Las ideas neoliberales, que han colonizado todos los sectores productivos de nuestros países latinoamericanos, también contaminaron con su veneno al ejercicio y la educación médica.
Por Dr. Fernando Guzmán Mora
Basados en las teorías de Milton Friedman, se plantea el retiro del Estado de la producción de bienes y servicios, con el objeto de fortalecer el capital privado y someter la producción a las leyes del mercado (oferta y demanda).
El rendimiento del trabajo aumenta, desde el punto de vista del capitalista, basado especialmente en el abaratamiento de los costos de producción.
La artesanía y la manufactura son completamente desplazadas por la industria pesada. La proletarización de la masa trabajadora conduce a la miseria absoluta de la población.
En el caso de los médicos, el abaratamiento de su formación y su salario es indispensable para obtener ganancias en el negocio neoliberal de la salud, con su monumental ejemplo de la Ley 100 de 1993, verdadera privatización de los servicios de salud encubierta bajo la bandera de una solidaridad que el Estado no tiene capacidad de financiar.
Lo anterior, unido a todos los cambios económicos y sociales colocaron a la profesión médica, de una manera irreversible, en un mercado con su propio sistema de precios y tarifas.
En el mercado, que no constituye en realidad un sitio geográfico específico sino una institución social que opera a todos los niveles, se asignan los recursos, se brinda información permanente sobre el valor de las cosas y se fijan los precios de todos y cada uno de los bienes y servicios, incluyendo el trabajo de los médicos, que nos hemos convertido en un grupo más de ese mercado social.
A ninguno de estos hechos somos ajenos los médicos. En primer lugar, somos parte de la economía como oferentes de ‘salud’, entrando al mercado de productores de dicho servicio, con aplicación muy clara de las leyes de oferta y demanda.
Adicionalmente, nuestro ‘producto’ se ha masificado en los últimos años. Por último, hemos perdido el control del manejo de la ‘industria de la salud’, que ahora se encuentra en manos de funcionarios que obedecen a una ética utilitarista, completamente opuesta a la que rige el ejercicio de la medicina.
La escandalosa proliferación de facultades de medicina
Una de las causas de la grave crisis que vive la medicina colombiana es, sin lugar a dudas, la proliferación de facultades y escuelas de medicina, que han inundado de profesionales de calidad variable y formación discutible todo el territorio nacional.
Los altísimos niveles alcanzados en la formación de los médicos colombianos, probados por el tiempo y los países en donde los profesionales demostraron su excelencia intelectual, ética y técnica, han sufrido un deterioro progresivo.
Mientras detrás de la apertura de una facultad pública se encuentra un líder político local ávido de poder, en su contraparte privada se halla un comerciante ansioso en obtener dividendos.
Hemos llegado hasta la aberración conceptual de un demagogo bogotano, que planteaba formar “médicos descalzos”, como si en Colombia no existieran suficientes profesionales universitarios educados en buenas facultades de medicina y con una formación básica de buen nivel.
La falacia del “médico que Colombia necesita”
Quienes desean iniciar el negocio (económico o político) de una facultad de medicina se amparan en múltiples justificaciones: 1-La región necesita producir sus propios médicos para elevar el nivel del ejercicio profesional. 2-El departamento requiere de médicos que conozcan la patología local. 3-El cubrimiento que esta capital cobija a un enorme grupo de población. 4-Debemos formar el médico que Colombia necesita.
En un país en donde hablamos el mismo idioma y compartimos la misma pobreza, no hay que diferenciar las regiones como si fueran países distintos, pues aparte de algunas costumbres singulares, lo único que nos separa es el acento del castellano.
Por otro lado, las patologías regionales no solamente son estudiadas en los programas de las buenas facultades de medicina, sino que los buenos médicos se pueden adaptar al manejo de dichas patologías sobre el campo de práctica.
El cubrimiento territorial es suficiente para solicitar más médicos en ejercicio (de hecho existen médicos desempleados en todo el país) y no para producir médicos que se concentren en las capitales regionales.
El discurso del “médico que Colombia necesita” ha sido socorrido por los comerciantes que desean abrir una nueva facultad de medicina. Esta frase pareciera llevar la connotación de un profesional que ejerce en condiciones específicas de pobreza y ausencia de medios. O, en el mejor de los casos, el de un médico experto en enfermedades tropicales.
En fin, para quienes así piensan, la mala noticia es que el médico que Colombia necesita debe ser doblemente bueno, pues tiene que conocer a fondo la patología tropical propia de nuestro país y, además, comprender las enfermedades propias de los países desarrollados que ya han llegado a nuestras ciudades.
¿Quién puede decir que las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, el trauma y las enfermedades degenerativas no constituyen un problema de salud pública_ Sería absolutamente incoherente educar médicos para formular antidiarreicos y antibióticos, y que adolezcan de la capacidad de diagnosticar una cardiopatía congénita (camuflada en el diagnóstico de neumonía o repetición) o de tratar adecuadamente un infarto de miocardio con drogas tan delicadas y efectivas como la estreptoquinasa.
Todos recordamos la posición de algunos extremistas cuando se empezaron a abrir unidades de cuidados intensivos en el país. Vociferaban que no eran necesarias y que solamente representaban un tentáculo más del imperialismo capitalista.
Sin embargo, hoy en día, son los mismos que afirman que no es posible construir un hospital de tercer nivel sin una unidad de cuidado crítico, en donde se puedan cuidar adecuadamente las víctimas las patologías más comunes: el trauma, la agresión, el intento de homicidio y todas sus consecuencias.
Dejando todo en manos del mercado, el desastre social que el neoliberalismo ha producido se refleja también en la educación médica.
La libertad de oficio y el libre desarrollo de la personalidad, sumados a la liberación de la educación en manos de particulares, ha causado deterioro irreversible en la medicina colombiana. Se forman médicos baratos, ejerciendo una medicina barata y de una calidad aún más barata. La buena medicina será testigo de su propio entierro.
Por lo anterior, la profesión médica debe exigir la intervención urgente de las autoridades competentes para frenar la apertura de estos engendros académicos y hacer seguimiento a las facultades existentes para obligarlas a la recertificación o a el cierre.
Es justo exigirle al Estado una fiscalización real y no la prolongación de un silencio cómplice, tal como lo ha venido haciendo en varias esferas de la vida nacional.
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