¿Qué estamos formando?
Opinión

¿Qué estamos formando?

Educar nuevas generaciones es una obligación moral de los médicos; tan importante que quedó grabada para siempre en el juramento Hipocrático.

Formar es una mezcla compleja de transmisión vertical de datos y hechos, construcción del conocimiento, cultivo de competencias técnicas, manuales y cognitivas, pero, lo más importante, la construcción interior de un pensamiento crítico y unos compromisos morales para y con la materia y el sujeto del conocimiento.

Es, por lo menos, igualmente complejo que practicar la medicina misma. En general, en el centro de la educación está el dicente, ya que lo que se pretende es que este aprehenda el conocimiento y lo pueda aplicar en su vida laboral. Por eso el alumno es el foco de todos los esfuerzos. Aquí es donde las cosas se complican en la educación médica, pues al ser la vida humana, la salud y el bienestar de las personas tanto objeto del conocimiento como bienes y principios de carácter moral superior, educar nuevos médicos implica que es tan importante el alumno como el “libro de texto”.

En medicina, el estudiante aprende sobre el paciente. Ya desde los primeros semestres, el contacto con los cadáveres empieza a formar un carácter de respeto por la persona humana, su cuerpo y sus realidades físicas y espirituales.

Más adelante, en las ciencias clínicas, el contacto con verdaderos enfermos, con sus dolencias, sus familias, los temores de ambos y la ineludible realidad de la muerte y el sufrimiento, ponen en el verdadero contexto el aprendizaje teórico.

Es el otro, el sufriente, el que enseña el para qué del conocimiento. Los médicos no estudian teoría; los médicos estudian realidades trascendentes. Por ese motivo, desde las primeras líneas, el estudiante debe entender que además de conocimientos médicos debe adquirir carácter médico.

Debe aprender a respetar al otro, a poner sus intereses por encima de los propios, a abstenerse de juzgar a priori para poder actuar siempre en beneficio del enfermo; es decir, a sacrificarse a sí mismo por el bien de otro que nada tiene que ver con él, pero a quien está unido por un juramento inquebrantable.

En consecuencia, la formación del médico implica criar un carácter recio, una empatía que suavice la reciedumbre y un genuino respeto por el otro. ¿Será que con las políticas actuales de educación lo estamos logrando? ¿Estaremos arriesgándonos a otra generación fracasada como la resultante de la permisividad, corrupción de las propuestas bienintencionadas del Dr. Benjamin Spcok? ¿Estamos formando médicos comprometidos y preparados para ejercer en beneficio de sus pacientes y no de su propio ego o sus humanas necesidades? Debo decir que siento que no.

Siempre tendemos a creer que todo tiempo pasado fue mejor. Eso es un error. La formación médica dada a la generación que hoy actúa como maestros estuvo plagada de errores. No hablo, por supuesto, de los errores conceptuales de los hechos científicos, me refiero a los errores conceptuales de los métodos con los que se formaba el carácter del médico.

Jornadas interminables de trabajo, maltrato físico y emocional, cargas de responsabilidad sin adecuada supervisión, aunque posteriormente sancionadas por sus resultados, -como si fuera nuestra responsabilidad saber lo que veníamos a aprender-, seguro causaron muchos daños y fueron costosas en términos económicos y especialmente humanos.

Hoy hemos cambiado el enfoque. El estudiante no puede estar solo; siempre debe estar asesorado, tutoriado. Necesita tener horas para estudiar, trabajar y descansar en proporciones razonables. Tiene que ser guiado y retroalimentado periódicamente para que enderece el camino cuando se ha desviado de lo que se espera de él.

Todo este propósito suena fabuloso y es, en realidad, un gran avance que compagina la necesidad del dicente con la del paciente. Se asegura la formación médica, humana y científica, a la vez que se cuida del interés superior de los pacientes. Entonces ¿por qué no creo que esté funcionando? Porque en el afán de no repetir los obligan a dedicar ese tiempo del descanso a trabajar para conseguir el dinero con que pagarlas y además a perder el tiempo de estudio.

Se ha vuelto un riesgo, incluso legal, sancionar a un estudiante que está por debajo de las expectativas. Hemos extremado tanto la protección que estamos formando médicos inseguros e incapaces de tomar decisiones, pues siempre estas fueron tomadas por otros; médicos perdidos en su obligación para con el paciente porque les hemos transmitido el falso concepto de que ellos son los importantes.

En las universidades es tan importante el índice de deserción como indicador de gestión que es preferible promocionar a un incapaz, así sea a costa de sus futuros pacientes.

Estamos muy equivocados. ¿La promoción que nos habrá de cuidar merece nuestra confianza? El sinsabor que dejan estas palabras es tan solo el abrebocas de nuevas columnas que pretenderán proponer posibles escenarios para que la educación cumpla con su vocación en favor de docentes, dicentes, pero sobre todo pacientes.

Hay mucho que rescatar de lo nuevo y lo viejo; también hay que desechar muchas cosas que actualmente hacen un daño inenarrable a la profesión médica.

enero 1, 2019

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