La trata laboral es el verdadero infierno para los trabajadores de la salud. Sus diablos son constructores de imperios que con ganancias invisibles viven en mansiones, tienen villas campestres y caballos finos y andan en carros de play boy internacional. Y violan la ley.
Por Dr. Stevenson Marulanda Plata
A los hospitales de Gran Bretaña, antes de la invención de la anestesia, y del descubrimiento de los microbios y de la desinfección, como causa de las infecciones y de la mortandad que producían, los británicos de la época victoriana les decían popularmente las Casas de la Muerte.
Les decían así, porque eran sucios, sórdidos y cochambroso morideros. En esa era de arrogancia imperial victoriana, el mundo y el imperio donde nunca se ponía el sol, no conocían las palabras contagio, infección ni enfermedades infecciosas, y la gente se moría como moscas envenenadas; tanta era la mortandad hospitalaria que hizo publicar a un prestigioso cirujano de Edimburgo en 1869 la célebre y lapidaria frase “Un soldado tiene más posibilidades de sobrevivir en el campo de Waterloo que un hombre que entra al hospital.
Pues bien, yo nunca hubiera sido cirujano, jamás, si en 1846 un dentista de Boston, William Morton, no hubiera inventado la caritativa, compasiva, piadosa y humana anestesia.
Tampoco hubiera sido alumno de José Félix Patiño, si en la segunda mitad del siglo XIX, Louis Pasteur, un brillante químico francés, Decano de la facultad de Ciencias de la Universidad de Lille, no descubre la pandilla de alimañas y sabandijas invisibles llamadas microbios (virus, bacterias, hongos) que contaminaban, contagiaban y producen las podredumbres y las infecciones que mataban a la humanidad sin piedad y sin explicación.
Ni tampoco hubiera empuñado nunca un noble bisturí, si Joseph Lister, un escrupuloso cirujano victoriano, de fervor, impulso y moral de clérigo cuáquero, devoto y verdadero apóstol de la cirugía, contemporáneo y amigo de Pasteur, no hubiera inventa la misericordiosa y humanitaria desinfección de las heridas y de los hospitales.
Y tampoco hubiera hecho el juramento de médico general, si hubiese adivinado, que en 1993 en Colombia, iban a inventar un sistema de salud basado exclusivamente en un aseguramiento mercantilista y de lucro rentista, dominado únicamente por intereses corporativos y financieros, con moral y éticas muy distantes, por no decir opuestas, a los valores y principios propios de la vocación y del profesionalismo hipocrático.
Y, mucho menos hubiera sido médico, si una bola de cristal me hubiera vaticinado que todo el Estado colombiano —su gran política, sus ejecutivos, su legislativo, sus cortes, sus jueces, sus órganos de control—, y la sociedad civil colombiana en general, iban a permitir que el sistema laboral que sostendría a ese sistema de salud rentista y mercantilista, había de ser operado por una cadena de desalmados y siniestros mercaderes y traficantes laborales que, con sus peores escrúpulos y peores conciencias, igual que las sabandijas y alimañas de Pasteur, infectarían y contaminarían de pandemia laboral lo rescatable que eventualmente podría tener ese aseguramiento en salud guiado y operado por la inhumana e invisible mano del mercado.
El cáncer de la trata laboral
La trata laboral es el verdadero infierno para los trabajadores de la salud. Sus diablos son constructores de imperios que con ganancias invisibles viven en mansiones, tienen villas campestres y caballos finos y andan en carros de play boy internacional. Y violan la ley.
La trata laboral es una cadena de depredación laboral, envuelta en la más deplorable oscuridad y degradación moral, cuyos eslabones son sórdidos y codiciosos traficantes laborales —Inversionistas y especuladores, políticos avaros, directores de clínicas de apetitos fuertes, gerentes de hospitales ambiciosos que compraron en su momento la gerencia por millones a universidades inmorales—, que reclutan a los resignados trabajadores de la salud y los ponen a trabajar ilegalmente en fachadas (cooperativas y otros eufemismos laborales) en condiciones desesperadas, informales y humillantes —sin la más mínima estabilidad, por prestación de servicios mensuales, irrisoria contraprestación—, y una voz saqueadora amenazante que le respira en la nuca como un gorila negrero, y le dice “si no le gusta váyase, ahí tengo un cuarto llenos de hojas de vida”. Y como si fuera poco, el pago es bien diferido y descuartizado, a veces hasta por años, casi igual a mano de obra bruta y esclava. Los traficantes laborales y las EPS son los parásitos, las sanguijuelas que le chupan la sangre al sistema de salud y a sus trabajadores.
La humanidad debe más a la ciencia que a la política
Mientras Morton, Pasteur y Líster le entregaban a la humanidad la anestesia, la teoría de los microbios y la desinfección —legados que le quitaron a los hospitales victorianos el macabro remoquete de Casas de la Muerte y que tanto bien ha hecho a la humanidad—, los políticos de las potencias imperiales europeas dominantes del mundo entero—Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Austria y Rusia— se repartían a punta de teodolito, cañones y ametralladoras África y Asia, sin participación de negros, cobrizos ni amarillos.
El dentista, el químico y el cirujano eran personas humildes, silenciosas, vocacionales y espirituales que trabajaban con obsesión y sin descanso en laboratorios y hospitales, con bondad, paciencia y abnegación, para arrancarle misterios a la naturaleza y aliviar a la humanidad del dolor, la infección y el sufrimiento.
Entre tanto, el ego, la ambición, el orgullo, la arrogancia, el racismo, la xenofobia, el nacionalismo, la gula colonialista y esclavista, las ansias de capitales, riquezas y privilegios, y la lujuria de poder de: políticos, banqueros, inversionistas, empresarios, terratenientes, generales y hasta soldados de fortuna, de esas potencias colisionaban en una orgía de odios que, inevitablemente, como enemigos naturales y mortales, irremediablemente los condujo a la horripilante primera gran matanza mundial, cuyos muñones y heridas abiertas no cicatrizaron porque las almas de los imperios seguían infectadas y corrompidas con los mismos pecados originales y capitales que la motivaron, y así, con nuevos ímpetus, nuevas potencias, nuevas armas de destrucción masiva, incluyendo la mortífera obra: la bomba atómica, y con mucha sed de venganza visceral, lanzaron a la humanidad a una carnicería más globalizada: la Segunda Guerra Mundial, y a su corolario, la Guerra Fría, y de ahí al siglo XXI: el siglo de las pandemias y de la destrucción del planeta, arrostrando peligros mayores.
El juego de monopolio con suerte ajena
Las potencias europeas se sentaron en 1885 a jugar la mayor partida de monopolio de la historia. El tablero era un mapa grande de África. Allí, en la Conferencia de Berlín, impúdicas, se repartieron todo el continente negro, milímetro a milímetro; su alma, su historia, su pasado, su presente, su futuro, todo. Ese horripilante juego de monopolio, con la suerte ajena, fue la causa de las dos grandes guerras mundiales, y del mundo sin valores humanitarios que estamos viviendo hoy.
En la Conferencia de Berlín no hubo el mínimo espacio para el humanitarismo, para el altruismo, para la benevolencia, para la solidaridad ni para la dignidad humana y sus derechos fundamentales. La bondad, humildad, paciencia y abnegación, ni ninguno de los sentimientos morales de un Morton, un Pasteur o un Lister tenían cabida allí.
La sala de juntas de una EPS colombiana se debe parecer a la regia sala del palacio de Berlín donde se celebró la Conferencia de Berlín.
La ley 100: la anestesia, asepsia y antisepsia listeriana contra la pobreza.
La ley 100 fue la política pública de la economía liberal de moda mundial que supuestamente aliviaría el dolor y el sufrimiento de los más pobres. En cierto modo lo logró, pero a un costo económico y moral muy alto, tanto que, de pronto, quizás, fue peor el remedio que la enfermedad. La ley 100 con su espíritu “berlinesco” de la repartición monopólica de grandes capitales, y sus funestos traficantes laborales, acompañados de la rapacidad del ave negra de la barbarie de la corrupción, transfiguraron tanto la moral y la ética del sector salud, que ya tienen en la lona la vocación altruista y humanitaria de todo el sistema de salud, y acorralada y tambaleando entre las cuerdas la vocación hipocrática de casi todos los profesionales y trabajadores de la salud de todo Colombia.
La pandemia viral y los profesionales de la salud de colombia
El virus epidémico que azota a la humanidad ha puesto a prueba el miedo y el coraje de la vocación hipocrática mundial y Colombia no ha sido la excepción.
Los médicos, los demás profesionales de la salud, los auxiliares, los técnicos y operarios del sistema de salud colombiano, a pesar de las oprobiosas y humillantes condiciones de trabajo, también como en el resto del mundo, y sin necesidad de la obligatoriedad exigida por un reciente decreto presidencial, estamos y estaremos en la línea del frente de esta terrible confrontación, ya con el alto precio pagado de tres vidas.
Fue precisamente este compromiso con la humanidad la que obligó a nuestras organizaciones: Colegio Médico Colombiano, Federación Médica Colombiana, Federación de Sindicatos Médicos y Asociación Colombiana de Sociedades Científicas, a acudir a un llamado que le hiciera el Gobierno nacional a fin de lograr un acuerdo en cuanto a la exigencia de la obligatoriedad del decreto, la bioseguridad y el tratamiento laboral.
En resumen hubo acuerdo en bioseguridad, obligatoriedad escalonada y formalidad laboral temporal. Por último el Gobierno se comprometió a no hacer validaciones “express” a títulos extranjeros.
Moraleja
A los sistemas de salud, a las escuelas médicas, ni a los profesionales y trabajadores de la salud, se les puede extraer la vocación hipocrática, altruista, científica ni filantrópica de la medicina, eso sería como sacarle todo el oxígeno a la atmósfera, mares y ríos.
Pero, mientras fluyan y rugan vorazmente las aguas crecidas de las tormentas “berlinescas” y mercantilistas llovidas de encapotados y negros nubarrones de la politiquería y corrupción, y el tráfico de mano de obra en el sector salud siga rampante, es imposible que quede espacio para que las aguas mansas hipocráticas, filantrópicas, altruistas, y compasivas de la medicina y afines practiquen su trabajo científico, paciente, solidario y caritativo.
Invitamos al pueblo de toda la nación a no permitir que sigan desalmando el sistema de salud colombiano y a las vocaciones de las profesiones, trabajos y oficios que cuidan la salud de todos.
Es hora de dignificar, moralizar y formalizar el sector salud y el trabajo que lo sostiene.
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