacuna.
La monstruosa y sobrecogedora cantidad de acontecimientos letales mortuorios, eran tan superiores a la escasez numérica de los profesionales de la salud de la primera línea, que sobrepasaban abrumadoramente los límites de su resistencia psíquica, social y biológica.
La muerte los acechaba día y noche, sin caridad ni piedad. Esta resiliencia fue la nobilísima prueba de que en lo profundo del alma vocacional de los profesionales de la salud existen los más elevados sentimientos humanos de solidaridad, altruismo, abnegación, generosidad y beneficencia, hasta lo impensable.
Y fue así, que junto con la explosión solidaria y logarítmica de unidades de cuidados intensivos por todo el país, de pabellones clínicos improvisados, de tenderetes rebosantes de asfixia, muerte y sufrimiento, y de ambulancias esquizofrénicas, alocadas buscándole a un moribundo la filantropía de un respirador mecánico, estallaron y resonaron al mismo ritmo los sentimientos más humanos de los profesionales de la salud, sin importarles que como fichas de dominó cayeran y cayeran vencidos por el mortal virus.
Fue en ese estado de mi alma humana, en esa neblina de dolor, cuando acudí a dos artistas vallenatos para que sus genios y talentos hicieran, cada uno, una obra de arte, un símbolo universal que evocara para siempre esta horrible y negrísima noche, que trascendiera por encima del tiempo, y evitara así, que el óxido del olvido se burlara de la memoria de los pueblos del mundo.
En este modo mental, a través de Laude Fernández Araujo, su primo hermano, me acerqué a Rita Fernández Padilla, un espíritu lleno de nobleza y desprendimiento, maestra de la composición vallenata, del himno de Valledupar y de otros pueblos costeños que, compungida, emocionada, y conmovidos cada gramo de su alma vallenata, se solidarizó con nuestra causa, y espíritu a espíritu, alma con alma, sin ningún interés mundano, y solo por el amor a la profesión médica y a la humanidad que cuidamos, escribe para médicos y pacientes del mundo un canto al humanismo hipocrático, un himno lleno de emociones, un ovillo sentimental que enlaza la ciencia, el humanismo y el profesionalismo deontológico con el servicio de la humanidad.
Asimismo, mi amigo, el consagrado maestro de Valledupar, Eivar Moya Yépez, pintó al óleo sobre lienzo (1.30 x 1.70 mts.) la horrible y negrísima noche, la neblina de dolor, el horror, el sufrimiento y la resiliencia en la expresión de los rostros de los Ángeles de la Pandemia.
Anestesiado en este mísero estado de ánimo, absorto en el Imperio de la muerte, que se adueñó de la redes sociales, estupefacto veía moribundos huérfanos de amor, asediados por el frio de la soledad, suplicantes, aislados en los cuidados intensivos, llenos de mangueras hasta en la boca, despedirse de los suyos descuajando las últimas lágrimas apenas de manera virtual, a través de las humanísimas manos de una enfermera, terapista, nutricionista o instrumentadora vestidas de astronautas, que sostenían a la altura de sus ojos un teléfono celular .
Fue esta posición de psíquico fetal la que me obligó a escribir:
ACTO MÉDICO Y DE CUALQUIER PROFESIONAL DE LA SALUD.
Conjunto de prácticas y habilidades clínicas y humanitarias, reconocidas, lícitas, éticas y morales, ejecutadas apropiadamente de manera privada en un concreto y exacto momento, sobre una persona sana o enferma, bajo su pleno consentimiento o el de sus familiares, por un profesional de la salud idóneo— su fiel cuidador, servidor, protector, escudero y compañero humanitario— como medio cuya intención, voluntad y buena fe, está dirigido a acompañar, atender, cuidar, servir, asistir, diagnosticar, pronosticar, curar, rehabilitar, paliar y promover su estado de salud, y prevenir potenciales enfermedades futuras, procurando mantenerlo sano, además de dar alivio, consuelo y fortaleza espiritual en cada caso, según sean las circunstancias de modo, tiempo y lugar donde suceda dicha relación interpersonal humanitaria.
RELACIÓN MÉDICO-PACIENTE Y DE CUALQUIER PROFESIONAL DE LA SALUD-PACIENTE
Es la relación interpersonal, voluntaria, consensual, profundamente humanitaria, ética y moral, que debe darse entre un paciente (persona sana o enferma) y un médico o cualquier profesional de la salud, donde estos, sus fieles cuidadores, servidores, protectores, escuderos y compañeros humanitarios, le aplican bajo su pleno consentimiento informado o el de sus familiares, los apropiados y respectivos actos profesionales, acordes con la lex artis en medicina o de la respectiva profesión.
El acto del profesional de la salud y la relación de estos con las personas a su cuidado, entendidos como sinapsis profundamente humanistas y humanitarias, entre el sistema de salud y la población —esencia primaria, básica, fundamental y sustancial de la materialización de la prestación del derecho fundamental de la salud—, deben ser considerados como el deber ser de las profesiones hipocráticas, dos símbolos poderosos que, junto con el Himno médico y los Ángeles de la Pandemia, tengan el poder de inspirar, y motivar un profundo sentido de comunidad, y unir propósitos, aspiraciones y valores comunes entre la población y los profesionales de la salud.
Post scriptum: Desafortunadamente estas dos definiciones que radicamos en el Congreso de la República a fin de que fueran tenidas en cuenta como articulado en el proyecto de reforma a la salud fueron excluidos, junto con los de autonomía y autorregulación profesional.
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