Por Santiago Roldán García, Ph.D Doctor en Bioética – Estudiante del doctorado en educación de la Universidad de Córdoba, Argentina – Director del Instituto Colombiano de Estudios Bioéticos (ICEB) adscrito a la Academia Nacional de Medicina (ANM) y miembro de la Comisión de Ética
Como lo he dicho anteriormente, si bien es demostrado la existencia de grandes posturas del pensamiento al interior de la discusión sobre la eutanasia en Colombia en donde se debate no solamente la sacralidad de la vida en general, sino el reconocimiento ético y moral de directrices sociales, culturales, jurídicas y hasta religiosas, no podemos continuar apostándole a una innecesaria polarización nacional de pensamientos, acciones y omisiones tendientes al menosprecio de principios de igualdad, respeto y solidaridad propuestos en teoría, sin ninguna pretensión absolutista o deseo alguno de agrupación física, mental, emocional, ética o moral.
El concepto de eutanasia[1], se concibe en Colombia hasta este momento, como la intervención voluntaria que acelera la muerte de un paciente terminal con la intención de evitar sufrimiento y dolor intenso del individuo. La eutanasia, en estos términos está asociada al final de la vida sin sufrimiento.
Es prudente resaltar que, el concepto de eutanasia no ha contado con una definición única, por cuanto sus interpretaciones son diversas. Pero, y para evitar vacío conceptual alguno, ha sido la misma Corte Constitucional de Colombia la que ha advertido sobre la necesidad de comprender algunos de los elementos esenciales para poder hablar del homicidio pietístico o eutanásico: a.) el padecimiento de una enfermedad terminal; b.) la existencia de una acción u omisión tendiente a acabar con los dolores del paciente; c.) la idoneidad y dictamen médico y d.) el consentimiento informado y expreso, por parte del paciente o sujeto pasivo. (Cf. sentencia, C-239/97 y sentencia T-970/14).
En continuidad con lo anterior y atendiendo a la necesidad de comprender la conceptualización y diferenciación de algunas implicaciones existentes al interior del debate sobre la eutanasia, también es de recordar que nos encontramos ahora con el comportamiento y manifiesto de aquel sujeto pasivo frente a la materialización del hecho mismo de la eutanasia por cuanto que, a pesar de sus condiciones físicas en las que se encuentra, o bien desea seguir viviendo hasta el final, o bien, consiente el hecho y solicita que le ayuden a morir (entiéndase, eutanasia activa o positiva, eutanasia pasiva o negativa, eutanasia directa, eutanasia indirecta, eutanasia voluntaria, eutanasia involuntaria y eutanasia no voluntaria).
Puesta así sobre la mesa la multiplicidad y extensión de muchos de los conceptos e ideas respecto al debate sobre la eutanasia y comprendiendo la existencia de muchos otros términos y concepciones, cabría preguntarse en este momento sobre las diferentes posturas del pensamiento existentes y evidentes tensiones relacionadas con la posibilidad de una intervención voluntaria que acelere la muerte de un paciente terminal con la intención de evitar el sufrimiento y dolor intenso del individuo en Colombia. Intervenciones y posturas que involucran aquí, diferentes y variadas investigaciones y explicaciones tanto científicas, jurídicas, sociales y hasta religiosas.
Y es en este momento del debate sobre la eutanasia, cuando la discusión se presenta notablemente polarizada, puesto que es evidente la permanencia de dos sectores (postura A y postura B) que acudiendo a los datos teórico-prácticos que ofrecen los avances técnicos y científicos, se proponen fundamentar sus propias posturas, en muchos momentos no logrando verse como interlocutoras válidas la una de la otra.
Así, la postura A, inquieta por considerar que Colombia se encuentra ante un “eclipse” del valor de la vida humana (Giraldo, A. 1997) gracias a las diferentes determinaciones constitucionales de exequibilidad del derecho fundamental a morir con dignidad, y que dirigen la concepción de la eutanasia como acto médico que procura intencionadamente la muerte de una persona que padece una enfermedad incurable para evitar su sufrimiento; encamina sus esfuerzos a la defensa de la sacralidad de la vida en general. Igualmente, consciente de la invalidez moral de la eutanasia por cuanto nunca es moralmente lícita la acción que por su naturaleza provoca directa o intencionalmente la muerte del paciente, sostiene que el Estado no puede atribuirse el derecho de legalizar la eutanasia pues la vida del inocente es un bien que prevalece sobre el poder del mismo y que ésta (la eutanasia) es un crimen contra la vida humana y contra la ley divina del que se hacen responsables todos los que intervienen en la decisión y ejecución del acto homicida.
Por su parte la Postura B, comprende que la vida ha de ser considerada como un bien valioso y fundamental, pero no como sagrado. Lo anterior, atendiendo a que las creencias religiosas o las convicciones metafísicas que fundamentan la sacralización son apenas una entre diversas opciones en culturas plurales y pluralistas; y en donde urge respetar no sólo la autonomía moral del individuo sino sus libertades y derechos, los cuales inspiran un ordenamiento superior. Enfatiza por lo tanto esta posición del conocimiento, que ninguna opinión, idea o punto de vista moral, político, social, cultural, ético u otro, puede estar apartado de las directrices constitucionales por más que pretendan nutrir las diferentes posiciones sean sociales o culturales en Colombia; y que, únicamente la Constitución de 1991, como norma superior, puede ofrecer las directrices normativas a la hora de solucionar asuntos alusivos a la sala Constitucional.
Comprendiendo, estos argumentos determinan de una u otra forma y con características propias la manera de valorar y abordar el tema de la eutanasia por parte de sus ponentes y seguidores.
Así las cosas, y partiendo del presupuesto de que dicha apuesta por la vida no ignora ni excluye la exigencia de saber asumirla y con ello disponer de sus acontecimientos más difíciles de manera responsable, podemos evidenciar que la vida es un don que recibe toda persona para vivirla en conciencia y responsablemente. De ahí que ésta (la vida), no puede ser concebida como un hecho que limita al ser humano, sino como un potencial del que disponemos los seres humanos para colocarlo al servicio de un proyecto verdaderamente humano y humanizador.
Lo anterior nos ofrece una dimensión que permite reflexionar acerca de aquellas situaciones en donde la vida ya no se percibe muchas veces como un don, sino como algo totalmente contrario. Aquellas situaciones en donde el sufrimiento y el dolor se convierten en pródromos de la Muerte. En este sentido, la reflexión sobre la eutanasia se adentra en el discurso antropológico inevitable al interior del proceso del morir de una persona y su último acto humano, en la medida que se sabe afrontar en conciencia, libertad y responsabilidad.
Esta conciencia, esta libertad y esta responsabilidad, desde una correcta formación, pueden permitirnos pensar una firme decisión de anticipar o no la muerte ante su irremediable proximidad y la pérdida extrema y significativa de calidad de vida. Apuesta que, no pasa sólo por una adecuada atención sanitaria, sino también por la exigencia de las necesarias atenciones sociales, económicas, culturales y espirituales que hacen posible una vida humana de calidad en Colombia. (IBB, 2005).
Finalmente, no podemos eximir de responsabilidad alguna a todas y cada una de las instancias que históricamente han formado, educado o instruido a la sociedad colombiana y que le han entregado las herramientas que utiliza para tomar una decisión que hoy, está siendo puesta en entredicho: familia, estado, religión, escuela y otras …No nos lavemos las manos…
[1] Etimológicamente alude al latín científico euthanasia y éste del griego antiguo εὐθανασία -euthanasía- muerte dulce/ buena muerte (Echegaray, 1887)
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