Ha sido la contingencia actual un evento inesperado para poner un foco de luz sobre la importancia del médico y su situación crítica en Colombia.
Por Paola Andrea Becerra Pedraza y Angélica Zulay Guerrero Sánchez – Estudiantes de pregrado – Junta directiva ANIR Centro
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Esta crisis, que no perdona bata ni careta, ha puesto en evidencia que la perpetuada mercantilización de la vida sigue siendo un hecho y que existe, más que nunca, la necesidad de un cambio estructural.
No obstante, esta situación también se ha encargado de tergiversar el trabajo sobrehumano del médico, por señalamientos como: el artífice de paseos de la muerte y de carteles, antes y durante la pandemia. Y es que para llegar a ser esa gran figura pública de aplausos y de conciertos de música -pero también de amenazas-, hay que recorrer un camino anterior y no menos tortuoso: el del estudiante e interno de medicina.
Para convertirse en médico general es necesario cursar seis a siete años de carrera, siendo el último año el del internado o médico interno, que junto al año del Servicio Social Obligatorio, suman ocho años de dedicación. Pero pareciera que estos años de esfuerzo, además de preparar para el alivio del sufrimiento, son también preámbulo para un escenario laboral no menos hostil, un campo en el que la medicina general resulta un hogar de paso y para el que el deber académico -incluso monetario- se encuentra más bien, en la especialización y subespecialización.
Las dificultades para el estudiante de medicina inician incluso antes de la carrera, ya sea por la baja oferta de cupos o por el costo exorbitante de las matrículas, sumado a no encontrar algún alivio al iniciar, dado que algunos de los inscritos enfrentan retos adicionales como el abandono de sus hogares, la supervivencia del día a día e, incluso, la presión constante de millonarios préstamos sobre sus espaldas. De ahí en adelante, espera al bien o malaventurado, un camino de selección natural, poniéndolo a prueba no solo académicamente, sino también física, mental y espiritualmente.
Así pues, este camino ya pedregoso, ha logrado empinarse aún más con la pandemia. Por un lado, la situación socioeconómica del estudiante resulta apremiante al ser, en muchos casos, dependiente de una economía familiar inestable, lo que ha obligado el aplazamiento de semestre o cancelamiento de asignaturas, a pesar de las oportunidades brindadas por las universidades y aún con el abandono del Gobierno nacional a la educación en medio de la pandemia.
La pérdida de actividades prácticas y su incierta reposición futura también resulta alarmante, sin contar el acceso restringido a lo virtual para aquellos que se vieron obligados a desplazarse a sus lugares natales apartados de los centros educativos.
Respecto al interno, que se encuentra en el límite del médico que ya labora y el estudiante que aún aprende, es evidente la alta carga asistencial, que supera a veces las horas semanales permitidas de estancia hospitalaria, así como de la provisión inadecuada de los Elementos de Protección Personal (EPP) durante la contingencia. También cabe resaltar que, pese a la graduación anticipada de estudiantes de medicina como medida para hacer frente a la situación, no hubo un inicio previo de la convocatoria para el año rural.
A lo anterior se suman los efectos en la salud mental en el personal médico, secundarios al sobreesfuerzo y otros fenómenos de maltrato no proscritos, llegándose a documentar que los médicos presentan una tasa de suicidio más alta que la población en general, siendo de 18 a 24 por cada 100.000 personas, según la Asociación Americana de Psiquiatría (APA).
Lo cierto es que la persistencia de todas estas problemáticas han requerido la acción constante del gremio médico. Así, la ANIR, la Asociación Colombiana de Estudiantes de Medicina (ACOME) y la Asociación de Sociedades Colombianas de Estudiantes de Medicina (ASCEMCOL) velan constantemente por la defensa del derecho a la salud y el bienestar de los médicos en formación.
Es por esto que, dada la contingencia, se llevó a cabo la Encuesta Nacional de Estudiantes de Medicina para conocer la situación de las diferentes facultades del país, llegando a tener una acogida de más de 2000 respuestas que estarán destinadas a un análisis para tomar acciones pertinentes frente a la coyuntura actual.
Es posible rescatar una vez más los desafíos que trajo consigo la pandemia para el estudiante y el interno de medicina. Esta emergencia, que ha profundizado el abandono de décadas de la educación y la salud en Colombia, demuestra que, por un lado, permanece evidente el reto de las universidades de garantizar la accesibilidad en materia económica y estructural a sus estudiantes para evitar la deserción, así como promover la seguridad durante la práctica, y poder replantear la normalización impartida de una praxis médica sin garantías ni bienestar.
Por otra parte, más que en ningún otro momento, el trabajo incansable de las asociaciones médicas, tanto de profesionales médicos como en formación, resulta especialmente importante para seguir exigiendo con organización y movilización las condiciones dignas que merece nuestra formación y el ejercicio médico; solo con la unión se podrá hacer frente a los grandes obstáculos que se avecinan.
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