El suicidio de la razón no es patrimonio exclusivo de Colombia
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El suicidio de la razón no es patrimonio exclusivo de Colombia


El diablo también les enredó las pasiones a los colombianos, y les mató la razón. Y la factura que les está cobrando en estos momentos también es alta(…).


Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente CMC

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La naturaleza biológica, la esencia de la mente humana, es más irracional que racional, por esto, nadie ha podido descifrar cuál es la mejor manera de gobernar humanos. Europa, considerada como la cuna de la razón y de la civilización de la moderna humanidad, poseída por sus demonios mentales, e impulsada por esas fuerzas irracionales y salvajes, tuvo que perder totalmente la razón, sobre todo, durante los últimos quinientos años, cuando se creyó definitivamente ama y señora del mundo, para al fin recapacitar, y finalizando el siglo XX, medio recuperar un poquito el juicio, después de la tremenda lección de perder de un solo tacazo 60 millones de vidas y la destrucción física y moral de todo su continente en apenas 30 años.

Sus siglos precedentes:

Plenos de la revolución copernicana, newtoniana, mendeliana y darwiniana, del gran arte renacentista, de la espléndida literatura, de los grandes adelantos en la navegación ultramarina, de iluminismo filosófico, de la dignidad kantiana del ser humano, del contrato social roussoniano, de la división de poderes de Locke y Montesquieu.

De la Revolución Francesa la de la igualdad, libertad y confraternidad que dijo: “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”, la misma de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que reivindicó la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión, y creó los derechos civiles, políticos y sociales de los ciudadanos como individuos libres.

De la Revolución Industrial inglesa, que se encargó de extraer los secretos de las fuerzas de la materia a través de la ciencia y la tecnología y ponerlos al servicio de la economía y del desarrollo humanos.

Todo, todo esto sucumbió a la locura, al suicidio de la razón, a la ambición y arrogancia imperial de poder y territorio, al orgullo de los nacionalismos, al engreimiento y vanidad de los totalitarismos, a la vulgaridad y al fanatismo del espíritu de superioridad racial, al odio xenofóbico.

¡Y entonces el horror!

Porque como Fausto, Europa tenía escondido bajo la manga un contrato que había firmado con el Diablo, quien la lanzó como la Llorona loca de Tamalameque, desde el siglo XV, a las aguas del mundo con sus brújulas, astrolabios, sextantes, carracas, galeones y cañoneras, y después, motorizados y con tecnología bélica terrorífica, a repartirse América, África, Asia y Oceanía, en nombre de la eurocéntrica “civilización”.

¡Pero obvio!

El Diablo pasaría su factura: les enredó esas bajas pasiones y durante esos quinientos años nunca se pudieron poner de acuerdo en la repartición del globo y sus riquezas, hasta que llegó el siglo XX, y ahí fue Troya. Los primeros diez millones de muertos de la primera guerra mundial no lo dejó satisfecho, y exigió una segunda entrega de cincuenta millones más, que debería incluir: devastación total física y moral de todo el continente, muerte científica industrial y tecnificada en cámara de gases de millones de individuos, hambrunas apocalípticas, genocidios masivos, masacres por doquier, desplazamientos, bombardeos inclementes a ciudades y pueblos enteros indiscriminadamente; y por favor, por favor, bombas atómicas a civiles, mínimo dos, dos inmensos hongos atómicos quiero ver. Todo esto se le cumplió al pie de la letra en la Segunda Guerra Mundial. Hoy los europeos parece que saldaron su cuenta con el diablo, sin embargo, todavía hay unas glosas pendientes.

La rebelión de las masas.

“Ha terminado la primacía de las élites; las masas, liberadas de la sujeción de aquéllas, han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo de los valores cívicos y culturales y de las maneras de comportamiento social”, dice impertérrita la voz liberal de Vargas Llosa en su libro “La llamada de la tribu”, al referirse a la obra “La rebelión de las masas” de su filósofo y maestro José Ortega y Gasset, para luego fríamente sentenciar: “es parte de una intuición genial y exacta, que permitió identificar uno de los rasgos clave de la vida moderna”.

Esta factura, que la humanidad aún le está pagando al Diablo, ciertamente Ortega y Gasset la describió lleno de pánico hace cien años en la “La rebelión de las masas” , temiendo que el pueblo español, como en efecto sucedió, se revelara contra la tiranía de la dictadura militar de corte fascista de Miguel Primo de Rivera, y que efectivamente lo hizo abdicar en favor de la Segunda República, que luego terminó en el baño de sangre de la Guerra Civil Española, que dio paso enseguida a la dictadura franquista, y dijo así.

“La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social, es ella el personaje principal. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas”.

Ortega y Gasset fue tachado no pocas veces de elitista, lo cierto es que sentía una desconfianza parecida al desdén por el populacho a quien llamaba hombre-masa, y que definía como: “el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre que carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga”

Pero Ortega también identifico otros males profanos de España: la pobreza intelectual y política de su nobleza, la mediocridad e incultura de sus políticos carecían de formación técnica e intelectual, con írritas dosis de formación humanística y jurídica–, que otorgaran un sello de intelectualidad a la política española, amén de la orfandad de sus hombres de ciencia.

Moraleja:

El diablo también les enredó las pasiones a los colombianos, y les mató la razón. Y la factura que les está cobrando en estos momentos también es alta, pero contrario al pensamiento de Ortega, debemos preocuparnos por adentrarnos en el “caparazón del hombre masa”, educarlo y proveerlo de “un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo”, que se pueda reivindicar. Y, de acuerdo con el eminente filósofo español, elegir hombres y mujeres que le den más altura e intelectualidad a la política colombiana, amén de darles visibilidad a los hombres de ciencia de esta gran nación. Solo así podemos mandar al Diablo y a la Llorona loca de Tamalameque para sus infiernos.

Bogotá, mayo 9 del 2021

mayo 10, 2021

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