“La línea recta pertenece al hombre; la curva, a Dios.”
—Antoni Gaudí
Stevenson Marulanda Plata – Cirujano Ensayista
El enigma de la forma
Una vez, en plena clase, un alumno particularmente inquisitivo —mamón, como decimos en Colombia, por agudo, punzante y provocador— me lanzó una de esas preguntas que buscan más desconcertar que esclarecer:
—Profe, ¿por qué uno tiene la cabeza redonda?
Me quedé pensativo. No por falta de respuesta, sino por respeto al enigma. Y le respondí:
—Porque la naturaleza jamás construye líneas ni ángulos rectos.

Fue entonces cuando recordé ipso facto al catalán Antoni Gaudí, el arquitecto que convirtió la geometría en poesía, el ladrillo en organismo, el templo en montaña. Gaudí intuyó algo que la ciencia apenas comienza a comprender: que la vida no avanza en líneas rectas, sino en espirales, curvas, rizomas y meandros.
Gaudí y la bioarquitectura del universo

La arquitectura de Gaudí se inspira en la lógica íntima de los árboles, los huesos, las olas y las nubes. Fue un precursor de la biofilia, esa corriente que impulsa a integrar los espacios humanos con la naturaleza viva, promoviendo el bienestar psíquico, la armonía sensorial y la continuidad simbólica con lo orgánico.
Su organicismo arquitectónico exigía que los edificios no se impusieran como cárceles sobre el entorno, sino que fluyeran como ramas de un árbol invisible. Que respiraran, se adaptaran, se inclinaran ante la lógica de la evolución.
El mimetismo, en su obra, no es simple camuflaje, sino un acto de humildad y de diálogo: un acuerdo tácito con el paisaje, para que la obra no sea una afrenta a la naturaleza, sino su eco espiritual.
Arquitectura y naturaleza: un mismo lenguaje
Ese día, en clase, me salvó la Sagrada Familia. Y si alguna vez puedo aportar algo al pensamiento de la humanidad, será esta humilde y redonda lección:
La cabeza no es cuadrada, porque la vida tampoco lo es.
Hoy, aquel alumno provocador es un celebrísimo neurorradiólogo intervencionista académico en Texas. Cada día entra con instrumentos finísimos guiados por rayos X y pantallas de alta definición, a reparar daños en la más monumental de las catedrales góticas naturales: el cerebro humano.
Una estructura de techo corrugado que permite más superficie sin aumentar volumen, atiborrada de pasadizos y laberintos secretos, empachada de criptas, circunvoluciones, arcos, nervaduras, hendiduras, puentes, acueductos, tímpanos, hemisferios, lóbulos, quiasmas, ventrículos, cavidades, cisternas, cúpulas, tallos, bulbos, protuberancias, columnas y pilares.
Un templo sin líneas rectas, esculpido por la inteligencia curva de la naturaleza.
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