Carta a los futuros médicos: sobre la muerte y la sensibilidad
Bioética, Opinión

Carta a los futuros médicos: sobre la muerte y la sensibilidad


Hoy, en cambio, vivimos en una sociedad donde la muerte se ha vuelto tabú. Se oculta, se fragmenta en etapas médicas y se delega a los hospitales y clínicas. El moribundo muchas veces desconoce su propia condición y destino.


Por Manuel Latorre Quintana, MD, Esp, MSc (c). Médico y cirujano – MSc (c) Bioética y ética de la investigación

Queridos estudiantes de medicina,

En la formación médica nos enseña a escuchar el cuerpo, a interpretar síntomas y a dar nombre a aquello que amenaza la vida. Sin embargo, rara vez se nos invita a detenernos a contemplar lo que significa la muerte en sí misma, no solo como un final biológico, sino como experiencia humana, social y espiritual.

Hace algunas semanas, la película Violines en el cielo (Yôjirô Takita, Japón, 2008) me permitió reflexionar sobre esto desde una perspectiva diferente. En esta obra cinematográfica, un chelista desempleado encuentra trabajo en una empresa dedicada al arreglo de cadáveres. La misma sensibilidad que cultivó a través de la música, la traslada al trato con los cuerpos y con las familias en duelo.

Con el mismo respeto con el que tocaba su chelo, acariciaba ahora la fragilidad de un cuerpo sin vida, reconociendo que aún guardaba una biografía, vínculos y recuerdos para quienes lo amaban. Su oficio trascendía de la simple tarea de preparar un cadáver; era, en realidad, un acto de restitución de una historia.

Cada detalle en la preparación era una forma de tender un puente entre la ausencia física y la permanencia simbólica para su familia. De este modo, no solo ofrecía un último adiós con dignidad, sino que lo transformaba en un momento íntimo y cercano, capaz de dar consuelo y honrar la biografía que aún habitaba en la mirada de los que contemplaban ese especial momento.

Esta sensibilidad, sin embargo, no suele cultivarse en nuestras escuelas de medicina. Aprendemos a reconocer cuándo la vida se extingue desde los parámetros fisiológicos, pero rara vez se nos enseña a acompañar la muerte como un proceso natural. Aquí es donde la obra del historiador Philippe Ariès resulta profundamente iluminadora.

En sus estudios sobre las actitudes de la muerte en Occidente, describe cómo en la Edad Media la muerte era un acontecimiento público y domesticado. El moribundo presidía su propio ritual. Un espacio en el que pedía perdón, oraba, se despedía y compartía sus últimos consejos y enseñanzas, siempre rodeado de su familia, amigos y la comunidad. La muerte era entonces un acto sencillo, aceptado y compartido; un reconocimiento sereno de la vulnerabilidad humana.

Hoy, en cambio, vivimos en una sociedad donde la muerte se ha vuelto tabú. Se oculta, se fragmenta en etapas médicas y se delega a los hospitales y clínicas. El moribundo muchas veces desconoce su propia condición y destino. Son los médicos y el equipo hospitalario quienes deciden las circunstancias de ese final. La muerte se medicaliza, se vuelve técnica, se convierte en un evento privado y, a menudo, muy solitario.

Ariès señala que, en esta modernidad obsesionada con la felicidad y la apariencia, la muerte ya no inspira piedad, sino incomodidad. El duelo demasiado visible no se acompaña, sino que se reprime. Nos falta, como sociedad y como médicos, un lenguaje sensible para acompañar el sufrimiento, para estar presentes en el silencio y la fragilidad. Para reconocer que nuestra labor debe ser empática no solo en los momentos de victoria y alegría, sino también en el duelo y en la pérdida.

Queridos futuros galenos: ustedes heredarán este dilema. Tienen en sus manos la posibilidad de perpetuar una visión de la muerte fría, solitaria y medicalizada… o de transformar la práctica médica en un espacio donde se reconozca que la vida es finita.

Por eso quiero invitarlos a acercarse a pensadores como Philippe Ariès, a dejarse interpelar por la sensibilidad de un músico que prepara y acompaña los cuerpos en Violines en el cielo, y a preguntarse cómo su profesión puede ser más humana.

No repriman ni oculten el duelo y la muerte; acompáñenlos y permítanse ser conmovidos. No reduzcan la muerte a un certificado; devuélvanle su dimensión social, familiar y afectiva.

Recuerden que la medicina también es un arte, que no solo se fundamenta en proteger la vida, sino en acompañar la muerte con empatía, escucha y respeto. Es en ese gesto que se revela la verdadera humanidad del cuidado.

Referencias:

  • Ariès, P. (2007). Morir en Occidente: Desde la Edad Media hasta nuestros días (2.ª ed.). Adriana Higaldo Editora.
  • Takita, Y  (2008). Departures [Película]. Japón: Shochiku Company.


Nota: Epicrisis es el órgano oficial de comunicación del Colegio Médico Colombiano. La opinión y conceptos personales expresados en los artículos firmados por un tercero no reflejan la posición de Epicrisis o del Colegio Médico Colombiano-CMC-.

septiembre 18, 2025

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