La influencia de los genes en la poesía y la música 
Actualidad, Opinión

La influencia de los genes en la poesía y la música 


Leandro Diaz, Rafa Manjarrez, Rosendo Romero y las dinastías vallenatas.


Lástima que nuestro Nobel no conoció el enorme poder que tiene la genética, y, sobre todo, la genómica, para explicar las profundidades y el doble filo del alma humana, sin embargo, no le hizo gran falta, los genios literarios tienen esa gracia casi sobrenatural, no les hace falta entender el fundamento científico de una cosa para, con la magia de sus letras, explicarla de manera sencilla, humana y deslumbrante. 


Basado en una serie de entrevistas que Martín Nova hizo a un grupo selecto de compositores vallenatos, publicadas en el libro: Las memorias de la película Leyenda viva. El alma de un pueblo.  


Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente del Colegio Médico Colombiano


“Para mí es una dicha haber nacido de un hombre con una inteligencia natural, con una capacidad de percibir las cosas de la naturaleza en la forma como Leandro lo hizo”.

Ivo Díaz, hijo de Leandro


La inteligencia biológica o genética

Es aquella que se ejecuta de manera automática, —independiente de cualquier tipo de aprendizaje cultural previo—, sin el concurso de ninguna forma de conciencia, razón, justicia o moral humanas, porque viene escrita evolutivamente de manera indeleble, mucho antes de la aparición del cerebro humano, en la memoria de los genes de cada especie, y, por ende, de cada uno de sus individuos, y cuyo fin teleológico son las exigencias dictatoriales del ADN: existir, sobrevivir y reproducirse.

El más allá genético: tienen que aguantar y sobrevivir

En condiciones climáticas extremas, como la falta de agua y nutrientes en las sequías prolongadas, el “inconsciente libre albedrío” del ADN de los genes de muchas especies de semillas, para evitar la muerte por deshidratación, ordenan: ¡economicen y administren al máximo esta escasez, duérmanse ya, pónganse en modo ahorro de batería!  Así, las semillas, entran en un trance biológico crítico que se llama dormancia que les dice: tienen que aguantar y tienen que sobrevivir, porque tienen que transmitir hacia adelante toda la información genética que llevan dentro. Así, tranquilitas, se duermen y paralizan todas sus actividades metabólicas y de desarrollo, como si suspendieran temporalmente la vida, para despertar cuando las condiciones vuelven a ser favorables. De este modo, solamente por la fuerza de los invisibles genes, acurrucados y enclaustrados en la clandestinidad, y sin ninguna clase de conciencia ni razón, y tampoco aprendizaje cultural, funcionan también las amibas cuando se enquistan, muchos insectos y reptiles cuando bruman, y los osos cuando hibernan.

La industria transgénica: un emprendimiento ancestral de genes de insectos.

Los genes de muchos insectos inventaron la hormona de la juventud. Uno de estos científicos insectos es el escarabajo de la harina de hacer pan. Esta los mantiene como Peter Pan, el niño que nunca creció: estancados en una magnifica y esbelta adolescencia en estado de gusano (larva), hasta que están listos para transformarse en adultos. Son tan apetitosos estos adolescentes, juveniles y robustos gusanos, ricos en proteínas y grasas, que los humanos los convirtieron en una industria humana poderosa, pues los científicos sintetizaron en sus laboratorios la hormona juvenil y se la rocían a estas larvas. ¡Y lógico! Sin parar de crecer y de engordar, se convierten en gigantes y enormes gusanos que pesa más del doble que un adulto: exquisito y nutritivo manjar, tierno, apetitoso y jugoso que sirven en suculentos platos a deportistas de alto rendimiento, a consentidas mascotas de ricos y hasta se insertan en cañas de pescar.

¡Hey! ¡Ojo!

La inteligencia humana no es la única que se dio cuenta que podía aprovecharse de esta industria, así como lo lee. Pues sí. Hay un animálculo, un animalito microscópico (protozoario) del género Nosema, parásito de esos escarabajos que se dio cuenta, antes que aparecieran los humanos en la Tierra, que esas larvas eran muy chiquitas y flacas y no aguantaban el hambre parasitaria de toda la prole, y entonces,  en una operación de espionaje científico secreto hace millones de años, sus  inteligentes genes se robaron la información genética para producir e inyectar el químico a esos gusanos, y de igual manera que los humanos, los engordan como ganado para comer.

Gaspar, “El buitre sabio”: también vino con el disco duro grabado.

Gaspar fue un buitre carroñero criado y alimentado en cautiverio desde sus primeros días de eclosionado por padres adoptivos humanos en algún lugar del norte de España. De esta manera, encerrado desde mucho antes de emplumar, nunca tuvo la oportunidad de tener ningún contacto sociocultural con otros congéneres, ni mayores que le enseñaran nada, como tampoco había visto jamás un huevo de avestruz, que sus mayores cuando migran al África rompen con piedras para luego chupar su contenido.  ¡Pero sus genes si sabían esto perfectamente! Ya verán.

Gaspar creció, emplumó y tuvo la capacidad biológica de volar. Se lo llevaron para la campiña de Navarra, y allí en una lomita, lo soltaron. Previamente, sus dueños, investigadores de la conducta animal (etólogos), habían puesto estratégicamente un huevo de avestruz (artificial) alrededor de unas piedrecitas. Lo divisó enseguida, aterrizó ahí. Y, como sus ancestros, exactamente igual, con su pico recogió guijarros, los estrelló contra el huevo, rompió la cáscara y bebió su contenido.

Sobrevivir: el imperativo genético más allá de Kant.

Ver el comportamiento siniestro, cruel y terrorífico de estos genomas es ver la mejor película de terror nunca jamás imaginada, ni por Alfred Hitchcock en su mejor momento. Ver lo que hacen estos genes convertidos en unos monstruos terroríficos: bellacos, embaucadores, inmorales y criminales, francamente deja mucho que pensar del pensamiento de J.J. Rousseau (los hombres nacen buenos y la sociedad los corrompe) aplicado al comportamiento de los pichones de estas aves.

Ahora verán. Es que uno no sabe cuál comportamiento es más siniestro, inmoral y criminal, si el de la mamá o el de su pichón. Pero deben tener en cuenta que, al fin y al cabo, ambos tienen genes de cuco, y los genes de cucos no obligan a la mamá a hacer nidos, sino que los pechugones la obligan a poner su descendencia (un solo huevo) en nidos de otras especies, precisamente donde sus ojos hayan detectado huevos muy parecidos a los de ella, y en un descuido de los amorosos padres residentes ¡zas!, en un instante veloz, hace su postura expósita y furtiva ¡Y, adiós, hasta nunca, que te guarde el cielo,  se larga la sinvergüenza como si nada hubiera pasado

De esta manera, los engañados padres adoptivos lo empollan y lo sacan, incluso antes que a sus propios genes o hijos biológicos. Hasta aquí no es tan grave la cosa. Lo que pasa de aquí en adelante es lo que daría la inspiración a la mejor película de terror jamás filmada. Resulta que los malvados genes cucos, apenas con un solo día de haber vuelto a nacer, encarnados en un enorme monstruo ciego, lampiño y gelatinoso, cual Atlas mitológico, se da mañas para acomodarse sobre sus espaldas los huevos genéticamente legítimos, o a sus hermanos de crianza si ya hubieren nacidos, y arrojarlos al suelo, uno a uno, por la borda del nido.

Aquí la inteligencia monstruo del ADN de los cucos:

Richard Dawkins, como si tuviéramos genes de cuco, refiriéndose a los humanos, dijo:

“Somos robots programados, máquinas de supervivencia de genes, para preservar ciegamente esas moléculas egoístas conocidas como genes”. (2)

Los genes actúan sobre la mente, influyendo sobre el desarrollo embrionario del sistema nervioso, sobre las conexiones neuronales del cerebro, así fabricaron, tornillo a tornillo, el alma de la humanidad, y de este modo, con genes de cuco y del animálculo nosema hicieron la mente y el cuerpo del señor Hyde y con genes de palomas abocetaron al doctor Jekyll.

Los humanos conservamos muchos genes antiguos —homólogos, equivalentes o muy próximos—, de bacterias, gusanos, moscas y de muchos otros animales, tantos, que nuestro genoma y el del chimpancé comparten el 99% del ADN.

Aunque separados por seis patas, dos alas y varios millones de años de evolución, la mosca y los seres humanos compartimos las principales vías y redes genéticas. De los 289 genes humanos conocidos por estar involucrados en una enfermedad 177 —más del 60%—tienen un homólogo en la mosca” (1).

Epígrafe del Amor en los tiempos del cólera.

En adelanto van estos lugares:

ya tienen su diosa coronada.

Leandro Diaz

La diosa Coronada Silvestre Dangond.

” ¿Y este ciego quién es?”

“¡Hey! y este man por qué habla de la reina, del rey, de la diosa, sí precisamente allá se habla de eso, y ya este man aquí está hablando de esto, y está hablando de un coqueteo. Y el man no ve. Y cómo hace este tipo. De dónde saca tanta vaina si es que él no puede mirar las hojas que se caen. No, este tipo tiene una magia, este tipo tiene algo”.

Estas conjeturas —le dijo Ivo a Martín—, las hacía Gabriel García Márquez impresionado por la inteligencia natural de Leandro.

 El verano. Alejandro Durán

Matilde Lina Silvestre

Matilde Lina Carlos Vives

El Cantor de Fonseca (Carlos Huertas) en medio de Álvaro Zamudio y Gabriel García Márquez

Lástima que nuestro Nobel no conoció el enorme poder que tiene la genética, y, sobre todo, la genómica, para explicar las profundidades y el doble filo del alma humana, sin embargo, no le hizo gran falta, los genios literarios tienen esa gracia casi sobrenatural, no les hace falta entender el fundamento científico de una cosa para, con la magia de sus letras, explicarla de manera sencilla, humana y deslumbrante.

Rafa Manjarrez como Gaspar, “El buitre sabio”, vino con el disco duro grabado.

“Martín, cuando yo estaba haciendo esa canción, yo iba en el viaje, dándole como si me estuviera dictando un tipo bajito detrás (…) Y entonces, lo que quería contar es que yo iba en el viaje, y pin, pin, pin, ese tema sin la última frase no sirve: “Si aquí burlaste mi vida, de pronto en el cielo me amas. Sin esa frase no sirve”.

Desenlace: Los Betos

“Yo tengo la tesis, Martín, de que uno viene con medio disco duro grabado (…) yo escribo términos que nunca los he leído ni los he usado, y estoy componiendo y me salen. A veces los dejo, y cuando voy a entregar la obra o a formalizarla voy al diccionario y confronto qué significa”.

“Y yo iba en el viaje y cuando llegué a ese pedacito dije: “Mierda”, y a mí me lo dictó el subconsciente, yo no sabía que iba a decir en ese pedacito. Y si no tuviera eso, no sirviera esa canción. Todo ese relato lo legítima esa frase y eso yo no lo medité, eso se lo dicta a uno el subconsciente; por eso digo que uno compone con el subconsciente. Uno hace las obras, y lo trascendental de ellas no lo hace conscientemente.  Si consciente te pones a buscar esa frase, quizás cuánto durarías hallándola. Es un proceso interno, ahí como medio subliminal, como medio orientado de alguna parte que no es terrenal,”

“Mi papá era un campesino de bajo nivel académico, mi mamá era maestra de escuela, mi abuelo tocaba guitarra y era poeta. Mi abuelo tiene un soneto en el compendio de la poesía nacional, El turpial. Y entonces, esas dos vainas como que hicieron que yo empezará a cantar mis vainas”

“Y no sé por qué La Guajira se mete hacia el mar así, cómo si pelear quisiera, cómo engreída, como altanera.

Benditos versos: Los Betos.

“Es decir, el poeta tiene que volar, tiene que abstraerse de la realidad, tiene que ponérsele borrosa la visión, la imaginación, hasta lo que oye, para que pueda con el subconsciente decir cosas poéticas.”

“Yo creo que eso fue una metáfora, que repito, yo creo que vino de allá de otra parte. Lo que usted le oye decir al maestro Gustavo Gutiérrez, a mi compadre Rosendo Romero, a Roberto Calderón, son cosas que uno tiene que decir, alguien se la tiene que decir, eso no es terrenal, ciento por ciento, pienso yo”

El tipo bajito que le sopla a Rafa las canciones y que él de manera inefable llama “subconsciente”, “allá de otra parte”, “no terrenal”: son los instintos poético-musicales que heredó de sus ancestros.

Cuando los humanos aparecimos en la tierra, hace apenas doscientos mil años, ya los genes habían inventado hacía eones, los instintos de existencia, supervivencia y reproducción asexual y sexual. Y cuando ellos se pusieron a fabricar nuestro cerebro, tuvieron el cuidado extremo de conservar esos viejos instintos, y encima, de manera meticulosa, cual fina joya, le empotraron la poderosa mente humana, codificándonos en nuestro reciente ADN mental, una enorme y nueva capacidad de cómputo de datos biológicos sin precedentes en la naturaleza, determinantes fundamentales de nuestras capacidades cognitivas —memoria, aprendizaje, lenguaje, arte, poesía, música, inteligencia, carácter, identidad,  personalidad, razón, conciencia y libre albedrío— pilares esenciales en la cultura humana.

Rafa, pariente, tu subconsciente, el de Leandro, de Escalona, de Rosendo, Gustavo, Chiche, Marciano, el de los Zuleta, López, Gutiérrez, Diaz, Ramos, Molina, Martínez, Maestre, Daza,  y de toditos ustedes, y de todos los poetas y compositores de este mundo que tienen la fortuna de heredar los genes de hacer poesía y música, es una corriente secreta de emociones y sentimientos, que, el más allá genético de la especie humana, llamado instinto sapiens, les dicta palabra por palabra. Es un profundo tirón de exacerbación de ánimos que sienten cuando se les aparece el huevo de avestruz, el estímulo apropiado, que les reconfigura el espíritu. Y tienes razón, no lo aprendiste conscientemente, vino grabado evolutivamente en el disco duro de tu ADN, en tus genes mentales, que heredaste de tus padres y de ahí pa´ arriba. ¡Así funcionan ustedes!

¿Qué es una dinastía vallenata?

Rosendo Romero Ospino, el villanuevero que escribe versos repletos de verano estando en primavera, se la definió a Martín Nova del siguiente modo:

Fantasía: Diomedes Diaz

“Yo nací dentro del vallenato, porque el abuelo mío, Rosendo Romero Villarreal, nace en 1895 y para 1920 ya era un juglar, un acordeonista famoso por toda la región. Y de él nace mi papá, que hereda su arte musical y nosotros heredamos el arte musical de mi papá, entonces tenemos cien años, más o menos, de música dentro de la familia Romero. Y cuando yo nací, mi nacimiento lo festejaron con acordeón, el bautismo con acordeón, yo siempre veía los acordeones en mi casa porque mi papá era arreglista de acordeones, él arreglaba, reparaba acordeones, y eso nos permitirá ver los acordeones en la cama, en la mesa, los asientos, siempre manoseando en acordeón estuvimos nosotros. Entonces era muy difícil que pudiéramos escapar de esta herencia, esta oportunidad de aprender el arte de tocar acordeón y de cantar y componer.”

“En nosotros se aplica la palabra dinastía para hablar de familias que tienen más o menos cien años de estarse transmitiendo, de generación en generación, a través de la tradición, este arte de la música. Lo acabo de decir, con mi abuelo, con mi papá, y ya tenemos hijos y nietos que están metidos en el arte de la música, se ha venido transmitiendo de generación en generación y eso es lo que nosotros consideramos dinastía dentro de la música vallenata”

Santander Durán Escalona se lo dijo a Martín de esta forma:

“Tuve la fortuna de nacer en una familia donde había una figura muy importante de la música vallenata en ese momento, como lo era Rafael Escalona. Y traigo, desde el punto de vista genético, una cantidad de narradores orales y de músicos en la familia, tanto de un lado de los Escalona, de los Durán, como de acá de los Martínez, de Patillal, y de San Juan, Villanueva, los Daza y los Celedón, es un cruce tremendo. Llegar aquí, nacer en el seno de esta familia, mi padre era un gran narrador oral”

Entonces, dinastía musical vallenata —según Rosendo y Santander, y desde el punto de vista, no mía, sino de los genes—, es la sucesión de mortales, desechables y fugaces estuches o sacos de genes con figuras humanas,  es decir, cuerpos humanos que, van naciendo y muriendo, transmitiendo de sacos padres a sacos hijos, de generación en generación, los precisos y exactos genes musicales, los cuales se expresan en  la mayoría de sus miembros, y de este modo, no pueden escapar a ese mandato genético imperativo y autoritario de seguir haciendo música vallenata, manteniendo así a través del tiempo la tradición y la fuerza de ese folclor.

El merengue: La burra de la señora Marcia Iguarán.

Yo venía de Sabaneta en La burrita de Marcia

y llegando al Sequioncito, ¡ay!, me ocurrió una desgracia:

en un hoyo muy profundo la burrita tropezó

y al verse el tanque roto, la leche se derramó.

“Una vez traía unos calambucos con leche, y había que pasar un arroyo, el Sequioncito, la burra donde yo venía metió las patas de adelante y se fueron los calambucos y se derramó la leche. Tenía diez o doce años”

¿Y su mamá como reaccionó? Le preguntó Martín.

 “Eso era una limpia segura que tenía yo ahí, pero cuando yo llegué cantando ablandé los corazones”

¿Por qué existen los genes para hacer música y poesía en el genoma humano?  

Porque son el antídoto de la violencia. El genio de Franklin Moya, así, le dio la respuesta nítida y categórica a Martín Nova:

Es que el canto ablanda a los corazones, si no hubiera canto, usted sabe cómo estaríamos con la violencia, con los problemas que hay en el mundo. Gracias al canto, a lo que se hace a nivel cultural, este país y este mundo están más tranquilos.

¿Se imagina usted si no hubiera diversión, canciones, cantantes, sino se cantaran canciones, si no hiciéramos versos, si no se tocara un acordeón?

“Es la parte de la alegría. La violencia es contraria de la alegría de la fiesta. Entonces ahorita con la guitarra le voy a cantar la canción que le hice a la burra, un cortecito nada más”.

El genoma (conjunto total de genes de un individuo): la mano invisible que mueve al mundo no entiende de bien ni de mal.

Los genes humanos, como todos los genes del mundo, no tienen obligaciones morales, ni ideologías, ni creencias religiosas. No hacen juicios de valores, no tienen en cuenta principios éticos ni del deber, solamente compiten con otros genomas por existir, sobrevivir y multiplicarse, porque ellos bien lo saben: solo así, y usando como vehículo la vida y la muerte de individuos fugaces y desechables, brincan de generación en generación, buscando sin cesar su propia inmortalidad y la eternidad.

 ¿Y sin ellos? ¿Sin ellos qué?

Simple, no existiría la materia prima para eso que llaman ciencias sociales o humanidades. Sin sus fuerzas biológicas —universales, estereotipadas, autoritarias y dominantes— no habría instintos, sexos ni sexualidad, identidad individual ni de género, deseos, placeres, emociones, sentimientos, arte, música, poesía, memoria, aprendizaje, lenguaje, razón, conciencia, ni el cuestionado libre albedrío. Tampoco existiría ese deseo físico que sienten en la yema de los dedos los acordeoneros cuando están que se tocan, ni la picazón en la garganta que sienten los cantantes cuando están que se cantan.

Más simple todavía: la cultura humana sería de piedra o de hielo, y mucho más simple: no habría ni poesía ni música en la Tierra: emociones y sentimientos que también viajan a través de la vida y de la muerte empaquetados en esas unidades de información biológica que llamamos gen.

Otras referencias

  1. Mukherjee S. El gen. Una Historia Personal. Penguin Random House Group Editorial, S.A.U 2016. Barcelona. Primera edición Colombia marzo 2017.
  2. Dawkins R. El gen egoísta. Salvat Editores. 2002. Barcelona
noviembre 10, 2022

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