“El tinieblo rezando”: el médico viajero y sus Land Rover
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“El tinieblo rezando”: el médico viajero y sus Land Rover


Por allá en los setenta, mis padres, que debían tener alguna sangre gitana en sus venas, empacaban a sus nueve hijos en el Land Rover, y así nos embarcábamos en largos recorridos terrestres.


Por Dr. Diego Rosselli – Médico Neurólogo – Profesor Facultad de Medicina Pontificia Universidad Javeriana

Fuimos pues, apretujados, desde Bogotá hasta los confines de Nariño, al parque arqueológico de San Agustín, a la Costa Caribe o a los llanos de Casanare. Eso me dejó marcado, y sin duda fue la semilla para esa atrevida idea que hoy les vengo a compartir, y que arrancó hace casi 20 años en Pasto, en 2004.

Dr. Diego Rosselli

Fue todo un descubrimiento reconocer que esa ciudad tiene su propia y muy meritoria historia, muy diferente de la que nos imponen a los colombianos desde la Capital. Me dediqué entonces a recorrer de manera metódica el país para recopilar las historiales locales, las costumbres, la música, los paisajes y las anécdotas contadas por esas personas que las han vivido en carne propia, y para llenarme de la enorme riqueza de este país.

Mi cómplice en esta aventura no podía ser otro que ese viejo Land Rover familiar modelo 1966 que había sido mi regalo de grado de médico en 1981. Su bautizo formal, con aguas del río Atrato, vendrían en 2010, cuando yo ya venía recorriendo Colombia de una manera sistemática, buscando llegar hasta el último rincón. Y el nombre que le puse al carro fue “El Tinieblo”.

En el argot colombiano, un “tinieblo” no es cualquier tipo de amante clandestino. Es uno que no cela, que no exige, que simplemente está allí, en la penumbra, disponible cuando se le necesita. Por eso decidí bautizar a mi compañero de correrías con ese misterioso (y, vale decir, “chicanero”1) colombianismo de origen incierto.

Comencé el recorrido por los principales centros urbanos de nuestro país, no solo las capitales departamentales y los pueblos más grandes e influyentes como Sonsón o Buga, como Chiquinquirá o Zapatoca, sino con aquellos ubicados en las esquinas del mapa: Uribia en La Guajira, Puerto Asís (Putumayo), Turbo (Antioquia), Tumaco (Nariño), o Arauca la capital del departamento del mismo nombre y a orillas del río ídem. De esa primera estapa publiqué mi libro Pueblos y Ciudades de Colombia.

Y para contar con la mejor prueba de que había llegado hasta ese poblado recóndito, se me ocurrió tomar la foto del Land Rover frente a la iglesia principal, el tempo parroquial o en los pueblos pequeños, o la respectiva catedral en aquellos que alcanzan la alcurnia de diócesis. De ahí, pues, el carro adoptó el apellido de “rezandero”: ahora es, “El tinieblo rezandero”, con nombre y apellido.

Es una ironía que un ateo militante como yo haya escogido justo ese símbolo arquitectónico del cristianismo, ese templo parroquial que nunca falta en poblado alguno, para representar mi devenir itinerante por cuanto camino polvoriento salpica nuestra agreste topografía.

Pero son varios los argumentos para reunir en una misma imagen el pecaminoso vehículo con nombre de amante en las sombras posando siempre, orgulloso, justo en frente del santuario del hegemónico Dios de los católicos; con una excepción, en Maicao tomé la foto junto a la mezquita.

Además de servir de prueba reina de que estuve allí, muchas de estas iglesias son verdaderas joyas arquitectónicas, desde la solidez de los viejos templos doctrineros, como los de Simití o Sutatausa, hasta el neogótico de las iglesias de Andes o Firavitoba, desde la arrobadora magnitud del templo de sandoná, hasta el pragmatismo arquitectónico de las catedrales de Yopal o San José del Guaviare.

Si algún escéptico no cree que esa que aparece detrás de mi Land Rover sea la iglesia de Ábrego, de Ituango, de Chiscas o de Cumaribo, no es sino que la goglee.

Según el DANE, Colombia tiene 1104 municipios, 40 de ellos sin acceso por carretera; estos incluyen a San Andrés y Providencia, así como todos los municipios de otros tres departamentos: Amazonas, Guainía y Vapués, 14 municipios del Chocó (casi la mitad), 7 de Nariño, 3 del Cauca, 2 tanto en Bolívar como en Antioquia, uno en Caquetá y otro en Guaviare. Eso me dejo como emta 1064 pueblo para visitar… así que manos a la obra, o al timón.

En 2014 me ofrecieron otro Land Rover, uno mucho más joven, ya que solo tenía 40 años, y no resistí la tentación de comprarlo. Se trata de un Land Rover Santana 1974, rojo fuego, carpado, cortico. Vale aclarar que la fábrica original de Land Rover, ubicada en Solihull, Warwickshire (Inglaterra), empezó a funcionar en 1948, pero 10 años más tarde, dada inusitada demanda de estos 4×4, abrieron una subsidiaria en la planta siderúrgica Santana, en Linares (España), encargada sobre todo de suplir el mercado latinoamericano.

Por eso la mayoría de los Land Rover de los 60 y 70 que llegaron a Colombia son “Santana”. El Tinieblo, a mucho honor, es británico, mientras que su primo, que pasé a llamar Caricare, es español.

“Caricare” es una ave rapaz de las tierras cálidas de América, particularmente de nuestros Llanos Orientales, pero es también el nombre de un antiguo corrido llanero que mi tía Sofía Rosselli, muy ligada con la historia de Casanare cantaba con particular gracias. Era famosa en todas las fiestas del llano la frase de su esposo el coronel de caballería Eduardo Román Bazurto quien tras pedir silencio en medio del jolgorio llegaba y decía con su sonora voz de mando “que Sofía cante el Caricare y con eso salimos de eso”.

Ahora, en estos últimos años, con dos camperos tengo la oprtunidad de viajar en uno por la Región Caribe y en el otro por el Putumayo, o con uno por Santander y con el otro por el Cauca, agilizando mis movimientos por el país al combinar trayectos terrestres con trayectos aéreos. Rara vez están en Bogotá.

Y así, típicamente vuelo casi siempre en solitario al lugar en donde está uno de mis dos Land Rover, viajo por los alrededores con un itinerario pre-establecido, y regreso a casa de nuevo en avión. Riohacha, Apartadó, Quibdó, Tumaco o Mocoa, por no hablar de Barranquilla, Medellín o Cúcuta, son sitios en donde ellos han estado por temporadas que pueden ser uno a dos meses. Son viajes que suelen duras de tres o cuatro días cada uno.

Y fue así como fui recolectando fotos de iglesias de pueblos, y en 2017, ya llevaba 400 municipios colombianos con la foto de su iglesia y el Land Rover al lado como testimonio de mi andas por Colombia. En 2020 pasé la barrerar de las 700, y a principios de 2022, 900.

A estas alturas, julio de 2023, llevo 1062 de los 1064 municipios colombianos que tienen acceso por carretera. Los dos que me faltan son Santa Elena del Opón, en Santander, y Puerto Meluk, cabecera municipal de Medio Baudó, y el sitio más occidental del Chocó, al que llegara carretera.

Este puerto está ubicado sobre el río Baudó, que con el río San Juan y el Patía, asó como el Guayas, en Ecuador, son los ríos más caudalosos de la vertiente del Pacífico de toda suramérica. Puerto Meluk está a casi 50 Kms por trocha desde Itsmina.

Una pregunta que siempre me hacen es si no he tenido problemas con la guerrilla, los paramilitares o las bandas delincuenciales. Y mi respuesta es no. Nunca. Ni siquiera he sufrido un hurto. En algunas regiones, como la Alta Guajira, el Catatumbo o las zonas de Mapiripán o La Macareña, en el Meta, me ha acompañado alguna persona de la región, que conociera el área, su gente y sus costumbres.

Una cosa es cómo se percibe el país a través de las noticias; otra, ver a los niños caminando a su escuela con esa clama que da la ruralidad, a los campesinos recogiendo cosechas, o viendo a los viejos pasar el tiempo, tranquilos, en las bancas del parque principal.

También me preguntan qué hago si el Land Rover se vara en algunas de esas carreteras remotas. Estos carros son confiables, de mecánica sencilla, hechos para resistir. ME la paso visitando talleres locales en donde me detengo a hacer reparaciones que dan aviso; el carro le cuenta a uno que algo anda mal, pero le permite llegar a un taller para el respectivo arreglo.

Y, cuando por cualquier razón me he visto en apuros, nunca ha faltado el conductor solitario que se detiene a prestar ayuda.

La otra pregunta fija es cuál es mi región favorita. A cada lugar que voy llego apersonado del sitio en donde me encuentro. En los días previos leo su historia y sus costumbres, recorro en los mapas sus ríos y montañas, escucho su música y reviso sus cuentos y sus relatos.

Cuando paseo por el Huila me siento muy opita, muy nariñense al circunnavegar el Galeras, o muy caqueteño al remontar el río Caguán. Valluno, paisa, boyacense, cada lugar tiene su propia vibración.

¿Que por qué lo hago? ¿Por qué dedicarle tanto esfuerzo y tanto tiempo? Me preguntan también.

Lo hago por entender mejor nuestra historia, por admirar la imponencia de las montañas, ríos, mareas, selvas y llanuras de nuestra complicada geografía, nuestra variedad cultural, musical y grastronómica, nuestra nunca bien valorada diversdad, en todos los sentidos.

Lo hago también por quitarles con mi ejemplo ese temor a nuestro propio terruño, ese miedo a viaja que es tan común incluso entre los propios colombianos. Lo hago, en fin, porque para bien o para mal nos correspondió en suerte un país francamente espectacular.

Y al completar los 1064 ¿qué? Bueno, me quedan los 40 a los que no podré llevar mis Land Rover. Sí, ya no será la foto del carro junto a la iglesia, sino la selfie con el templo al fondo.

Ahí está ahora el tinieblo en personal, el verdadero tinieblo.

  1. Chicanero(a): adj/sust. Col. Referido a persona, que le gusta presumir, muchas veces de lo que no tiene.

Fuente: Órgano de información del Colegio Médico Colombiano. Epicrisis. Ed. Nº 29 (Septiembre-Noviembre 2023). ISSN: 2539-505X (En línea).

septiembre 19, 2023

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