Por Jorge Diego Acosta Correa – Comité de ética organizacional del Colegio Médico Colombiano Pijao – Quindío
Advierto, si alguien me lee, en esta incierta tormenta marcada por la incertidumbre, sobre lo que hoy me atrevo a señalar, mañana, tal vez esté desbordado por nuevos acontecimientos. Y es que, en realidad, no estamos sometidos a una, sino a dos tormentas, sumadas y desatadas por una situación previa general de deterioro económico, social y político en nuestro país, a la cual sobreviene una catástrofe global, una pandemia, sindemia, también con graves consecuencias sociales y económicas.
La super tormenta que se desató hace unas semanas y que aún sacude a nuestra República hasta los cimientos, tiene como principal componente una explosión social sin precedentes, derivada de las graves condiciones de deterioro de vida de las mayorías.
Gran parte de la población hoy se encuentra sometida, no solo a las precarias realidades que ha soportado por años, sino también a los efectos de las restricciones -necesarias- impuestas por la pandemia, al mal manejo de esta crisis sanitaria, a la carencia de estímulos y ayudas económicas, a las medidas y propuestas diseñadas para superarla -tomadas por un gobierno indolente y clasista-, así como a la repudiada reforma tributaria y a la lesiva reforma a la salud que desembocaron en movilizaciones populares y en una reacción exacerbada hacia las marchas.
El caos y la violencia se han desatado, esta última, con diversos orígenes, en pequeños grupos de anarquistas anticapitalistas, en bandas del lumpen -abundantes en las áreas sociales deprimidas-, en la delincuencia organizada, en las tácticas oficiales implementadas para deslegitimar y agredir a quien se atreva a protestar, y últimamente, también en grupos de civiles -paramilitares-, que en connivencia con la fuerza pública, a sangre y fuego pretenden resolver el inmenso problema.
Seguramente, muchos como yo, están al borde de la desesperanza, de la depresión, porque no se avisora un camino claro ni una disposición de la mayoría para superar los conflictos. No se manifiestan liderazgos que comprendan la necesidad de dialogar con sinceridad y de llegar a acuerdos, a compromisos ciertos y verificables sobre los difíciles caminos que habría que recorrer para la recuperación económica y social, para garantizar la convivencia pacífica, la construcción de una democracia de verdad, así como el desarrollo integral y armónico entre la naturaleza y nuestra sociedad.
El sector salud no es la isla de la fantasía en medio del caos. Reproduce y refleja la situación general; no satisface las necesidades en salud de las mayorías, es inequitativo, injusto e ineficiente, y surge, por lo tanto, la imperiosa necesidad de reformarlo estructuralmente para que se convierta en un instrumento al servicio, en primer lugar, del derecho universal a la salud.
La crisis que cada día parece alcanzar un nuevo techo ha puesto al sistema en la máxima tensión, lo cual ha potenciado las falencias crónicas y que ha golpeado especialmente a los trabajadores y profesionales a su servicio, quienes en su mayoría ya venían padeciendo las precarias condiciones laborales que imposibilitan el adecuado desempeño de sus funciones.
La sociedad comprende la importancia del recurso humano y reclama ahora más que nunca ser asistida por un talento humano en salud altamente cualificado, que tenga condiciones laborales dignas y que se muestre satisfecho de la labor humanitaria que realiza.
A su vez, solicita archivar el proyecto de reforma del sistema que cursa en el Congreso, dado que contiene algunas medidas que no se ajustan a las necesidades de la población ni a las consideraciones de los gremios de la salud. La iniciativa parlamentaria ha resultado inoportuna y muy inconveniente, por lo que una de las principales exigencias de la protesta popular es que se suspenda su tramitación, así como se hizo con la reforma tributaria.
La tempestad se haya en su apogeo; el Gobierno perdió el rumbo y le hecha, mediante la represión y el engaño, gasolina al fuego.
Como en el pasado, llama al diálogo, absolutamente necesario, aunque muchos dudan del real compromiso de llegar a acuerdos y soluciones. Existe la esperanza de que la persistencia de las movilizaciones y la presión internacional que condena los excesos represivos, haga que el Gobierno cambie el rumbo y asuma la sensatez necesaria para llegar a acuerdos que se puedan implementar en el corto plazo por el bien de todos.
Por otra parte, el paro parece no tener una dirección unificada. Varios sectores, expresamente en los barrios populares actúan por su cuenta, atomizados, rasgo que dificulta el diálogo con los líderes reconocidos. Pareciera que con los sindicatos y con las organizaciones agrupadas en el Comité de Paro, al igual que con los indígenas -que se perciben muy disciplinados- y con unas autoridades reconocidas será más fácil lograr acercamientos y acuerdos, siempre y cuando no caigan en el error de pretender una movilización indefinida e interminable, o que se obstinen en imponer condiciones inviables, circunstancias que llevarían a un proceso largo de desgaste y al fortalecimiento o la continuidad de las políticas antipopulares.
El lumpen, las bandas y todo tipo de criminalidad que están aprovechando el desorden, lo mismo que los paramilitares de extrema derecha, deben ser controlados.
Y los ciudadanos, en general, debemos, ante todo, adquirir el compromiso de aplacar los ánimos, de no incitar a la confrontación y de rechazar la violencia. Además de esto, hay que hacer respetar y garantizar las acciones de salud, la atención médica y las medidas de protección sanitaria contra la pandemia. Los manifestantes deben cesar los bloqueos y toda acción que afecte aún más de la población, ya muy vapuleada por la pandemia.
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