Por Dr. Remberto Burgos de la Espriella
Dadas ciertas limitaciones que nos impondrían, entre otras cosas el dispendioso proceso de estudio que enfrentaríamos, recién casados mi esposa María Stella y yo, acordamos que encargaríamos hijos una vez finalizada mi residencia. No los buscábamos en ese momento, pero ocurrió: llegaron nuestras dos hijas mayores, y nos acompañaron durante los siete años de especialización. Regresamos del exterior a Colombia y empezamos la universidad de la vida en 1987. Nos faltaba el hijo varón. En 1988, cuando las niñas asistían al colegio infantil, y María Stella tenía cuatro meses y medio de embarazo, una de ellas se contagió de varicela en la escuela. ¡Por Dios, 20 semanas de embarazo y mi esposa también contrajo varicela!
Su obstetra era mi compañero de pupitre de la Facultad de Medicina. Entendió mi angustia y temor por los problemas congénitos que se podían derivar de esta infección durante la gestación. Eran pocos los datos académicos y la evidencia médica disponibles. Investigó con detalle, e hicimos varios comités para que se me enseñara sobre los riesgos. Por la noche me levantaba sigiloso a buscar más, pues los datos encontrados no calmaban mis temores…
Hablábamos, discutíamos y considerábamos todas las opciones, incluida la interrupción del embarazo, por el alto riesgo de malformaciones congénitas en nuestro bebé. La pediatra, familiar y profesional, nos ayudó en esta disyuntiva. Estábamos en el tiempo límite, pues hasta la semana 20 terminan los riesgos mayores. Encontramos la afección pulmonar aguda del feto y la alteración en la placenta. La neumonía varicelosa con complicaciones intrauterinas. Pero me sobresaltaban las complicaciones que veíamos en los recién nacidos relacionadas con mi especialidad: hidrocefalia congénita y microcefalia. En los corredores del hospital universitario me cruzaba con mi compañero obstetra y sentía su mirada de acompañamiento, comprensión y apoyo. Siempre optimista y confiado.
Ser el familiar médico tiene algunas ventajas… pero muchas desventajas. No es posible escapar de las ideas fatalistas y las predicciones oscuras. Ya con la información actualizada y los datos en la cabeza, debíamos resolver. Un domingo, después de asistir a misa, lo hicimos. María Stella nunca lo dudó. Me dijo decidida que dejaría todo en manos de Dios. No interrumpiría el embarazo y aceptaría a nuestro hijo como Dios nos lo enviara. Los siguientes fueron meses muy difíciles…Cuando veía en el hospital niños con malformaciones congénitas, pensaba en el nuestro. Muchas noches me despertaba sudoroso, cavilando en esta realidad latente.
Admiro y respeto profundamente a esas mamás valerosas dedicadas todo el tiempo a sus creaturas, sin bajar la mirada o perder la esperanza. Mujeres luchadoras, defendiendo la vida como derecho supremo.
Noches en vela y, finalmente, el parto. Vi nacer a mi hijo y cómo vigoroso lloraba. El grupo de neonatólogos y yo, lo revisamos. Su examen fue normal. Detrás de la oreja derecha tenía la marca de la varicela intrauterina. Lloré agradecido cuando le vi con fuerza succionar el pezón de su madre. Hoy nos acompaña este ciudadano sano y empujando con decisión, desde su vocación, por un desarrollo justo de la patria.
Diptongo: A los diez días el zigoto con su información genética. DNA, se transforma en embrión. Nació la identidad. El periodo embrionario dura hasta la décima semana. Desde esa época con los órganos ya formados el feto empieza a crecer. La placenta y su vaso comunicante, el cordón umbilical, suministran la energía del desarrollo. El tubo neural, precursor del sistema nervioso, se cierra a la cuarta semana. Desde la semana 12 se sienten sus movimientos. A las 24 semanas puede sobrevivir por fuera del útero. La madre transmite su alegría, angustia y sus penas.
El dolor del feto acorde con la teoría desarrollo embrionario empezaría con la formación del tálamo a la séptima semana y con la maduración del sistema nervioso se integraría como sensación desde la semana 16. Algunos autores describen la agonía del feto cuando recibe influencias tóxicas durante su formación.
La extralimitación de nuestra Corte Constitucional produce dolor en el alma.
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