Algunos mencionan que es el tiempo de los epidemiólogos y de los salubristas, que es el momento en que se posiciona más la visión biomédica o mejor biopsicosocial del proceso salud enfermedad. Sin embargo, detrás de esto hay un discurso de poder.
Por Dr. Luis Jorge Hernández F – Profesor Universidad de los Andes
La salud pública y la epidemiologia tal como las tenemos hoy en día son gobierno-céntricas y verticales, dependen de una “autoridad” sanitaria y están en cabeza no del ciudadano o la comunidad sino de la Organización Mundial de la Salud, su equivalente regional la Organización Panamericana de la Salud -OPS y a nivel nacional del Ministerio de salud.
En el lenguaje institucional también se habla de un nivel sub-nacional que se parece a “subnormal” que son los departamentos y municipios. El ciudadano y las formas de organización social y comunitaria, aparecen en último lugar en un organigrama jerarquizado.
Siguiendo a Edmundo Granda y a Julio Frenk le atribuimos a la salud pública convencional estas características:
Punto de partida en la relación salud-enfermedad: La enfermedad y la discapacidad son lo contrario a la salud, no se ven como transiciones en un curso de vida.
Se utiliza el método positivista para explicar el riesgo de enfermar en la población, hay una gran devoción por los métodos cuantitativos y las explicaciones matemáticas, por las simulaciones y los artificios estadísticos que nos dan una sensación de seguridad y como dice Jaime Breilh una confianza en el lenguaje “técnico científico”.
En la salud pública convencional la epidemiología de riesgo es un instrumento poderoso de tipo técnico que da justificación para las “intervenciones individuales y colectivas”. Se dan pautas a de comportamiento a los individuos, familias y comunidades, es lo que algunos autores como Alan Petersen y Deborah Lupton, llaman una “nueva moral”. Estas normas nos dicen que hacer y qué no hacer, como proceder, que es bueno y que es malo para nuestra salud y para la vida.
La salud pública convencional como dice Granda es “El reconocimiento del poder del Estado como fuerza privilegiada para asegurar la prevención de la enfermedad”, es entonces cuando la cabeza del “poder” sanitario es el gobierno y por tanto lo que dice es un discurso desde el poder, con funciones casi policivas como lo vemos hoy más que nunca en tiempos de pandemia.
Dice también Edmundo Granda “El salubrista, entonces, se constituye en un agente del Estado y de la técnica: un interventor técnico normativo, quien durante su accionar logra efectivizar en las instituciones de atención médica y en la población el propio poder del Estado y ejecutar la verdad de la ideología científico-tecnológica con el fin de prevenir los riesgos de enfermar de la población a su cargo”. Es entonces el salubrista y el epidemiólogo un experto en riesgos, un administrador de probabilidades que da pautas de intervenciones, las cuales se dan en el marco de una acción estatal.
En tiempos de epidemia, se acentúa esta salud pública convencional en este caso un nuevo coronavirus y se despliega toda una metáfora militar de acciones de inspección, vigilancia y control, de contención del enemigo y de “cerco epidemiológico”, la “guerra contra el coronavirus”.
Esta simbología militar de términos también como vigilancia centinela, control del agente, rutas de contactos, visita de campo y supresión, no son gratuitas, es una terminología poderosa que legitima una estructura de poder vertical desde las instituciones gubernamentales y dan una doble sensación, por un lado de dominio “técnico-científico” cuando se habla del “coeficiente de reproductibilidad ” y la “tasa de ataque” otra vez con un imaginario de jerga militar y por otro permite una seguridad de justificar y legitimar acciones frente a los “civiles” o la población civil , la cual tiene que someterse o adherirse a las normas.
Las epidemias permiten que las personas, familias y comunidades sean “Objeto” de intervención y que algunas medidas que el Estado quiso hacer antes las haga ahora par convencernos de su bondad, reformas de tipo económico, político, urbanístico y de regulación social que se dan con un aire de temporalidad pero que buscan hacerse permanentes.
En el Siglo XIV la epidemia de la peste en Europa permitió legitimar los poderes de los principados, de las ciudades estado que tenían una junta de sanidad que decía quien salía, quien entraba y acrecentó el poder militar y religioso de la edad media.
Al igual que entonces el discurso del miedo, las simulaciones con resultados apocalípticos hacen que los ciudadanos actúen más por temor que por convicción y disminuye el poder ciudadano.
La idea de que nos estamos enfrentando a un “enemigo invisible” y a la “peor reto en salud desde la II Guerra Mundial”, hace que todo se justifique incluso la afectación de los derechos humanos. Frente a esto la opción es el control social, la deliberación ciudadana y la gobernanza ciudadana.
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