Por Juan Diego Acosta Correa. Anestesiólogo – Asesor de presidencia del Colegio Médico Colombiano en política gremial
Para bien o para mal, todos los asuntos cruciales que afectan a una sociedad o a un grupo social, se definen en la política, en el ejercicio del poder, en el gobierno de la población a la cual pertenecen.
Los asuntos del sistema de salud, la estructura funcional del mismo sistema y las condiciones para el desempeño profesional dentro del mismo modelo asistencial, no escapan a ese postulado básico.
Por ello, plantear, como es muy común entre nosotros, el apoliticismo y hacer apología del apoliticismo en el gremio (aunque hay organizaciones y grupos de colegas que dicen defenderlo, pero en realidad están comprometidos con una clara línea política), y pretender que por el camino de desconocer la política encontraremos soluciones, es un autoengaño, un callejón sin salida.
Significa, entonces, que la aceptación y la consiguiente acomodación a la política dominante corrupta, favorecedora de y al servicio de los intereses de unos pocos, en detrimento del bienestar y los derechos de la mayoría, ¿Es el camino?
Muchas veces algunos de nuestros dirigentes se han plegado a dicha opción: “Así funciona el sistema y te adaptas o pereces”.
Pero tampoco por esa vía se han resuelto las aspiraciones de la mayoría, como contar con un mejor sistema de salud para la población que cuidamos, con empleos decentes, con contratos y pagos justos y oportunos, con oportunidades del ejercicio profesional autónomo, ajustado a parámetros de excelencia, mediante la formación continua y unas condiciones físicas, tecnológicas y funcionales que faciliten y potencien la calidad de lo que hacemos.
Esa dicotomía, ese falso dilema entre el apoliticismo purista y el sometimiento ideológico y funcional, nos lleva al silencio o a la inacción grupal y gremial, con el resultado de buscar el refugio en el predominante individualismo acomodaticio, o a la queja permanente sin objetivos claros, a la rebeldía sin norte, o en algunos casos a la búsqueda y seguimiento de “salvadores iluminados”, de caudillos que ingenuamente creemos, nos resolverán nuestros problemas.
No calibramos el poder que enfrentamos y nos enfrascamos en disputas debilitantes entre nosotros, que desgastan y anulan las posibilidades del surgimiento de nuevos y auténticos liderazgos en nuestras profesiones, lo que impide compartir objetivos comunes claros en medio de la pluralidad y niegan la necesidad de construir organizaciones propias fuertes, asociaciones, colegios y sindicatos de gremio, que venzan el individualismo estéril. Esas mismas contiendas hacen imposible que compartamos unos planes de acción, una política gremial que en el marco de la democracia participativa y propositiva capaz de presionarte e impulsar cambios en las políticas públicas del Estado, agenciadas por los diferentes gobiernos.
En fin, un camino difícil pero posible, es el que trabaja por fortalecer y desarrollar la cultura gregaria, por construir instituciones gremiales democráticas, pluralistas y sólidas, impregnadas de un espíritu de concertación y unitario, con planes y objetivos claros.
No debilitemos con prácticas y discursos corrosivos las organizaciones que hoy tenemos, por débiles que sean. Trabajemos por su renovación generacional y que acunen nuevos liderazgos.
Pero, y la política partidista, ahora que estamos en elecciones, ¿Qué posición tomar si no aupamos el apoliticismo?, ¿Cuál es nuestra obligación como ciudadanos ilustrados frente a la política partidista y electoral?
En forma suscinta y general que requiere hacer precisiones, planteo una reflexión que puede impulsar la acción en el marco de la tolerancia y el respeto hacia los demás, de la ética civil, propia de nuestra visión humanística.
En primer lugar, la institucionalidad gremial, nuestras organizaciones por su ser propio, deben ser pluralistas, aceptar a todos los colegas, independientemente de sus creencias e ideologías, y permitir la libertad de expresión, por tanto, del disenso. Por tal razón, no deben, como sucede con algunas, servir abierta o veladamente a partidos, campañas o candidatos, de gobierno u opositores. Deben dedicarse e impulsar las políticas gremiales acordadas.
Y respecto a los afiliados, ¿Deben estas organizaciones promover en ellos la cultura y la participación en política partidista y electoral, propia de ciudadanos comprometidos e ilustrados, mediante el debate fundamentado de ideas, con respecto y tolerancia a través de sus medios, virtuales y presenciales?, ¿Deben invitar a candidatos de todas las vertiente políticas a que le expliquen a los asociados sus programas y propuestas?, ¿Deben motivar la participación política partidista y electoral de sus miembros, seria y fundamentada?, ¿Deben definir e impulsar como organizaciones ciudadanas el mandato constitucional de desarrollar una participación política ciudadana en las instancias oficiales que tienen que ver con los asuntos que nos afectan como la marcha del sistema y la realización de nuestras legítimas aspiraciones?
Pienso que sí, que nuestras organizaciones deber ser escuelas de democracia, ajenas al sectarismo, ak odio y a la calumnia.
Ahora bien, si nuestro infantilismo y la violencia, así sea verbal, están tan incrustados que nos impiden hablas desde puntos de vista muy diferentes y en paz sobre la realidad del país y las opciones existentes para los gobiernos que elegiremos, no queda otra alternativa que hacer campañas motivacionales sobre la responsabilidad de todo ciudadano de elegir bien y de vigilar a los elegidos.
Deja un comentario