Fue un cuasi gamín heredero de la libertad gitana. Se dice que nació en un carromato en algún campamento de la campiña de Birmingham. Era 1899.
Por Stevenson Marulanda Plata – MD
ESCUCHA ESTE ARTÍCULO
Fue un cuasi gamín heredero de la libertad gitana. Se dice que nació en un carromato en algún campamento de la campiña de Birmingham. Era 1899.
En su precaria niñez, hijo de un padre alcohólico y una madre enferma mental, medio huérfano, en la suciedad y sordidez del bajo Londres victoriano, rebuscando en las calles qué comer, sobrevivía de oficios menesterosos: soplando vidrio, espurias ventas callejeras o haciendo mandados, cuando no estaba bajo la caridad misericordiosa de algún orfanato.
Aún así, en su inocencia y en medio de esa humillación, ya se sentía el actor más grande del mundo.
Ya más grandecito empezó a hacer morisquetas en cafés, tabernas, circos de medio pelo y en los Music Hall, donde trabajaban sus progenitores.
Tenía un inmenso talento, heredado de su padre borrachón, de ascendencia gitana y de su madre esquizofrénica, ambos artistas de un espectáculo populachero mezcla de canciones populares, comedia y baile. El Music Hall fue una forma de espectáculo de entretención popular muy común en el Reino Unido entre 1850 y 1920. El Hall era la sala junto al bar, el escenario donde se cantaba, bailaba y se ponía en escena el drama y la comedia, previo pago de la admisión. Algunas películas del Oeste fueron adornadas con Music Hall. Por esas mismas calendas, el acordeón ya empezaba a empoderase de nuestra región, y en Fonseca y sus alrededores, a esas actividades de empresa musicales se le llamaba colitas. Al Music Hall después se llamó teatro de variedades, y luego, como todo en la vida, entró en decadencia y desapareció.
Un día, una compañía británica de espectáculos lo vio en un Hall, y se lo llevó, como sus abuelos, los gitanos trotamundos, que se llevaron de Macondo a José Arcadio Buendía, y a Nueva York fue a parar.
Y la genética (siempre natura) y el mundo que le tocaron (siempre la cultura), le guardaron lo suyo, como me dijo a mí un día un grande, el Jilguero de América, Jorge Oñate: al que le van a dar le guardan.
Sin bosticar una sola palabra, aquella frágil y romántica figura, aquel genio de la elocuencia muda, encajetada en unos bombachos de payazo de circo de pueblo, un ridículo saco estrecho, unos cómicos zapatos anchos, un conspicuo sombrero hongo bombín; con un mísero bastón y unos tímidos y suplicantes bigoticos, cautivaron con timidez vagabunda y espectacularidad teatral la parte buena del cerebro humano, denunciando la codicia, el odio, la intolerancia y la angustia del otro, y pronunciándose a favor de la libertad, la fraternidad y la felicidad de los demás, en un mundo yerto y muerto de miedo, como hoy, aterrado del espectáculo de la barbarie humana de dos guerras mundiales, incluyendo holocaustos, millones de muertos, miseria y bombas atómicas.
Cierta vez dijo:
“La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive cada momento, antes que baje el telón y la obra termine sin aplausos. Hay que tener fe en uno mismo. Sin haber conocido la miseria es imposible valorar el lujo. Más que maquinaria necesitamos humanidad, y más inteligencia, amabilidad y cortesía. Fui perseguido y desterrado, pero mi único credo político siempre fue la libertad”
Era Chaplin, nominado en 1948 al Premio Nobel de la Paz, no se le dieron, no importa, ojalá que como a él, a cada uno de nosotros en el rincón de Colombia en donde nos encontremos, nos consideren “traficantes de la paz”, y nos nominen todos los años, no importa repetidamente que no nos lo den.
Ahí los dejo con Candilejas o Eternatilly como la bautizó él, inaugurada en 1952 en el Reino Unido…
Fonseca La Guajira, febrero 18 del 2021. Once mes de cuarentena pandemia Covid19.
Deja un comentario