En entrevista para el Colegio Médico Colombiano, CMC, Eduardo Pizarro Leongómez, sociólogo, analista político, profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia y exembajador de Colombia en Holanda, insiste en que es urgente la construcción de una agenda nacional que ayude a los colombianos a establecer acuerdos para afrontar la grave crisis pospandemia que se avecina.
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CMC: Si bien el acuerdo de paz y las pasadas elecciones generaron una dura polarización en el país, después de dos años, ¿por qué el país no ha sido capaz de apaciguar el discurso político y la lucha social?
Sin duda, el triunfo del No en el plebiscito en torno a los acuerdos de paz de La Habana en 2016 y la confrontación en la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de 2018, desataron una dura polarización política en el país. Esta polarización se ha visto agravada debido al efecto de la pandemia del coronavirus y su grave impacto socioeconómico que ha agudizado dos tendencias: por una parte, un agravamiento de la inseguridad tanto urbana como rural y, por otra, un aumento del malestar social.
Es decir, es una profundización de dos procesos que ya se hallaban en curso y que el impacto del Covid-19 ha ahondado.
En este contexto, no es extraño que sectores extremos del espectro ideológico busquen capitalizar ambas tendencias. Los unos mediante un discurso de orden y autoridad para enfrentar la violencia creciente y, los otros, mediante un llamamiento a la movilización callejera para protestar por la grave situación social que está dejando como herencia la pandemia.
Colombia no puede seguir en la bipolaridad, cuando en el mundo el péndulo político se está moviendo hacia el centro.
El profesor Eduardo Pizarro afirma que es necesario construir un acuerdo mínimo y amplio en el cual participe un amplio espectro de líderes políticos, gremiales, sindicales y sociales.
CMC: ¿Qué grado de responsabilidad tiene la justicia en todo esto cuando se aprecia el choque entre las Cortes, una JEP que no responde a las expectativas de las víctimas y una politización del poder judicial?
Tal como ha venido sosteniendo el reconocido analista, Moisés Naím en sus columnas de prensa, la otra pandemia del siglo XIX es la polarización política, la cual se observa aquí y allá en casi todo el mundo. Basta mirar hacia los Estados Unidos, España o Venezuela. Y una de las tentaciones de los sectores más extremos del espectro ideológico es la de buscar instrumentalizar la justicia para sus objetivos políticos. Y, sin duda, la politización de la justicia es un grave riesgo para la democracia. Los ejemplos de Venezuela y Nicaragua en donde las instituciones judiciales han perdido su independencia y se han convertido en simples instrumentos al servicio de Nicolás Maduro y de Daniel Ortega son una clara evidencia de esos riesgos.
Ojalá en Colombia no caigamos en estos extremos y tanto la justicia ordinaria como la justicia transicional, tanto las cortes como la JEP, defiendan la separación y el equilibrio de los poderes públicos como ejes centrales de un sistema democrático auténtico.
CMC: ¿Por qué la pandemia ha generado más polarización en el país, cuando, por lo general, las catástrofes naturales y las emergencias sociales son un llamado a la solidaridad y a la unidad como nación?
Al menos tres factores fundamentales están incidiendo en este clima de polarización. Por una parte, el mal uso de las redes sociales. Se trata, sin duda, de un fenómeno mundial. Un analista afirmó hace poco que estamos pasando de la “era de la información a la era de la intoxicación”, con la implosión de las noticias falsas (fake news), del uso de las redes para debilitar Estados enemigos e influir en sus procesos electorales (cyberwar) o, simple y llanamente, para llevar a cabo robos de información o ejecutar acciones ilegales (cybercrime). En el caso de los procesos políticos, las redes han servido para alimentar los discursos de odio y la fragmentación de las sociedades, pues cada grupo social (desde minorías étnicas hasta corrientes políticas o tendencias ideológicas) tiende a escuchar solamente a los miembros de su red, a quienes piensan igual, con lo cual refuerzan sus prejuicios y pierden la capacidad de interlocución y diálogo con otros sectores de la sociedad que piensan distinto.
Este uso indebido de las redes sociales, que se acompaña de un debilitamiento de la prensa seria como fuente de información privilegiada, está facilitando la emergencia de una “cultura de la manipulación” -como la llaman los expertos-, en la cual predominan las emociones sobre las razones y los razonamientos. En este contexto, enfrentando la competencia de las redes, una buena parte de la prensa en el mundo y en Colombia, está perdiendo su papel clave como “cuarto poder”, al caer en la inmediatez y la falta de análisis. Algunos diarios como el New York Times, Le Monde y El País resisten con éxito e incluso, se han crecido en medio de esta crisis. Son un ejemplo para seguir.
Por otra parte, es importante subrayar que uno de los recursos que utilizan los sectores extremos de la polarización social y política es jugar a la bipolaridad, a la creación artificial de un mundo binario, compuesto de ellos y nosotros. Es lo que Mario Vargas Llosa ha denominado el “regreso a la tribu”, el cual no se refiere solo al retorno del nacionalismo, sino también a las corrientes políticas e ideológicas.
Finalmente, la polarización extrema se ha convertido en una estrategia política pensada y diseñada por expertos en marketing político para partir a una sociedad en dos (ellos y nosotros) y, de esta manera, intentar impedir que otros actores -ante todo, segmentos más moderados- puedan entrar en el juego político.
CMC: ¿Qué hace falta en el país para dejar de estar divididos entre dos polos excluyentes y comenzar a construir?
Lo más interesante de lo que está ocurriendo en el mundo y, Colombia no es la excepción, es que el impacto devastador del coronavirus (desempleo, aumento de la pobreza, derrumbe de las clases medias, cierre de empresas, etc.), está moviendo el péndulo político hacia el centro, es decir, hacia posturas más moderadas y hacia pactos colectivos para enfrentar de manera más solidaria la grave recesión económica en curso. Un eventual triunfo de la fórmula Joe Biden y Kamala Harris en Estados Unidos puede ayudar a reforzar esta tendencia a nivel global.
CMC: ¿En qué consiste la propuesta de construir una agenda nacional y retomar el planteamiento de llegar a un acuerdo sobre lo fundamental?
El reconocimiento de las FARC de su plena responsabilidad en el asesinato el 2 de noviembre de 1995 de Álvaro Gómez Hurtado ha revivido no solo la imagen del líder conservador sacrificado, sino, igualmente, sus principales propuestas. Una de las más recordadas fue la necesidad de construir un “acuerdo sobre lo fundamental”, un pacto nacional básico para enfrentar los desafíos que vivía el país a fines de los años ochenta tras el asesinato de cuatro candidatos o precandidatos presidenciales.
En los Estados Unidos estos pactos se denominan “acuerdos bipartidistas” y son aquellos acuerdos sobre política interna o externa cuya importancia nacional exige que sean asumidos al menos por las dos principales colectividades, el Partido Demócrata y el Partido Republicano, dejando de un lado las disputas partidistas. En Colombia debemos ya construir un “acuerdo sobre lo fundamental” para enfrentar las consecuencias de la pandemia. Es decir, un acuerdo mínimo y amplio en el cual participe un amplio espectro de líderes políticos, gremiales, sindicales y sociales.
No es una utopía. En Colombia existe una larga tradición de acuerdos políticos en momentos de graves crisis: basta recordar la Unión Republicana de Carlos E. Restrepo en 1909, la Concentración Nacional de Enrique Olaya Herrera en 1930, los dos gabinetes de Unión Nacional de Mariano Ospina Pérez en 1946 y 1948 y, por último, el Frente Nacional en 1958. Y, si se considera que estos acuerdos fueron simples pactos entre las élites, deberíamos rememorar, entonces, la composición tripartita de la Asamblea Constituyente de 1991 que compartieron contra todos los pronósticos, Álvaro Gómez, Horacio Serpa y Antonio Navarro.
CMC: ¿Cómo sentar en la mesa a los opositores? ¿Están listos para escuchar ese llamado?
Es interesante constatar que día a día aumenta el número de columnistas de prensa, de líderes políticos y sociales, de líderes empresariales y directores de medios que se suman a este llamado. Al menos dos factores están incidiendo para esta reacción que nos llena de optimismo: por una parte, el temor al abismo. Colombia se puede ver abocada en los próximos años a un agravamiento sin límites de la violencia urbana y rural, y de una conflictividad social que mal canalizada puede desbordarse. Por otra parte, aunque no todos los analistas coinciden en cuáles son los niveles de destrucción del aparato productivo y los tiempos requeridos para recuperar el PIB, no es improbable que Colombia, como el resto de América Latina, hayan perdido entre diez y veinte años de su crecimiento económico. Algunos economistas calculan que la región puede verse abocada a un aumento de alrededor de 50 millones de personas que volverán o caerán en la pobreza. Además de un grave deterioro de la clase media, cuyos sectores más vulnerables pueden sufrir un proceso de pauperización preocupante. No es fácil sostener un régimen democrático estable sin el colchón de la clase media que, en las últimas dos décadas, se había convertido en el segmento mayoritario de la población.
Frente a este oscuro panorama un número creciente de líderes políticos, sociales y económicos están proponiendo construir esos “acuerdos sobre lo fundamental”. Por ejemplo, en Antioquia se está promoviendo un nuevo “pacto social por Medellín y Antioquia”, el cual puede servir de modelo para que otras regiones del país y el propio país, impulsen algo similar.
Líderes de distintas orillas ideológicas como Humberto de la Calle, Sergio Fajardo, Jorge Enrique Robledo, Federico Gutiérrez, Iván Marulanda y muchos otros están llamando a un gran acuerdo nacional sobre lo fundamental. Es decir, cómo reactivar el aparato productivo, cómo recuperar el empleo (ante todo, de los jóvenes), como atender a los estratos más desprotegidos, cómo enfrentar la creciente violencia urbana y rural y otros temas trascendentales para el país en esta difícil coyuntura.
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