Necrología jurídica de la República del Olvido
Inspirado en nuestra realidad bananera y en mi preocupación constante -casi obsesiva, o tal vez ¿paranoica?
Por: Stevenson Marulanda Plata, Presidente del Colegio Médico Colombiano
Por la impunidad y la ineficiencia de muchas leyes en Colombia -ese veneno social invisible, letal y silencioso, más mortífero que el cianuro- decidí escribir esta estrategia jurídica de sabor macondiano, nacida de esa vieja costumbre nacional de hacer leyes por no dejar.
Tan honda es esta obsesión, tan visceral su fuerza existencial, que terminó arrastrándome hasta un cementerio macondiano: un caldero de leyes muertas, inútiles, semejante a esos corotos viejos y desfondados que el imán de Melquíades -el corpulento gitano de barba montaraz y manos de gorrión- desenterraba de la tierra oxidada de Macondo, haciéndolos rodar, desaforados, desvíados y sin alma, por el sopor reverberante de sus calles polvorientas.
Este revista sepulcral y académica, es una autopsia del fracaso normativo colombiano realizada en el Cementerio de Leyes de Macondo. Escrita en forma de crónica metafórica, es una crítica constructiva dirigida a los tres poderes públicos de la República de Colombia, a sus órganos de control y a la nación entera.
Todos estos poderes, en mayor o menor medida, se han convertido en una fábrica ciega de producción normativa en serie, convencidos -con una ingenuidad ingobernable- de que los malos del país se resuelven dictando una nueva ley o, como el cuento del Gallo Capón de Macondo, reciclando viejas normas que jamás se cumplen.
Muchas de esas leyes -rumiadas pesadamente en los jugos gástricos de los cuatro estómagos del Congreso (dos comisiones y dos plenarias)- terminan siendo, al final, incumplibles: unas por inútiles, otras porque las mata el exceso de realidad macondiana.
En ese estado de letargo crónico -como un coma inducido, un sonambulismo legislativo o un Alzheimer normativo en fase terminal- discuten en tropelía, hacen jugaditas y aprueban -como si fuera la primera vez- leyes que ya habían sido debatidas y sancionadas, repitiendo la misma perorata.
Visita al Panteón
Mientras me aproximaba a la impotente entrada, evocaba el martirio de los trabajadores de la salud en su vía crusis -o mejor, su vía crisis-, trajinando exhaustos por los tortuosos pasillos laborales del sistema sanitario colombiano. Fue entonces, al azar la vista, que leí, justo ad portas de la bóveda de cañón, un letrero grabado en piedra sobre el friso del majestuoso portal.
Cementerio de Leyes de Macondo
Flanqueando a lado y lado por enormes y bellísimos ángeles blancos -tallados en mármol de Carrara y erigidos como custodios del sacrosanto olvido-, me disponía a traspasar ese túnel sepulcral bajo la inmensa lápida sostenida por manos celestiales, cuando me fulminó un ardoroso recuerdo al leer, en solemne latín clásico y con la gravedad epigráfica de los antiguos romanos.
Hic Mortui Libenter Vivos Docent
En este instante, un puñal frío -con sabor a la República Muerta del Olvido que somos- me atravesó centro a centro el pecho. Sentí el desgarro de mi mediastino como el dolor suplicante del muñón sangrante de una patria mutilada. Aquella sentencia me hizo recordar a un finado que adoré con el alma encuera: el extinto Hospital San Juan de Dios de Bogotá.
Ese profundo lancetazo emocional, ocurrido dentro de mi hipocampo -ese caballito de mar cerebral que no nos deja olvidar las cosas, y que recuerda quiénes fuimos y a quiénes debemos lo que somos- me ubicó de súbito frente a la puerta del anfiteatro anatómico de Mi Viejo San Juan, donde esta escrita, a mano alzada y en letras negras, la misma sentencia, pero en castellano:
En este lugar los muertos se complacen en enseñar a los vivos. C. Rokitansky
Mi caballito de mar, entonces, atravesó cielo y tiempo atlánticos, y me llevó en su lmo alado directo al techo abovedado de la Capilla Sixtina. Evocó La Creación de Adán, de Miguel Ángel… pero e equivocó de cabo a rabo: en este cementerio no había ningún toque divino, solo una oscura alianza entre la anomia y el poder corrupto.
Congreso Nacional de Anatomía Patológica de Derecho Macondiano
Una ley sin ejecución es un cadáver; y una república sin memoria, una fosa común.
En un anfiteatro de hospital universitario no hay silencio, sino lecciones: cada cadaver, cada órgano, cada célula muerta es una advertencia disuasiva o persuasiva. De igual forma, en el Cementerio de Leyes de Macondo, cada mausoleo, cada tumba, cada lápida es un espejo que nos invita a recorrer esas avenidas del olvido con conciencia de patria, para salir entendiendo -y sabiendo- que legislar sin memoria ni conocimiento de la cruda realidad es legislar en epitafios.

Esta necrópolis jurídica macondiana no es un lugar para llorar, sino para aprender a devolverle la vida a una ley y el alma a la República.
Una república bananera como Colombia, regida por normas exequibles y atrapada en un orden jurídico en estado de anomia, debería instituir -año tras año- un Congreso Nacional de Anatomía Patología de Derecho Macondiano: un evento convocado por las más prestigiosas facultades de derecho del país, auspiciado por todas las altas cortes, y de asistencia obligatoria para las más altas magistraturas de los tres poderes del Estado -congresistas, jueces y togados de todos los estrados, fiscales, contralores, procuradores y gobernantes de toda la comarca.
Necesitamos forjar una conciencia nacional que comprenda que no por acumular más leyes, más cortes, más tribunales o más ministerios tendremos una justicia mejor.
Como país, debemos apelar a las buenas costumbres, a los valores y a las tradiciones republicanas, siendo una de las más fundamentales cumplir y hacer cumplir la Ley.
Por todo lo anterior, convocamos a la República del Olvido al Congreso Nacional de Anatomía Patológica de Derecho Macondiano: un escenario legislativo, histórico y académico, donde los cadáveres normativos del orden jurídico de Macondo serán exhumados y disecados con bisturí republicano y lupa constitucional, con el noble propósito de que nunca más se legisle en epitafios.
Remedios la Bella no entendía el mundo, pero lo rechazó con la serena firmeza de quien no necesita corromperse para existir. No necesitó leyes ni decretos para subir al cielo: le bastaron las buenas costumbres y la pureza intacta de su inocencia.
De igual manera, esta crónica de leyes muertas no solo busca resucitar las normas justas y necesarias, y dejar que las inútiles duerman para siempre el sueño eterno, sino, sobre todo, devolverle a la nación aquello que jamás debió perder: las buenas costumbres, la decencia y la moral.
Fonseca, La Guajira. 04 de junio del 2025
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