El origen de las vacunas se remonta a la antigua China, donde existen escritos del siglo XI en los que se hace referencia a una forma primitiva de vacunación, concretamente la conocida como “variolización”.
La variolización es la inoculación del pus de la viruela para provocar esta enfermedad en una forma atenuada e inmunizar así al paciente.
Esta práctica no estaba exenta de riesgos, pues un cierto número de vacunados contraían la viruela en una forma grave y morían.
La variolización fue introducida en Europa, en Gran Bretaña, en 1721, por Lady Mary Wortley Montagu.
Sin embargo, la primera vacuna, concretamente contra frente a la viruela, fue descubierta por Jenner, un médico rural inglés que en 1796 llevó a cabo su experimento de inmunización con una forma de viruela propia de las vacas (de ahí el nombre de vacuna).
La idea se le ocurrió al escuchar a una granjera de su pueblo decir que ella no cogería la viruela mala porque ya había cogido la de las vacas.
La viruela de las vacas era una enfermedad que producía una erupción en sus ubres, y los ordeñadores de las vacas podían contraer esta enfermedad, la cual les protegía frente a la viruela de los humanos.
Jenner, que era un profundo observador, estuvo veinte años estudiando este fenómeno y la forma de desarrollar el método de inmunización, que culminó con la creación de su vacuna.
En 1870, un famoso químico que había ganado renombre por sus descubrimientos en diversos ámbitos, en Francia, entre ellos algunos realizados en la industria del vino y la cerveza.
Y es que este país vitivinícola por excelencia, tenía múltiples dificultades para lograr que sus vinos no se echaran a perder por problemas de fermentación, lo cual se había convertido en un drama económico.
Este químico, de nombre Louis Pasteur, descubrió que dicha fermentación se producía a expensas de la presencia de microorganismos bacterianos, que formaban en las bebidas alcohólicas ácidos como el láctico y el acético (que es lo mismo que ocurre en bebidas colombianas como el masato o el guarapo).
La propuesta de Pasteur fue calentar dichas bebidas a cierta temperatura para eliminar las bacterias, procedimiento conocido como pasteurización, el cual prevalece hasta nuestros días.
Motivado por su curiosidad e interés, y plenamente consciente de la presencia de microorganismos en la naturaleza, este sabio encaminó sus esfuerzos a aprender más sobre ellas, logrando espectaculares descubrimientos para la medicina.
Así inició una nueva etapa la prevención, mediante procesos rudimentarios de vacunación, en los cuales introducía dentro de los organismos de animales de experimentación algunos bacilos debilitados de ciertas bacterias.
Con esto lograba inmunizarlos contra ataques potencialmente letales a los cuales sobrevivían.
Logró avances notorios en la prevención de enfermedades en animales, como el ántrax de las ovejas, el cólera de los pollos y la erisipela del cerdo.
En medio de estos descubrimientos se dio inicio a lo que se consideró su obra cumbre, al dirigir sus investigaciones contra una terrible enfermedad de la época: la rabia humana.
Tras experimentar con la saliva de animales enfermos, llegó a la conclusión de que la enfermedad vivía en los centros nerviosos de estos animales.
Con el cultivo de tejidos de animales infectados, sobre todo conejos, desarrolló una forma atenuada del virus de la rabia, que podría inocularse en humanos para prevenir la enfermedad.
Fue entonces cuando en 1885 acudió al laboratorio de Pasteur un pastorcito de nueve años, de nombre Joseph Meister, que había sido atacado por un perro rabioso, en una aldea de Francia, y estaba condenado a morir.
Ese mismo día se le inyectó al jovencito líquido cefalorraquídeo tomado de un conejo que había muerto de rabia 15 días antes, administrándole cada día una inyección más potente al niño.
Y narraba Pasteur: “el último día, le inoculé al niño el germen mas virulento que pude obtener, el de un perro…”.
Semanas después el niño se encontraba completamente curado.
Al cabo de un año Pasteur había curado a unas 2500 personas mordidas por animales rabiosos con el mismo tratamiento.
Gracias a las vacunas hoy en día es posible prevenir enfermedades potencialmente mortales, como el sarampión, la poliomielitis y la tuberculosis, entre otras.
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