No tenemos relajantes musculares, no tenemos Midazolam, llegó un infartado y no hay con qué trombolisar. Pedí un equipo para pasar un catéter, pero no puedo pasarlo, porque no hay ni batas ni guantes estériles. No hay nutrición enteral. La mitad del personal está incapacitado. Apenas son las sies de la tarde y siguen llegando pacientes. Creo que esta noche se va a llenar la Unidad…
Por Natalia María Schroeder Lanao – MD – Neuróloga Clínica
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¿Cómo va el turno?–Le pregunto a mi novio. Trabaja en una unidad de cuidado intensivo en cualquier ciudad de este país.
Con una rabia la HP–Responde. No es usual en él tener rabia; es bastante tranquilo por naturaleza y aunque pasen mil cosas, es muy raro que se descompense.
“No tenemos relajantes musculares, no tenemos Midazolam, llegó un infartado y no hay con qué trombolisar. Pedí un equipo para pasar un catéter, pero no puedo pasarlo, porque no hay ni batas ni guantes estériles. No hay nutrición enteral. La mitad del personal está incapacitado. Apenas son las sies de la tarde y siguen llegando pacientes. Creo que esta noche se va a llenar la Unidad…”
No estoy haciendo un retrato inventado de nuestra realidad, como suelo hacer a veces. Esto es lo que de verdad sucede, no solo en el turno de anoche en una Unidad de Cuidado Intensivo real, de una ciudad real, pero que no nombraré, sino en muchísimas Unidades de Cuidado Intensivo de nuestro bello y amado país.
Anoche, después de hablar con mi novio, me preguntaba ¿Cuántas unidades tendrán este mismo problema u otros más graves en este mismo instante? ¿Cómo harán para funcionar sin tener equipos de protección personal completos, sin el número adecuado de médicos, enfermeras o terapeutas, porque además de los insumos a estas alturas la pandemia se ha llevado buena parte del personal, ya sea por enfermedad o por muerte? ¿Cuántos servicios de urgencias se estaban preparando anoche para enfrentar solo con voluntad, valentía y verraquera pero sin insumos, sin caretas, sin batas antifluído y solo con un tapabocas N95 (por ciento, ya reutilizado cinco veces), el ingreso de cientos de pacientes con múltiples enfermedades?
¿Cuántos más se preparaban para llegar hoy lunes a llamar o a atender pacientes furiosos, angustiados, desesperados, impacientes, que llevan meses esperando una cita, un medicamento, un consejo, un concepto que no llega porque “por la pandemia” todos los servicios y atenciones se han retrasado?
También me preguntaba, ¿qué pensarán las familias de todos los trabajadores de la salud que han muerto hasta el día de hoy, viendo que no se respetan los protocolos de seguridad en ninguna parte? ¿Qué reflexión tendrán al ver los mensajes contradictorios que lanza el Gobierno para la reactivación de la economía y al miso tiempo recomienda quedarse en la casa, que invita a salir a comprar como locos pero también a cuidarse, que hace énfasis en mantener el distanciamiento social pero no hace nada al ver que los restaurantes y los centros comerciales están atestados de gente? ¿Qué sentirán al ver que la vida siguió sin sus seres queridos y que, además, a nadie le importó, porque de todas formas salieron, se mezclaron, rumbearon, bailaron, tomaron trago, se infectaron y después llegaron a exigir que otro más (qué mas da) los atendiera y les curara los males derivados de su inconsciencia?
Y, entonces, nuevamente, recordé que no solo escasean los insumos para trabajar, sino que el porcentaje de ocupación de las camas en UCI está llegando al límite en casi todo el país, que los profesionales de la salud estamos trabajando con las suprarrenales estrujadas y que, lo más grave, la situación laboral de los médicos y del personal de salud no ha cambiado para nada.
Seguimos recibiendo espaldarazos y felicitaciones en medios de comunicación y redes sociales; nos siguen reconociendo como los héroes de bata blanca, que armados con el escudo de la vocación (que para muchos es casi un apostolado) salimos a dar una batalla diaria en una guerra que hasta el momento va ganando el virus.
No obstante, es una guerra sin general al frente, porque no tenemos apoyo, ni del Gobierno, ni de las EPS, ni de las IPS. Nuestra única bandera es el juramento que alguna vez hicimos.
Y entonces me pregunté:
¿Qué tiene que pasar, para que por fin despertemos?
¿Qué tiene que pasar para que por fin pongamos fin a una situación que nosotros mismos hemos favorecido, facilitado y en muchísimos casos buscado?
¿Por qué permitimos que nos infundan miedo y terror, amenzándonos con despidos y haciéndonos creer que protestar es ilegal, en vez de unirnos y exigir lo que por derecho nos pertenece?
¿Es que acaso no estamos cansados de que nos deban meses y meses de sueldo por un trabajo que ya realizamos?
¿No estamos hasta la coronilla de que nuestros empleadores manejen nuestras tarifas, nuestros horarios, nuestro tiempo y nuestra vida a su antojo?
¿Cuántos médicos o profesionales de salud pueden decir que se sienten satisfechos con el sueldo que ganan, con las vacaciones que pueden darse, con la libertad de manejar el tiempo a su antojo? ¿Cuántos están libres de deudas, cuántos podrán pensionarse con una pensión decente?
¿Qué médico se siente libre de pecado y ha podido dedicar a su familia o a lo que le gusta y apasiona (a parte de la medicina, claro está) el tiempo que le dedica a su trabajo?
Sí, si los hay. Pero son muy pocos. ¡Se los aseguro!
No confundamos el heroísmo ni la vocación con sacrificio.
No confundamos el deber con el abuso.
No confundamos el trabajo con la esclavitud.
No confundamos el heroísmo con la tontería.
Ahora más que nunca, es hora de unificar fuerza, conocimiento, inteligencia y razón.
Ahora mas que nunca es el momento de ser héroes, héroes para nosotros, para nuestros hijos, nuestros cónyuges, parejas, padres, familia…
¿Cómo podemos ayudar a los demás si no nos ayudamos a nosotros mismos?
¿Cómo podemos ser sanadores si estamos enfermos?
Dejemos de ser héroes abatidos. Seamos héroes triunfantes. Héroes de verdad.
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