La biología baraja los genes; nosotros jugamos la partida.
Por: Stevenson Marulanda Plata – Presidente Colegio Médico Colombiano
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El debate público mundial sobre Estado y Mercado ya me parece aburrido, porque suele presentarlos como enemigos irreconciliables, como dos caminos opuestos para administrar la economía y el poder político de una nación.
Esa visión simplista – e incluso ingenua, por no decir ignorante- pasa por alto el factor decisivo que rige la conducta de la humanidad: la naturaleza humana.
El error histórico -ingenuidad o ignorancia- en este asunto epistemológico ha sido permitir que las ciencias humanas y sociales sean prácticamente las únicas consideradas capaces de explicar los mecanismos insondables de la motivación del alma humana: los íntimos juegos secretos que cada persona desarrolla en su reino interior al tomar decisiones, es decir, las emociones, pasiones, instintos y sentimientos.
Así, la anodina porfía entre humanistas y científicos sociales clásicos, al ignorar la existencia de fuerzas naturales primigenias que ayudan a explicar la conducta humana, no es capaz de entender porqué, a lo largo de la historia, el poder político y el económico han sido hermanos siameses, ni por qué han existido imperios, esclavitud, opresión, racismo, xenofobia, colonialismo, nacionalismo extremos, belicismo, armamentismo, machismo, violencia y guerras; holocaustos, apartheid y dictaduras sanguinarias (siempre masculinas).
Tampoco se imaginan la razón profunda -biológica- por la cual las élites más ricas han gobernado las bendiciones y maldiciones de este mundo, ni por qué persisten la debacle ambiental, la corrupción, la pobreza y la riqueza extremas.
Lo que no entienden los humanistas y científicos sociales clásicos es que la naturaleza humana -la materia prima animal, pensante y evolucionada de la que está hecho un ser humano- posee, gracias a la poderosa capacidad mental de su cerebro, rasgos de comportamiento que la distinguen de todas las demás criaturas hechas de ADN; es decir, vivas.
Ignoran también el poder explicativo que las ciencias naturales aportan al estudio de la conducta humana; especialmente la genética, la genómica, la evolución darwiniana, la neuroendocrinología y la neurociencia.
Así lo afirmó Eric R. Kandel, premio Nobel de Medicina 2000: “Las cosas más importantes que sabemos hoy sobre la mente humana no provienen de las llamadas ciencias humanas tradicionalmente dedicadas al estudio de la mente, como la filosofía, la psicología o el psicoanálisis, sino de una combinación de dichas disciplinas con la biología del cerebro”.
El peligro de la exclusividad de las ciencias humanas y sociales clásicas
Cuando Marx, incitando a la humanidad a volver al paraíso del “comunismo primitivo” y a la lucha de clases -el “motor de la historia”, según él-, promovió la revolución socialista para que los obreros tomaran el control político y económico del mundo, afirmó- inspirado por la visión romántica de Rousseau sobre la bondad natural del ser humano- que el hombre prehistórico era una mansa paloma: un “buen salvaje” sin ego, inmune a la codicia, la avaricia, la ambición y toda clase de adicciones; incapaz de matar a una mosca.
También sostenía que la propiedad privada, que habría corrompido al hombre moderno, era la causa de la pobreza y la desigualdad extrema de su época, la de la Revolución Industrial.
Esta lectura ingenua del pasado humano, de los motores de la historia y de la corrupción, no deja duda de que el filósofo prusiano no tenía la más remota idea de qué cosa es un ser humano.
La especie humana -ambiciosa, ávara, dominante, opresora, depredadora, acaparadora, tribal, mentirosa, corrupta, violenta y con un ego inmenso- lleva en su genética cerebral de supervivencia animal estos rasgos desde hace millones de años, y no ha cambiado ni un solo átomo en su estructura molecular. Nuestro cerebro es prácticamente idéntico al de nuestros ancestros de hace doscientos mil años.
¿Cuánta violencia, cuántas guerras y cuántos millones de muertes produjeron -y siguen produciendo- la imposición del dogma marxista y el dogma capitalista?
Lo mismo le ocurrió a Kant cuando sentenció que la homosexualidad “es contraria al instinto natural y a la naturaleza animal”, que sus actos “hacen al hombre indigno de su humanidad” y que quienes la practican “ya no merecen ser una persona”, por estar degradados “por debajo del nivel de los animales” (citado por N. HArri en Nexus).
¿Es sostenible esta premisa antropológica a la luz de las ciencias naturales que estudian la diversidad sexual y la orientación de género?
¿Cuántos homosexuales murieron en el Holocausto Nazi?
¿Cuánto sufrimiento han debido soportar estas personas a través de la historia?
¿Cuántos regímenes totalitarios todavía castigan severamente la homosexualidad?
Los debates clásicos sobre la supuesta superioridad moral entre Estado y Mercado, y sobre las ideologías que los sustentan, resultan hoy obsoletos frente al conocimiento acumulado por las 42 disciplinas que estudian la materia del universo.
No alcanzan a explicar, por ejemplo, la sentencia de Hobbes: “El hombre es un lobo para el hombre”; ni la afirmación de Adam Smith: “No obtenemos los alimentos de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino de su preocupación por su propio interés”; ni el concepto de utilidad esperada, según el cual las personas toman decisiones estratégicas siguiendo reglas lógicas y consistentes orientadas a maximizar sus beneficios.
Quienes operan los Estado -monárquicos o republicanos, zaristas o bolcheviques, capitalistas o socialistas, occidentales o asiáticos, o de la Conchinchina o de Fonseca, mi pueblo- son, al fin y al cabo, seres humanos descendientes de tropillas de simios.
Conclusión
Los grandes mitos que las civilizaciones humanas han creado para dominar al salvaje lobo que llevamos dentro -y así lograr el control social y la convivencia en paz-. aquellos que estudian las ciencias humanas y sociales: el Estado, la moral, la ética, la justicia, las constituciones, las leyes, los derechos, la dignidad humana, los delitos y las penas, la democracia, la división de poderes, la diplomacia, los pactos sociales, políticos y económicos, los procesos de paz, la educación, la filosofía o la religión, y hasta los Nobel de la paz, serían más eficaces si se estudiaran a la luz de la biología de la naturaleza humana, de lo contrario seguiremos en la ceguera antropológica tratando al lobo como si fuera un cordero.










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