Por Juliana Moreno Ladino – Presidente ANIR Regional Centro
El año pasado fue sin duda memorable. En nuestra editorial de diciembre publicada virtualmente compartimos las principales dificultades que tuvimos como Asociación, como médicos, como seres vivientes en tiempos de pandemia.
Deseamos a todos un nuevo año con salud y con la presencia de sus allegados, agradecimos incansablemente a todos quienes hicieron de la pandemia un resquicio para la colaboración y la solidaridad humana. Todos quienes leemos estas palabras somos, a fin de cuentas, supervivientes. Tenemos el peso y la responsabilidad de ser mejores en todos los sentidos, una forma de honrar así la memoria de todos aquellos que sucumbieron en ese año casi interminable como fue el 2020.
La pregunta ahora es… ¿y ahora qué viene? ¿Llega, acaso, el momento en el que escampe tan terrible tormenta? Queremos ser optimistas y creer que es así. Pero no es un momento para bajar la guardia y creer que lo peor ha pasado, tal como demuestra tristemente el nuevo pico de casos de COVID 19 en el país, la vacuna que parece no llegar lo suficientemente rápido y el conocido enemigo de siempre: la desinformación, que no hace más que confundir y empeorar las circunstancias.
El comienzo de año nos salpicó con restos de la pesadilla del 2020: nuevamente las tasas de ocupación de camas de cuidado intensivo a punto de estallar, el personal de salud cada vez más escaso, los recursos de salud provenientes de gasto público en manos de aseguradoras que siguen presentando demoras injustificadas, es decir, dificultades que creíamos superadas pero que nuevamente amenazan con desbordar nuestra fuerza y entereza.
Aún así, desde nuestra posición de líderes debemos confiar en que contamos con las herramientas de denuncia, de protesta y activismo que nos permitan garantizar la protección del derecho fundamental de salud. Porque ya es ley, pero la necesitamos implementada y tangible para callar a todos quienes abiertamente se manifiestan en contra, que se sitúan en la orilla del pesimismo o del egoísmo que no permite que avancemos como sociedad.
Los fantasmas cansados del continente como son el sectarismo, el racismo, la xenofobia, el clasismo y la desigualdad deben encontrar un terreno árido para asentarse y nosotros, luchar incansablemente por cortar de raíz estas historias de la humanidad tan llenas de brechas y discordias.
Así que este año que llega debe venir con todo, pero nosotros nos ataremos a estos barcos en altamar. Irreverentes por la esperanza de nuestros ideales.
Nuestra promesa en este nuevo año sigue siendo la misma: defender los derechos adquiridos y abogar también por la justicia para los internos, médicos rurales y residentes de nuestro país. La Ley de Residentes tendrá que ser realidad al cien por ciento, debe serlo. No podemos continuar llenando los bolsillos de las universidades con nuestra luchada remuneración.
El universo kafkiano en que los residentes de Colombia realizan sus prácticas debe ser cosa del pasado, y este es y será el discurso con el que desafiaremos a los incrédulos. Pero además debemos continuar trazando alianzas entre las sociedades civiles y las agremiaciones para ser el contrapeso de quienes insisten en pisotear la Ley Estatutaria de la Salud y defender toda causa que nos una como sociedad, que busque centros y nodos en medio de tantas aristas.
Estas letras, agradecidas por la difusión y espacio que reciben, van especialmente dedicadas a todos quienes pese a todo siguen creyendo en la defensa de los derechos y en la reivindicación de la sociedad.
Por lo tanto, esperamos, nuevamente, que éstas los encuentren seguros, a salvo, manteniendo la distancia física y poniendo el hombro adelante, no solo para recibir la primera dosis de la anhelada vacuna, sino para recordar que el trabajo conjunto es, invariablemente, imparable.
Tenemos el peso y la responsabilidad de ser mejores en todos los sentidos, una forma de honrar así la memoria de todos aquellos que sucumbieron en ese año casi interminable como fue el 2020.
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