No fue la gripa, no fue la vacuna; el riesgo es el COVID-19
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No fue la gripa, no fue la vacuna; el riesgo es el COVID-19


El doctor José G. Montoya, médico infectólogo, dice que todavía queda mucho por aprender del COVID-19, las nuevas variantes, el mecanismo que desencadena los síntomas y cuánto duran. Mientras la ciencia avanza, es imprescindible guardar las medidas de protección y aceptar la vacunación como la puerta de salida de la pandemia.


En el año y medio de la pandemia de COVID-19 han fallecido más de tres millones de personas en todo el mundo y algo más de 146 millones se han contagiado; de igual forma, el virus ha dejado a miles de seres humanos con síntomas persistentes después de semanas de recuperación de la infección aguda.

Aunque la inmensa mayoría de la población se ha familiarizado con los coronavirus por ser uno de los microorganismos causantes del resfriado común y enfermedades respiratorias, lo preocupante del nuevo (SARS-CoV-2) es la sorprendente capacidad de contagio que tiene y la forma en que logra “engañar” al sistema inmunológico tan pronto ingresa al organismo. Este virus, ademas, puede causar una inflamación extrema en algunos pacientes, lo que lleva a que el sistema inmunológico se active de manera exagerada, con consecuencias perjudiciales para el resto del cuerpo.

El doctor José G. Montoya, médico infectólogo, Fellow del Colegio Americano de Médicos y codirector del Laboratorio Dr. Jack S. Remington para diagnósticos especializados, en California, Estados Unidos, aclara que muchas personas siguen pensando equivocadamente que el COVID-19 es una gripa fuerte.

“Por más severa que sea la gripa, en pacientes que no tengan alteraciones severas del sistema immune, la gripa no pasa de afectar la nariz, la garganta y los pulmones, y no lleva a hospitalización o a la muerte. En cambio, el COVID-19 tiene un amplio espectro, en un extremo los pacientes pueden no presentan ninguna molestia, y en la otra orilla pueden requerir ventilación y llegar a morir. Además, puede dañar severamente otros órganos como corazón, cerebro, riñones, sistema immune y de coagulación. Los niños pueden ser atacados severamente por el COVID-19 de una manera que no ocurre con una gripa fuerte. En este grupo puede provocar el síndrome inflamatorio multisistémico en niños (SIM-N o MIS-C, por sus siglas en inglés) que deteriora varios de órganos, baja la presión arterial, produce fiebre y finalmente la muerte”.

¿Será una enfermedad crónica?

El análisis de la evidencia naciente están rastreando los síntomas persistentes de la infección a largo plazo, pues muchos temen que se pueda convertir en una condición crónica. Algunos informes indican que pasados dos meses de la infección hasta el 20 por ciento de los recuperados puede presentar dolor en el pecho; también se han encontrado casos de diabetes no existentes previamente y un pequeño porcentaje de pacientes ha experimentado otras complicaciones como trastornos de coágulos sanguíneos, encefalomielitis, mialgia y fatiga crónica. El doctor Montoya afirma que después de tener COVID-19 algunos pacientes pueden tener daño residual en los órganos afectados (pulmón, corazón, riñón, cerebro) y un trauma posterior a la estadía en unidades de cuidado intensivo por semanas o meses, sin desconocer el perjuicio económico o el estigma social que les pueda sobrevenir.

“No se ha establecido con certeza cuales son los grupos poblacionales con mayor riesgo de desarrollar secuelas persistentes y prolongadas. Es posible que además de los factores genéticos y el estrés individual, influyan la carga viral (cantidad de virus inhalado), el tipo de cepa y la severidad de los síntomas iniciales.”

Cuando se menciona COVID-19 se relaciona principalmente con una enfermedad respiratoria, pero lo cierto es que pueden aparecer complicaciones en cualquier otro órgano aún meses después de la recuperación. Lo que sucede, señala el doctor Montoya, es que el sistema immune humano es de doble filo, pues así como logra proteger, del mismo modo se puede convertir en el peor enemigo.

“Pocas veces las enfermedades nos habían presentado desafíos en los que la expectativa de vida de una persona estuviera determinada por el comportamiento de los demás y del conjunto de la sociedad. En razón a esa incertidumbre en la que nos movemos y por el riesgo de desarrollar la enfermedad con secuelas severas, hasta crónicas, es preciso continuar con el uso del tapabocas, mantener la distancia social, evitar aglomeraciones o espacios con poca ventilación, y vacunarse lo más pronto posible”.

En cuanto al temor desatado por la aplicación de algunas vacunas, cabe señalar que el riesgo de complicaciones por COVID-19, incluso para los adultos jóvenes, es más alto de lo que podría generar la aplicación de cualquiera de las vacunas aprobadas. Este es un factor que debe tenerse en cuenta al considerar el balance entre riesgos y beneficios de la vacunación.

Para concluir, Montoya considera que entre las desgracias que ha traído la pandemia, lo más frustrante sería ser indiferentes a las más de tres millones de muertes en todo el mundo, a las familias que han sido damnificadas, a la ruina financiera de muchas naciones y a los efectos psicológicos que han ocasionado meses de encierro y de distanciamiento social.

“Esta emergencia universal debería de impulsarnos a construir sociedades más justas y sanas en los años venideros para poder enfrentar de una mejor manera los desafíos científicos, económicos, sociales, políticos y culturales que pueden originar las variantes del COVID-19 o nuevos microorganismos”.

mayo 31, 2021

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