La conciencia moral, según la ética, plantea el imperativo de tratar de ser buenos y la condición de ser libres para poder elegir el bien.
Por Jorge Diego Acosta Correa – jdiegoacostac@gmail.com
Pretendo avivar el debate sobre nuestro ser como profesionales, nuestro actuar como agentes de primera línea del sistema de salud y como ciudadanos organizados y representados que deberían tener injerencia decisiva sobre su propio desempeño (autonomía) y sobre el diseño, ordenamiento y función del mismo sistema (participación política), del cual deberían ser en gran medida responsables.
Leyendo una entrevista de Gerardo Lammer, de El Universal de México, reproducida en El Tiempo, a Rob Rimmen, filósofo holandés, reflexiono acerca de la articulación que debe existir entre mi ser y mi actuar profesional, y mi ser y actuar como ciudadano.
Sobre la congruencia ética entre estas dos dimensiones que a menudo vemos separadas, desarticuladas, como cuando el discurso se desarrolla en la dimensión ideal y la práctica en la mezquindad interesada, o cuando el discurso se vuelve un instrumento vulgar y cínico que justifica el mal hacer profesional.
La conciencia moral, según la ética, plantea el imperativo de tratar de ser buenos y la condición de ser libres para poder elegir el bien.
“Ser libres implica, responsabilidades. Somos responsables de nuestras decisiones y es nuestra obligación tratar de ser buenos seres humanos”
– Rob Riemmen –
Y buenos profesionales, por supuesto. Nos quejamos de la situación laboral y de los males del sistema, de quienes lo gobiernan y nos gobiernan.
La denuncia tiene valor y es necesaria, pero renunciamos a la libertad porque no queremos asumir nuestra responsabilidad con el sistema de salud o socioeconómico.
Nos victimizamos, nos vemos y reconocemos como esclavos, nos minimizamos y esterilizamos. Vivimos en la queja: nos oprimen.
De esa conciencia nacen la indignación, la desesperanza, la rabia y el odio que incitan a romper el orden y la institucionalidad democráticos, o son instrumentos perfectos para que caudillos mesiánicos nos utilicen.
Nuestro papel en el sistema de salud es fundamental, aunque contrasta nuestra ausencia en su diseño e implementación.
Nuestro deber de ciudadanos para elegir, participar y vigilar a los gobiernos tendría que ser preponderante.
Nuestra influencia y nuestro rol deben ser fuertes, comprometidos, determinantes, basados en el conocimiento y en la ética, en el deber ser y en el bien hacer, en el discurso coherente con la práctica.
No somos seres aislados, estamos socialmente determinados. Somos profesionales que actuamos sistemáticamente; precisamos unirnos para poder ser libres (críticos y autónomos) y ganar una representación sólida a través de organizaciones democráticas (participación política) que influya en el Estado, la sociedad y los demás agentes del sistema.
Necesitamos la fuerza moral del gremio unido, impulsada por convicciones éticas y humanitarias, bajo las cuales se expongan y conquisten nuestras legítimas aspiraciones.
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