Un ensayo neurocientífico, histórico y humanístico
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Un ensayo neurocientífico, histórico y humanístico


Parte II


Una mirada neurocientífica a la masacre en el Guernica


Esta pintura mural es un océano de dolor y muerte… un grito de denuncia de la guerra.

Pablo Picasso 1937

Por Stevenson Marulanda Plata – Presidente del Colegio Médico Colombiano

Guernica – Pablo Picasso

La percepción visual

En las tinieblas de esa oscura y horrible noche, flota en la penumbra, de apenas un trémulo crepúsculo de una bombilla de techo y una lámpara de mano, la carnicería de la matanza.

El eterno andaluz, pintó este holocausto para que el poder corrosivo del olvido no eche sus peores capas de óxido sobre la memoria colectiva de todos los pueblos y de todas las humanidades y recuerdos que la historia espera.

En un inmenso mural de 7.77 x 3.49 metros, que se exhibe en el Museo Reina Sofía de Madrid, Picasso descargó, de manera brutal, todo su enorme ímpetu creativo sobre las memorias, emocional y sentimental, del cerebro del mundo, ubicadas en el primero y segundo piso de las víctimas, para que todos los humanos que veamos este lienzo, sintamos en la carne de nuestros propios brazos, piernas y cabezas, lo  que sintieron los mártires de esta masacre, y aún sienten todos los sufrientes de todas las matanzas colectivas del mundo, incluyendo las nuestras. Y no las olviden. Pero, sobre todo, no se repitan.

El luctuoso y mortecino claroscuro —negro, blanco y gris humo de la guerra—, que ensombrece e ilumina a la vez toda la composición, alumbra en los dos extremos dos rostros con la boca abierta, y ojos en forma de lágrimas, alzados al alto cielo, llorando tanta desgracia.

El que está en el ángulo superior derecho de quien mira este horror, abrasado por el suplicio de las llamas del bombardeo, que arden dentro de su propia casa, acompaña el clamor de su llanto seco con brazos y manos abiertos hacia las alturas.  

El ataque aéreo, el malvado suplicio, fue perpetrado durante la Guerra Civil española por las partes más salvajes de los cerebros de dos regímenes políticos…

El que está a la izquierda de esta explícita crueldad, es el dolor de una afligida madre, como el de toda madre que tiene que ver morir y enterrar a su propio hijo, abrazado en su regazo con la boca cerrada, sin llanto y sin mirada a ninguna parte. Está muerto. Como Jesús, el hijo de María, en brazos de su madre en La Pietá de Miguel Ángel.

La Piedad (Pietá) del Vaticano
Miguel Ángel 1497-1499

Cada trazo, cada lagrima, cada figura, cada ángulo, cada muñón, cada suplicio, impacta brutalmente a las proteínas, neurotransmisores, sinapsis y redes neuronales que guardan las cruentas imágenes de terror en nuestro cerebro, y fustigan la potencia evocadora de la memoria del dolor y el sufrimiento, la más potente de todas. La que duele, y lo que duele, mientras más duele, menos se olvida. Más se recuerda. 

Los dos regímenes agresores eran cultores de la violencia, ostentación de la fuerza bruta del terror y del poder de aplastamiento…

La mortandad en el Guernica no se detiene.  En el ángulo inferior izquierdo de los ojos que miran este lienzo de la barbarie, debajo del manto que arropa la inocencia muerta, en el suelo, boca arriba, abierta y sin llanto, yace una cabeza pegada a su brazo izquierdo, extendido con su mano abierta en forma de garra de águila, pero muerta. Y su cuello, decapitado nítidamente a ras del resto de su cuerpo muerto que no se ve.

Este acto terrorista fue realizado por naciones donde —partido-Estado-líder—, era una Santísima Trinidad: autoritaria, antiparlamentaria, hegemónica, caudillista, totalitaria, anti libertad de prensa, antiliberal y anti socialdemócrata, narcisista, racista y xenófoba…

Lo que sí se ve de manera absoluta es la fuerza atroz que, en forma de cuatro patas enormes de un caballo militar con sus gigantes cascos herrados, camina sobre el centro de la atrocidad y del dolor. El animal, gigante de batalla, con sus bestiales extremidades pasa por entre los restos descuartizados de la gente muerta. Su zancada posterior, de largo tranco, separa la cabeza del muerto de su ante brazo derecho, mísero muñón, despojo sin alma, con su rodaja de hueso cubital asomada por la carne desmochada, suplicante, cara a cara, mirando la descomunal pesuña acerada de la pata izquierda de la bestia, mientras la rodilla derecha delantera del contundente animal cabalga sobre su muñeca yerta, y su mano, desconectada del cerebro, en coma, besa una florecita, también recién amputada, empuñando también otro mísero estorbo, el de la espada de la libertad.

Fue el eje Roma-Berlín, Mussolini-Hitler, aliados naturales desde 1936…

El halo de luminosidad y de penumbra bañan el erguido cuello del caballo y de su cabeza, que sobresalen por encima del barullo con su hocico de guerra con la boca abierta triunfante mostrando los dientes, sin pizca de dolor, proyectando ostentación y exhibición con una lanza por lengua que sobresale de su tragadero, mirando con un ojo chiquito, malo, negro y redondo, la cabeza de un toro.

El ángulo inferior derecho no es menos trágico. Lo ocupa un cuerpo encorvado, como el de una tortuga grande y vieja de las islas Galápagos, sostenido en pie solo por su pierna derecha. Es una mujer sobreviviente del bombardeo. Sus dos brazos, desfallecidos, casi tocan el suelo. Su pierna izquierda es un desastre que arrastra por el suelo. Su rodilla parece de elefante, inflamadísima, y seguro caliente y con un dolor insoportable. Pero, su cuello largo de quelonio imperturbable, sus vértebras cervicales estiradas al máximo, doblando hacia arriba, intentando alzar el gesto hacia la luz, reafirma el estoicismo y la resiliencia de este pueblo.

Fueron las lenguas de fuego, las bombas y el acero de la metralla de la Aviación Legionaria de la Italia fascista y la Legión Cóndor de la Alemania nazi, la tardecita del 26 de abril de 1937…

El ángulo superior izquierdo lo ocupa el cuerpo entero de un toro de lidia, dividido de forma rotunda por la claridad del resplandor de los destellos y la autoridad de la noche, en dos nítidas partes, tocándole la primera al cuello, cabeza y rabo, que se ven erguidos y levantados, y la segunda, al cuerpo y las cuatro patas. El gesto, el carácter y el temperamento de la guerreros invencibles se ven bien dibujados en el adusto rostro del toro, en sus dos ojos de monstruo ciclópeo, una oreja de vampiro y sus astas bien montadas en la frente. Su crecido y voluminoso cuerpo, más negro que la noche oscura, en cambio, realza el de la dolorosa madre sumida en las tinieblas, mientras que sus cuatro patas sirven de marco de protección a su hijo muerto. El toro es España dividida: el cuerpo la República, la cabeza el fascismo.

Fueron los fascistas que apoyaban al ejército antirrepublicano del generalísimo Francisco Franco y ensayaban tácticas de guerra para el gran infierno mundial que juntos estaban cocinando…

Atravesada por la negra noche, en medio del toro y del caballo, a oscuras, encima de una banda blanca como guía visual, posa una paloma que no se ve ni porque es blanca. Su ala derecha está rota, como el brazo ídem del hombre difunto. Y, como la madre con su hijo exánime, y el tipo del incendio de su casa, con el pico abierto al cielo, implorando paz.

Sucesos en el cerebro reptiliano de las víctimas

Picasso embistió sin piedad, no al hipocampo ni al lóbulo prefrontal, lugares donde el cerebro guarda los recuerdos corrientes y comunes. No. Fue directo a la amígdala cerebral de la historia. La amígdala, ubicada en la parte más antigua del cerebro llamada paleoencefalo o metafóricamente primer piso o cerebro reptiliano, es el nido de las emociones fuertes y más primitivas: miedo, terror, pánico, conmoción, desespero, estremecimiento, agonía, dolor, llanto, pavor, susto, espanto, que el gran maestro de Andalucía infiltró, de modo indeleble, en los gestos de rostros y manos, alzados al cielo de Guernica, en la madre y el tipo del incendio.

Sucesos en el cerebro límbico de las víctimas

De la misma manera, en la cara de la mujer tortuga, la paleta maestra del artista malagueño dibujó los sentimientos: temor, humillación,indignación, desolación, tristeza, melancolía, aflicción, sufrimiento, abandono, desamparo, desesperanza, desmoralización, abatimiento, desconsuelo, ansiedad y estrés post traumático, que habitaron en las neuronas del espacioso y límbico, segundo piso del cerebro de esa pobre mujer guerniquense. Sin embargo,un destello de esperanza y resiliencia, ilumina plenamente el rostro triangular, en forma de una lágrima cubista, que aparece encima de la mujer tortuga.

Sucesos en el cerebro reptiliano de los victimarios

El pintor de Málaga, España —creador del movimiento cubista—, exhibe para la memoria prospectiva, de largo plazo, de la humanidad, sobre todo en el caballo, la potencia malvada y desaforada del núcleo accumbens. El núcleo accumbens es la contraparte de la amígdala, su vecino reptiliano, donde habitan las emociones: placer, exultación, agresividad, violencia, sadismo, alegría, frenesí, delirio y júbilo, emociones que la psicología social fascista sentía en demasía al satisfacer su espíritu con estas demostraciones de fuerza, poderío y terror.

Sucesos en el cerebro límbico de los victimarios

 Aunque en el inmenso mural, Pablo Picasso no pintó el sistema límbico de los verdugos, y los sentimientos:

…orgullo, vanidad, narcisismo, avaricia, codicia, crueldad, impiedad, fanatismo, magnanimidad, grandeza, dominación, tiranía, superioridad racial, xenofobia, invencibilidad, soberbia, gloria militar, nacionalismo, patriotismo, deshumanización, antipatía y desprecio por los demás, no aparecen en el enorme rectángulo, el espectador los puede percibir por osmosis sentimental, virtud que toda obra de arte, para ser universal, necesita llevar implícita.

La alcahueta corteza cerebral fascista

La corteza cerebral, el tercer piso, el más moderno de nuestro edifico cerebral, ejerce el control ejecutivo —la evaluación cognitiva—, sobre los otros dos pisos, y de cierta manera, a través de las infinitas redes de hilos invisibles neuronales, integra el inmenso tráfico de sus mensajes secretos, convirtiéndolos en conciencia, dándole vida al “yo” que es cada persona consciente. De este modo, las emociones y los sentimientos de cada individuo humano son puestos al servicio de su interés personal y de la identidad —social, cultural, étnica, nacional, religiosa, sexual, política, económica y militar— de la cual es militante. Así, la corteza fascista, sublimizó su cerebro reptiliano y su sistema límbico, elevando a la “N” potencia sus emociones y sentimientos colectivos, rendidos a la pertenencia, prestigio, empatía.   empoderamiento e inspiración malignos que banalizaron e institucionalizaron la atrocidad de la violencia criminal en la Europa de mediados del siglo XX.

Casa Chaneto, Fonseca La Guajira, marzo 10 del 2023.

marzo 9, 2023

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